Revista Opinión
Me vienen a la cabeza, en confuso tropel, frases tales como “homo mensura”, el hombre es la medida de todas las cosas, “homo sum et nihil humaum est a mihi alienum puto”, soy humano y juzgo que nada humano me es ajeno y, por último, y fundamental: no se ha hecho el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre.Hoy, mismo, en uno de los artículos de Público, escribía yo, como comentarista, que la muerte de un sólo hombre por causa de la energía atómica incapacitaría a ésta para seguir existiendo pero es el caso de que, en Hirosima y Nagasaki, murieron cientos de miles de personas, como usted y como yo, porque un camisero, sí, un hombre que empezó a ganarse la vida vendiendo camisas, decidió que así sucediera.Yo no sé cuándo este mundo loco comenzará a funcionar, si es que, al fin, lo hace con arreglo a las reglas de la puñetera lógica pero no tiene ningún sentido que se siente en la silla eléctrica a un individuo por el asesinato de otra persona y se dé honor y gloria a un tío que fue el padre de la bomba atómica, o sea, el mayor asesino en serie o de masas que ustedes hayan conocido nunca.Se necesita ser un gran hijo de puta para sentarse todos los días ante un block de papeles y trazar en ellos los guarismos necesarios para, al final, conseguir un instrumento que sirva no ya para matar a miles, a millones de personas sino para incluso acabar con la humanidad. ¿Ustedes se lo imaginan?Y el genial físico, o matemático, tiene, además, cara de buena persona, parece como si fuera incapaz no ya de romper un plato sino tampoco de matar a una de esas moscas tan molestas del verano.Hemos hecho todo lo posible por desnaturalizar al hombre, de un ser casi arcangélico, “¿quién, si yo gritara, me escucharía entre las jerarquías de los ángeles?”, lo hemos convertido en el peor de todos los asesinos, en ése que mata por mera fruición intelectual, por saberse el más inteligente de los hombres, por haber descubierto lo que indudablemente será el fin de la humanidad, y, entonces, Rilke, nos dice la verdad sobre este jodido, asqueroso personaje, “todo ángel es terrible”, de tal modo que, si el cielo y el infierno no existen, ello no será sino la peor de todas las injusticias, una injusticia tal que clamará al propio cielo, y al infierno, claro, porque ¿de qué otro modo podrá encontrar castigo la suprema maldad de un hombre capaz de buscar conscientemente el medio de destruir la Tierra y hacer desaparecer de ella el menor vestigio de humanidad?Y, entonces, los jodidos hipócritas de siempre, me dirán: ¿y quién le ha dicho a usted que el sabio atómico buscaba un arma de destrucción y no la llave para abrir la más poderosa de todas las fuentes de energía?Y yo le recordaré a este supremo hipócrita, que fue Hitler el que intentó desesperadamente conseguir la bomba, consciente de que ello supondría el fin, a su favor, de la contienda mundial, y que fue otro canalla semejante el que, al fin, la consiguió y la utilizó con la misma finalidad y la guerra se acabó. Albricias. E importó muy poco, casi nada, contemplar cómo, sobre el más espantoso escenario que nunca se haya visto, cientos de miles de seres humanos eran corroídos por la peor de las especies de un cáncer no sólo incurable sino también fuera de la posibilidad de acción de los calmantes, hasta la más horrible de las muertes, Rilke otra vez, unos cientos de miles de personas cuyo único pecado fue hallarse en el momento preciso en el peor de los lugares del mundo. Lo único aceptable que de aquel apocalipsis criminal se derivó fue aquella maravillosa narración de Alain Resnais y Marquerite Duras, “Hirosima, mon amour”, que ahora, cuando el azote atómico se ceba otra vez sobre Japón, nadie recuerda.Y los sabios, ¿sabios, realmente?, seguirán exprimiendo sus prodigiosos cerebros como nuevos ángeles, o arcángeles, de la muerte, mientras Rilke volverá a lanzar al cielo su terrible requisitoria : “¿quién, si yo gritara, me escucharía, entre las jerarquías de los ángeles?” y, ante su silencio, volvería escribir: “todo ángel es horroroso”.Horroroso viene de horror, que es lo que sucedió no hace tanto tiempo en Hirosima y Nagasaki y lo que sucede ahora mismo en Fukushima, sólo por la codicia de unos pocos hombres, los más poderosos, los peores, que quieren ganar un poco más de dinero.