Revista Homo

Fuego

Por Moradadelbuho @moradadelbuho

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Fuego

Dipity

El crepúsculo había cedido al paso de la noche, y Diego, hundido cómodamente en el sofá, miraba una película en la televisión. Los ojos azules y diáfanos del muchacho se iluminaron maléficamente con las llamaradas desprendidas por un spray de insecticida usado a modo de lanzallamas en una escena de la película.

El chico, mesándose su frondosa y salvaje barba, emitió una sonrisa frunciendo el ceño y apagó el televisor con el mando a distancia.
-- Sin duda hay cosas mejor que hacer, voy a tirar la basura –. Pensó.

El muchacho, menudo y escurridizo, se levantó rápidamente del sofá, y, sin encender las luces del pasillo, pasó por la vieja y sucia cocina, cogió la bolsa de la basura de la que sobresalía el cuello de una botella de ron y salió a la calle.

Diego caminaba en medio de la noche por un tortuoso camino de tierra flanqueado por polvorientos pinares observando su alargada y distorsionada figura proyectada en el suelo por la lánguida luz de la luna llena.

Una vez que alcanzó el metálico y frío contenedor, lanzó la bolsa en su interior como quien alimenta a una gigantesca bestia hambrienta. El joven, de espaldas al contenedor, sacó entonces un mechero de su bolsillo y con la temblorosa llama reflejada en sus claros ojos, encendió un cigarrillo.

Un sobrecogedor y brutal gritó llegó a los tímpano del muchacho cuando todavía no había apagado la llama del encendedor.

Diego arrojó inmediatamente el cigarrillo al suelo y dirigió la mirada hacia donde procedía el tremendo grito y observó una tenue luz que se filtraba a través de unos matorrales de considerable altura. El joven abrió de nuevo el contenedor y extrajo, de la bolsa de la basura que acababa de tirar, la botella vacía de ron.

Sigilosamente se aproximó a los matorrales con la botella en su mano derecha y, deslizándose de entre la maleza, pudo contemplar lo que estaba sucediendo a la luz de los focos de un coche detenido en un descampado.

La escena era espantosa: un hombre alto, grueso y ventrudo pateaba cruelmente a otro hombre que yacía indefenso en el suelo. Los ruegos de piedad del agredido no eran escuchados por el desalmado hombre que, por cada golpe que propinaba a la víctima, vociferaba insultos de todo tipo.

Diego observada aquel salvaje y atroz paliza escondido entre la maleza, preguntándose que debía hacer.

El agresor dejó de golpear a la víctima, y tomando una lata llena de gasolina del suelo, empezó a verter el combustible sobre el hombre mientras lo insultaba impunemente:
-- ¡Te voy a matar, eres un hijo de perra y voy a purificar tu alma maldita –. Dijo el hombre con voz indolente.

La botella de ron dibujó una parábola en el aire y chocó violentamente contra el cráneo del hombre, que cayó inconsciente al suelo.

Diego se aproximó al herido y contempló su rostro ensangrentado: era un joven de no más de 17 años, de pelo rubio ensortijado y los ojos oscuros.
-- Oye, ¿puedes levantarte?, vamos a mi casa, vivo cerca y llamaré a la policía –. Dijo el muchacho al joven.
-- Sí, creo que sí –. Murmuró el joven, levantándose con la ayuda de Diego.

Los dos jóvenes atravesaron los matorrales cogidos de la mano, dejando tras ellos y tumbado en el suelo e iluminado por los faros del coche, el cuerpo inconsciente del agresor y, tomando el tortuoso camino de tierra flanqueado por los altos pinares, llegaron a casa de Diego.

El muchacho acomodó al joven en el sofá, e inmediatamente después, llamó a la policía para pedir auxilio. No había colgado el teléfono cuando unos fuertes golpes retumbaron en toda la casa. Entonces, lo gritos del hombre barrigudo invadieron la vivienda.
-- ¡Os voy a matar! ¡A los dos! –. Vociferaba repentinamente el individuo con una voz ronca y desgarrada.

Diego acarició el pelo rizado del joven observando como un hilo de sangre se deslizaba por su pálida frente. El joven le miró con sus ojos oscuros e insondables y esbozó una tímida sonrisa.

La contemplación de aquel cuerpo extenuado, maltrecho y frágil que reposaba en el sofá dejó absorto al muchacho durante unos instantes. Diego se plantó en el pasillo de la entrada y vio como la puerta vibraba frenéticamente debido a los porrazos que le propinaba aquel loco desde fuera.
-- Tengo que hacer algo, o este loco derribará la puerta y cumplirá sus amenazas. Es cuestión de minutos y la policía quizás no llegue a tiempo –. Reflexionó el muchacho.

Diego recorrió el pasillo hasta llegar a la cocina y cogió un spray de matamoscas y se lo colocó por debajo de su camisa, a la altura de su estómago, dejando una apertura para que sobresaliera la cabeza del envase. Debajo del fregadero, tomó un cubo de plástico y lo colocó al lado de la estufa.

Diego contempló, frunciendo el ceño y mesándose la barba, la estufa y el cubo iluminados por la luz mortecina del fluorescente de la cocina. El hombre grande y barrigudo tomó carrerilla y golpeó la puerta con el hombro derribándola violentamente. Frente a él, la oscuridad absoluta le dio la bienvenida, el interior de la casa estaba totalmente a oscuras. Avanzó unos pasos tanteando la pared, en busca de un interruptor. Oyó un ruido y de detuvo: algo o alguien estaba allí, sentía su presencia.
-- ¿Quién está ahí? ¡Te voy a matar maldito! –. Gritó con furia el hombre.

Un frío líquido cayó repentinamente sobre el hombre que, ante la sorpresa, maldijo con rabia. El olor a combustible era intenso y penetrante. Sus ojos irritados por el queroseno contemplaron con estupor una tenue llama que se encendía frente a él. El rostro circunspecto de Diego, iluminado débilmente, se dibujó en la penumbra. La frágil llama se convirtió en un potente fogonazo que alcanzó al hombre ventrudo.

Éste, paralizado por el horror, gritó maldiciendo, el fuego se apoderó de su  cuerpo iluminando el pasillo de la casa. Diego tiró el spray al suelo y cogiendo una silla que tenía a su lado, golpeó con ésta repetidamente al hombre envuelto en llamas hasta que el individuo cayó al suelo  inconsciente.

Inmediatamente después, el muchacho cubrió con una manta el cuerpo del hombre para sofocar el fuego que lo abrasaba mientras los aullidos de las sirenas de la policía empezaron a filtrarse por entre la oscuridad.


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