Por Geoff Hernández
Definida la serie o no, lo de anoche fue histriónico. Una cachetada al ciclón español. Si de algo ha tenido que desprenderse José Mourinho en este viaje costoso al frente del Madrid, es de la soberbia; esa cualidad que te da los campeonatos y cómo no serlo cuando el planeta fútbol se arrodilló a tus pies siendo muy joven. El problema está en que este juego, como la vida, evoluciona constantemente, y si no te ajustás a sus rigores, llegará alguien que sí lo hará. Y literalmente, te pasará por encima.
Ilkay Gundögan fue el faro que iluminó todas las batallas del Dortmund. Rompió, anticipó, habilitó y definió. Con sus propios pies ideó el plano arquitectónico hacia el triunfo. La ridícula entereza de su carácter con sólo 22 años, lo magnifica. Su solidez técnica y minuciosidad táctica en cancha benefició en demasía a Reus y a Lewandowski. El error más grande del Real fue dejarlo libre, era el motor que impulsaba la maquinaria aurinegra. Su libertad promulgó el acta de aprehensión merengue.
Los vicios se contagian. Mou no aprendió del asesinato culé, y es que no puedes ir a la guerra con un solo plan, reducir espacios y contragolpear. La pluralidad de sistemas te pueden sacar del apuro cuando al frente tienes un rival plenamente superior. ¿Pero cómo puedes reaccionar si tu enemigo te mata con tus propias armas? ¿Cómo sacarte la depresión que significa ver tu mejor versión en el equipo rival? O peor aún: ¿cómo afrontar la realidad de tener sólo ochos días para revolucionar un modelo que pide retoques a gritos? Ya eso es trabajo del genio de Setúbal, en su cerebro descansa la utopía de la remontada. ¿Existirá? Ya veremos.
Era una secuela de lo que vimos en el Allianz. Un equipo gigante, autosuficiente, y sin temor de demostrar la rebeldía que estaba en sus venas, y otro que se estremecía desde las bases. Aletargado en su propia esquizofrenia. Ahuyentado de su mejor versión, y es que el gol del Madrid también fue producto de un error alemán. Ahí la síntesis del partido.
“Tengo el antídoto a la revolución mourinhista”, fue la frase housista de Klopp. Pareció arrogancia, yo lo llamaría genialidad. Su profundidad semántica lo obligó a trabajar por semanas para conseguirle la vuelta a esta versión contragolpista merengue. Halló la manera de ahogar a todos los vestidos de blanco cediéndoles el balón y obligándolos a desistir de su principal argumento: la finalización de jugadas en contra a través de sólo dos toques. Cuando a Pepe le daba alergia tener el balón y Alonso cometía errores inusuales en pases, era el momento para abarcar la siguiente fase del plan. ¿Cuál? Arrinconarlos y apelar a la profundidad por las bandas, como recurso primario. Triangulaciones en una baldosa. Permutaciones ofensivas y una efectividad en zona de definición que sólo Dios puede avalar. Ingredientes suficientes para aplastar cualquier respuesta. Perfecto Reus.
Robert Lewandowski, poeta de las redes. Bohemio del gol. Los goleadores son escogidos, no se forman. Dentro del organismo de ellos, siempre habrá una célula distinta, esa que te empujará a estar en el momento correcto y en el sitio indicado. Le partió el arco en mil pedazos a López en el penal, coronó el hat-trick (previous póker), con un recurso de fútbol sala. Jugó de espalda, pivoteó, dribleó, encaró, le sacó la lengua al offside varias veces y se jactó, mostrando la esencia de su arte en plena celebración. Mano derecha y cuatro dedos al aire. Antes del partido valía 40 millones su ficha, estos cuatro goles, multiplicaron la cifra. Salud, Rob.
¿Se puede perdonar la desaparición constante e inadmisible de Özil cuando el Madrid más lo necesitó? Por supuesto que sí, no hacerlo sería desacreditar el trabajo fantasma de Bender y Subotic, quienes le imprimieron en la espalda del turco-alemán un GPS para distinguir cada latido y cada aproximación milimétrica que pudiese terminar en asistencia. Se perdió, de nuevo. Como Modric. Los que más sabían con la pelota, eran los que menos la tocaban. ¿Casualidad? Nunca. Con mera premeditación a esto apostaba el Borussia, pues cuando le robas la batuta al Director, es imposible disfrutar de la hermosa sinfonía plasmada en la partitura. Schmelzer, ladrón del cuero.
Alemania odia a España. Es concluyente. Todo hombre tiene su propio Karma, el Real Madrid, también, y es la tierra del Führer alemán. Dortmund, Munich, cual sea, todos tienen la bendición de Zeus para derrumbar los muros blancos. Sin importar el nombre del técnico o de jugadores estrellas. Más dictatorial aún, ni en sueños habrá un Real Madrid- Barcelona en final de Champions. En consenso, los alemanes firmaron el acta en contra del clásico en Europa. Napoleón erró al invadir Haití. Madrid erró al atacar Dortmund. Klopp fue L’Overture. Es una tarea muy dura la que tiene el Real por delante, detener un cardumen elegante, sutilmente asesino, que viste de lino fino amarillo y negro y que tiene en mente detener a la bestia, el Bayern de Munich.