Fuego

Se aplastan sistemáticamente los derechos y libertades, con una socorrida “legalidad vigente” como coartada.

Banqueros ladrones nos roban nuestra vida, para después alardear de favorecer la democracia, en connivencia con partidos políticos y sindicatos que no son sino sus paniaguados, lacayos corruptos que se dejan sodomizar el alma con tal de mantener, en el mejor de los casos, su altísimo tren de vida.

Niños que, en nuestra tierra, van al colegio tras haber desayunado agua. Familias que vuelven a vivir de una sopa boba caritativa que siempre rentabiliza la desgracia ajena y pasa factura eterna.

Y, mientras tanto, ¿qué hacemos los masones en lo que consideramos talleres y templos de conocimiento y virtud? ¿Jugaremos a descifrar los secretos de la escuadra en su conjunción con el centro de gravedad de la gran pirámide, y otros divertimentos burgueses?

Somos constructores, no místicos clase C embebecidos y atontados por una simbolatría estupefaciente.

Nuestra obra y cantera es la calle. Donde están presentes suciedad y desgracia, pero también la imposible posibilidad de ser personas, gente que no pisotee al otro, seres de luz que a los hombres y mujeres hemos de sugerirles la posibilidad de cierto sentido de la existencia.

Así, a construir. Y para ello, puede que a destruir primero. A arrasar para de verdad cimentar.

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