Por Ramiro Aznar (@ramiroaznar)
Nadie es una isla por
completo en sí mismo; cadahombrees un pedazo de un continente, una parte de la Tierra.
John Donne, cita
inicial en Por quién doblan las campanas
Uno de los orígenes de mi fascinación
por los mapas se encuentra en los videojuegos de estrategia. Concretamente en
aquellos mapitas colocados en una de las esquinas de la pantalla. Siempre me encantaba
explorar los territorios no descubiertos, no conquistados. Esa terra incognita. Pero aún más, volver al
tiempo y comprobar cómo había evolucionado su paisaje y sus habitantes
virtuales. En juegos como el Warcraft o el Age of Empires, tus contrincantes
crecían agotando recursos minerales y forestales. Sus civilizaciones pasaban de
tribus a imperios. Y al final, sino acaban contigo, conseguías desvelar todos
los rincones de aquel mundo digital.
En nuestro mundo, los
innumerables satélites y el cochecito de Google han conseguido que ya no existan
espacios por revelar. Se acabó lo de «aquí hay dragones». Bienvenido el «allí
hay drones». Sin embargo, aunque hayamos barrido toda la superficie terrestre
con este sin fin de juguetitos de teledetección, aún existen regiones fuera del
mapa. Y no me refiero a las latitudes árticas, las profundidades abisales o las
selvas amazónicas. Sino a las regiones oscuras de nuestra mente. La denominada
sustancia o materia gris. Entre ésta y la sustancia blanca, fronteras.
Límites que serpentean entre nuestros lóbulos cerebrales. Barreras en nuestra conciencia que trasladamos a nuestro paisaje. El
mapa quizás no sea el territorio. Pero el territorio es nuestro mapa…
mental.
Cuando de los nublados límites de
nuestra pantalla surgía una patrulla de orcos, temblábamos si no teníamos nuestras
murallas construidas y nuestros arqueros apostados. Los veíamos avanzar por
aquel mapita de situación hasta que alcanzaban nuestra base, personándose como
figuras «de carne y hueso». Hoy lo mismo está sucediendo en Europa. Ahora
resulta que los puntos se
han convertido en personas. Éstas salen
de fuera del mapa. Y llegan a nuestras pantallas. De nuestros televisores,
tablets y smartphones. Todos tienen rostro, miradas. Historias. Familias.
Dramas. Hogares. Amigos. Sirios,
afganos, libios, iraquíes, malasios, ucranianos... Pero no temblamos,
nuestros muros y alambradas están bien establecidas y nuestra policía patrulla
nuestras fronteras. Y allí seguirán hasta que las fronteras que importan, las
de nuestras cabezas, sean derribadas.
Ramiro Aznar es
biólogo especialista en GIS y actualmente colabora con Paisaje Transversal en
la elaboración de cartografías y mapas.
Más textos de Ramiro Aznar publicados en este blog: http://bit.ly/RamiroAznar
Créditos de las imágenes:
Imagen 1: Una pareja de policías húngaros vigila la
alambrada entre Serbia y Hungría (Fuente: DailyMail)
Imagen 2: Lo importante no es donde están los sitios sino
quién dibuja los mapas (Fuente: El Roto-El País)
Revista Arquitectura
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