Revista Espiritualidad
Buceaba tranquila, a ciegas. Sentía pequeñas y agradables corrientes de agua fría que me mecían levemente. Salí al exterior sin sensación de necesitar una bocanada de aire pero no veía nada, todo estaba muy oscuro. Pensé incluso que había olvidado abrir los ojos e hice una mueca teatral para comprobar que tenía los ojos abiertos y sí, los tenía abiertos.
Pensé que sería de noche y que podría buscar algún punto de referencia para agarrarme y evitar que la corriente me llevará hacia otro sitio. Nadé hacia un lado, hacia el otro, pero no encontraba nada, solo agua, agua fría y negra.
Empecé a comprender que no encontraría tierra firme, ni rocas, ni nada... y pensé: ¿qué voy a hacer? Podía abandonarme a las corrientes pero me alejaría de donde estaba, pero ¿dónde estaba?
Unas preguntas me llevaron a otras y, de pronto, entendí que no sabía quién era, ni qué hacía allí. Intenté reconocer mi cuerpo con las manos pero no era capaz de hacerlo. No reconocía en mí una forma humana. Quizás era un pez...