Qué tiempos aquellos cuando, con unas maletas de cartón atadas y paquetes de comida envueltos con papel de periódico, muchos españoles cruzaban la frontera y se iban a Alemania, Suiza, Francia u otros países europeos, para poder salir adelante. De esto hace unos cincuenta años.
Luego por los setenta regresaron muchos y ya no se iba casi nadie por necesidad. Las condiciones económicas hicieron posible que la emigración hubiera pasado a la historia, al menos como fenómeno de masas.
Después con la llegada del siglo XXI, el hecho aconteció a la inversa. En España, pujante y con un desarrollo económico –dañino pero real—, el flujo de inmigrantes aumentó considerablemente. Mano de obra no cualificada, en su mayoría, que venía de países iberoamericanos y africanos, fundamentalmente, a cubrir los puestos de trabajo que muchos españoles habían abandonado, y para los que faltaba mano de obra.
Pero, llegó 2008 y el proceso cambió. Estalló la crisis y la burbuja inmobiliaria. Nuestro paro ha ido en aumento, el poder adquisitivo ha bajado y la precariedad y condiciones laborales han empeorado. Lo que ha culminado con un paro juvenil cercano al 50%.
Mientras tanto, en otros países, que no han sufrido la crisis o la han solventado mejor, han empezado a necesitar trabajadores y mano de obra cualificada, lo que ha dado lugar a que muchos de nuestros jóvenes con estudios superiores traten de encontrar trabajo fuera del país.
Así, ingenieros, médicos, científicos y licenciados de todas las ramas, ante la imposibilidad de trabajar en España, buscan y muchos encuentran trabajo fuera de España. El año pasado hubo por primera vez, desde hace décadas, un balance migratorio a favor de la emigración. Ha habido más emigrantes que inmigrantes.
Y es que aquí, en momentos de crisis, lo primero que se corta es los recursos para la investigación y el desarrollo. Con lo que se quedan sin medios, los pocos organismos científicos públicos que existen y por lo tanto los investigadores son innecesarios.
Siempre hemos sido un país del corto plazo. La especulación y los negocios fáciles han sido nuestros objetivos. La investigación da frutos a largo plazo y eso no va con nosotros.
Ahora empezamos a pagar los errores de nuestro comportamiento. Muchos universitarios españoles formados en España,y la gran mayoría en universidades públicas, se están marchando a otros países.
Se calcula que 300.000 los jóvenes licenciados que podrían emigrar. Un coste que es difícil de asumir. Estos jóvenes deberían ser parte importante del futuro próximo. Puede ocurrir que dentro de pocos años, tengamos un déficit importante de científicos y que, sin presupuestos en investigación, quedemos en el pelotón de los torpes, con lo que supone: una dependencia total de otros países, mayor que la actual.
Los licenciados universitarios son un patrimonio que no se puede perder, porque significaría algo irreparable, irreversible. El costo económico de su formación ha sido alto y esa inversión no puede desaprovecharse. Se trata de dejar sin gran parte de intelectuales a este país que tanto los necesita. Significa dejar cojas a las generaciones venideras y un retraso difícil de superar en los próximos años. La comunidad científica e intelectual no puede prescindir de muchos de sus miembros, bajo pena de quedar en grave inferioridad.
Hay que apostar decididamente por la cultura y la ciencia. Y dotarlas de los recursos que necesitan. Nos jugamos el futuro.
No vale aquello de que no hay recursos. Eso es una vil excusa del gobierno. Es una cuestión de prioridades. Menos gastos en defensa, menos subvenciones y privilegios a la Iglesia, más lucha contra el fraude fiscal, una tasa a las transacciones financieras y verán cómo tenemos recursos.
Simple y llanamente es una cuestión de prioridades y que no nos vengan con cuentos.
Salud y República