Acaba de cumplirse el 42 aniversario del fallecimiento de Francisco Franco y poco más del 81 del levantamiento con el que inició una guerra civil de tres años, con cientos de miles de muertos en combate y en las retaguardias de ambas partes, donde se fusilaba a los sospechosos de compartir los ideales contrarios.
La mayoría de los historiadores afirma que los franquistas fusilaron más que los rojos porque continuaron matando varios años más tras ganar la guerra, aunque si la hubieran perdido sería al revés.
En la zona que había sido inicialmente franquista, sobre todo, era fácil ver hasta hace poco a personas apacibles, incluso bonachonas, casi todas fallecidas hoy, que habían “paseado” y ejecutado en cementerios o cunetas a sospechosos de rojos, masones, incluso liberales.
Era más difícil ver a asesinos rojos: la mayoría se había exiliado; los que no, habían sido fusilados en cementerios o cunetas como represalia de los vencedores, aunque muchos anarquistas y comunistas se hicieron falangistas y denunciaron, incluso ejecutaron, a sus excamaradas.
Miremos al hoy. Preguntémonos quiénes serían capaces de hacer lo mismo, de lanzar todo su odio, ambición o envidia contra personas de ideología diferente sacándolas de su casa de madrugada para “pasearlas” hasta una tapia de cementerio o una cuneta para asesinarlas.
En las redes sociales se habla de los muros de los tuiteros. Muchas veces son tapias o cunetas en las que los más fanáticos y cargados de odio fusilan a los diferentes, a los opuestos ideológicamente, con frases e imágenes que muestran su deseo de poseer y usar balas de verdad.
La ley puede acusarlos de delitos de odio, cuando odiar no debería ser delito como tampoco lo es su contrario, amar, sino un anuncio para sus víctimas de que hay quienes las acribillarían si tuvieran ocasión. Pasar del odio o el insulto a la amenaza, sí es delito.
----------
SALAS