Fuenteheridos es un pueblecito ubicado en pleno Parque Natural de la Sierrade Aracena y los Picos de Aroche que se beneficia del éxito que agobia al vecino Aracena. Los entusiastas domingueros que visitan este enclave onubense rehúyen de la aglomeración y la presión turística que sufre el que es cabecera de comarca, con su reclamo espectacular de las Grutas de las Maravillas, para disfrutar con tranquilidad y paz de la misma belleza rural de un entorno natural de montes, castaños y riachuelos todavía no contaminados por la masificación destructiva del consumo desaforado y la avaricia especulativa. Y es que, a pocos kilómetros de la abarrotada Aracena, se halla Fuenteheridos, un lugar minúsculo pero embriagador, como la esencia de los buenos perfumes, que sorprende al visitante con sus casas blancas, sus calles estrechas y empedradas y sus rincones recoletos y paradisíacos. En el centro del pueblo, una plazuela redonda, la Plaza del Coso, rematada con una cruz de mármol, desde donde nacen o llegan todas las collaciones que trepan y bajan de la ladera a la que se aferra la localidad, cual mota blanca en medio del verdor del paisaje.
Al lado de la plaza y formando con ella el núcleo urbano, se halla la Fuentede los Doce Caños, por la que brota incesante el agua que la sierra destila a través de manantiales subterráneos que allí emergen para dar nacimiento al también coqueto Río Múrtiga, que desemboca, tras serpentear por la sierra, en el municipio portugués de Barrancos, donde mezcla sus aguas con las del río Ardila, afluente del Guadiana. Antes de emprender tan tortuoso viaje, unas acequias canalizan las frescas y transparentes aguas hacia los “pagos” o caminos de riego, fincas abajo, no sin antes acompañar con su murmullo un breve camino que sirve de mirador del entorno y que está adornado de inscripciones en azulejos con versos relativos al “habla” o voces serranas. Se trata del Camino de los Poetas, homenaje de gratitud que la localidad brinda a sus líricos locales y a cuántos se han sentido embaucados por ella, dejando cumplido testimonio en sus obras.
Y en lo más alto, dominándolo todo como pináculo rojizo de un capirote de ladrillo, se yergue la torre de la Iglesia del Espíritu Santo sobre el caserío encalado y el follaje de plantas y árboles que lo rodea. A su vez, tabernas y casas de comida contribuyen con una gastronomía exquisita, que tanto distingue a estos parajes, al encanto de un pueblo que no se cansa uno de visitar. Pero no lo divulguen demasiado, no vaya ser que, de tanto recomendarlo, acabemos también masificándolo.