Fuente del Piornolón
Crujen las arenillas bajo las pisadas de los montañeros. El coche ha quedado en el último aparcamiento de la Barranca mientras suenas los primeros cantos livianos de las aves y el agua hace música de violines, casi de trompetas y de orquesta en el Manzanares que corre en la brecha de la historia buscando otras llanuras y otras ciudades donde remansar su veloz descenso de la sierra.
Apenas superamos el pequeño embalse del “ejército de aire” abandonamos la amplia pista, que en otras ocasiones recorrimos, y nos desviamos monte arriba por una pindia cuesta por evitar tres curvas y para sentir mayor cercanía de los pinos; a esta hora primera entregan a los montañeros alguna gota del frío nocturno acuñado como espejo entre sus púas; a esta hora, las hierbas brillan de palidez helada entre el sendero y las piedrillas.
Estamos en un atajo monte arriba camino de la Senda Ortiz.
No tardamos mucho en llegar al nacimiento de la Senda Ortiz, a veces tupida de vegetación a veces despejada para que los montañeros se detengan y contemplen asombrados praderas cercanas, montañas de recorrido nombre, límites de provincias, sueños de paseas por horizontes imaginados unas veces y otras veces horizontes transitados en paseos de algún momento.
Monte arriba se me confunden el corazón y los piornos, no sé donde terminan uno y otros; el paseo por la Sierra de Guadarrama es una pintura antigua de juegos de luces y de vida entremezcladas; la Sierra es un daguerrotipo de imágenes inmensas mezcladas en los ojos y el corazón.
Arroyo del Chiquillo
El corazón y los pinos y el agua y la tierra se impregnan de ese aroma sosegado de eternidad que respira unidad con el tiempo corto de mis latidos y mis paseos. Mi respiración se aúna con la respiración serena del Arroyo del Chiquillo que ahora cruzo y que no sé dónde está cuando mis ojos no lo ven. ¿Continúa corriendo el agua del arroyo, de todos los arroyos cuando no hay unos ojos absortos que los vean? ¿Se oculta acaso el agua en la oscuridad de sus ribazos, se esconde en las grietas azules del tiempo?
Así llegan los montañeros a la explanada donde antaño se levantó el hospital del que hoy solamente queda el recuerdo y el murmullo escondido entre el verdor y los espinos. Carretera adelante llegan los montañeros al Mirador de Las Canchas, lugar de encuentro de diferentes senderos, momento de saludo de otros grupos de montañeros con quienes hemos coincidido en algún lugar, momento de saludo de montañeros a quienes no habíamos visto antes y acaso nunca más encontremos en nuestro caminar.
Mirador de las Canchas.
Subimos a Peña Pintada, doscientos metros entre sombras y asombros, entre luz del sol y reflejos del alma. Arriba unas grandiosas vistas todo en derredor, cumbres de Madrid, de Segovia, de Ávila. Se terminan los pinos, dominan las peñas coloreadas por el musgo y el tiempo, por los juegos del sol entre la amplitud de rocas y los escondites del tiempo. Descendemos.
Sobre la roca más elevada de Peña Pintada.
En su falda, frente al Mirador de las Canchas, sale un sendero pinar adelante que pasa por La Fuente del Piornolón. Seguimos el sendero hasta encontrar la fuente a una breve distancia por la senda muy bien marcada. La Fuente, según nos cuenta un viajero, está construida desde mil novecientos ochenta y nueve con esta piedra sólida y bien elaborada. En la zona crecen los piornos que dan nombre a la zona y a la fuente.
Fuente del Piornolón, a la derecha se puede ver el sendero que llega hasta ella muy bien trazado.
La Fuente del Piornolón mana desde hace mucho tiempo, desde que existen los recuerdos de aprovechamiento del monte y su variedad de árboles por los habitantes antiguos de los pueblos cercanos. Ahora tiene esta robusta apariencia que puede parecer un templo de agua con su espadaña al viento para guiar hasta sus aguas a las águilas, al corzo, al cuco y a cuantos animales grandes y pequeños tienen vida feliz en estas laderas.
Desde la Fuente del Piornolón, la senda desciende vertiginosa hasta encontrar de nuevo la campa donde estuvo el Real Sanatorio de Guadarrama. Desde allí, por la Senda Ortiz ahora sin atajos llegamos hasta el aparcamiento de la Barranca, con el alma en vuelo, el corazón amplificado, la mente infinita, el ánimo universal…
Javier Agra.