Quien haya seguido este martes en televisión la entrevista que le hizo Sáenz de Buruaga a Mariano Rajoy habrá concluido que carece de encanto, que no es brillante, pero también que es un probo funcionario que sólo posee sentido común.
Su partido tendrá gente más o menos chispeante u ocurrente, como los demás partidos, pero él da sensación de ser reflexivo y sensato, al que no le guían ideas que no crea correctas, aunque se equivoque.
Esta imagen contrasta extraordinariamente con la de José Luis Rodríguez Zapatero, que en cualquier entrevista se explayaba sobre lo bonitas que eran las estrellas vistas desde el aire, cuando caíamos al vacío.
Como veía apenado los problemas del mundo, anunciaba que lo salvaría donando miles de millones, lo que provocaba la mística veneración de sus hagiógrafos modelo Suso de Toro o los Artistas de la Zeja. Así, nos arruinó.
Al contrario, este Rajoy parece un tipo gris y ordenancista, que piensa las cosas antes de tomar decisiones como pedir más dinero o el rescate europeo.
Que le recuerda a Artur Mas sin amenazas ni estridencias que aplicará firmemente las leyes si cumple su amenaza de no respetarlas y de rechazar la Constitución. Su calma lo hace creíble.
Y aunque uno no vote nunca al PP, por lo menos sabe que no lo dirige un insensato con ocurrencias cada pocas horas, como Zapatero, o que traiciona sus ideas más firmes para obtener el apoyo de las minorías nacionalistas, como hizo su exjefe José María Aznar al entregarles la enseñanza y la sanidad.
El hombre de los “hilillos de plastilina” del Prestige decía la verdad sobre lo que salía del barco una vez hundido, y en las peores circunstancias, que afectan a toda España, parece seguir diciéndola ahora.
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