Revista Opinión

Fútbol, Delirio Literario

Publicado el 10 diciembre 2018 por Carlosgu82

Fervor de muchos, odio de tantos, el fútbol es un hervidero de pasiones, que traspasa los límites del césped de la cancha, desbordando el inmenso estadio que en cada partido desea ser espectador de una gran hazaña. Hazaña que espera ser plasmada por cientos de escritores arduos de expresar su odio o amor por uno de los deportes más practicados y seguidos en el mundo.

La literatura se ha convertido en el mejor vehículo para expresar el delirio que sienten los escritores apasionados por el fútbol, pues sólo un verdadero fanático de este deporte puede ser capaz de escribir y adentrarnos en sus pasiones, mientras nos mantiene a la expectativa de lo que sucede en cada una de sus líneas, como si estuviéramos observando un penal en el último minuto del partido.

Desde poemas hasta libros enteros, no hay límites narrativos a la hora de saciar su pasión.

La relación entre la literatura y el fútbol no es reciente: ya en las comedias de Antífanes en el 387 a.n.e. se habla sobre el juego de pelota que era capaz de llamar la atención del emperador Julio César; pero no fue sino en 1592 en su Comedia de los errores, que Shakespeare utiliza el fútbol como medio de expresión literaria: “Ruedo para vos de tal manera… ¿Me habéis tomado por pelota de fútbol? Vos me pateáis hacia allá, y él me patea hacia acá. Si he de durar en este servicio, debéis forrarme de cuero”.

En más obras Shakespeare siguió utilizando el fútbol como elemento de carácter metafórico. Diversos escritores de su época y posteriores siguieron su ejemplo, pero siempre utilizándolo como un carácter secundario dentro de sus escritos.

Sólo en el siglo XX el fútbol tomó la magnitud que conocemos en la actualidad, cuando se comenzó a dedicar textos completos a las pasiones que éste desenfrenaba. El fútbol se transformó en la musa que muchos deseaban.

La vida de un jugador siempre será motivo para escribir hasta la novela más emotiva, sólo hay que ver todas esas biografías que cuentan de “puño y letra” la historia de tantos “ídolos” y figuras del fútbol; en Yo soy el Diego (…de la gente), Maradona nos adentra a sus memorias, y junto a él reímos, lloramos, nos enojamos, compartimos su vanidad y narcisismo; somos testigos de cómo la mano del hombre se convierte en “la mano de Dios”.

No todos los futbolistas son tan narcisistas para escribir o mandar escribir su biografía, en cambio gracias a sus hazañas, los escritores les dedican páginas y páginas de relatos, cuentos, ensayos, hasta odas como el caso de Rafael Alberti y su Oda a Platko, en la que plasma el momento en que éste, portero emblemático del F. C. Barcelona, dejó de ser un simple guardameta para convertirse en héroe de toda una afición.

No todo lo que se escribe de los jugadores es acerca de sus grandes hazañas o de cómo se convirtieron en “ídolos”; en ocasiones se escribe de las tragedias que puede provocar el mundo del fútbol, un mundo lleno de traiciones, intereses, donde el jugador se convierte en un trozo de carne en venta al mejor postor y que puede ser desechado cuando ya no sea útil a los intereses del club, de su dueño, de su entrenador y hasta de su afición.

Horacio Quiroga, fiel a su estilo, nos presenta el cuento Suicidio en las canchas, en el que nos relata el dramático caso del jugador del Nacional de Montevideo, Juan Polti, quien atormentado por su baja de juego y su próxima venta, se dio un tiro en el centro de la cancha siendo coherente con sus palabras: “El día que no me encuentre más en forma, me pego un tiro”.

Como bien dice Juan Villoro: “Una vez elegido el club que determina el pulso de la sangre, no hay camino de regreso”, se le es fiel a la camiseta de nuestros amores, sufrimientos y dolores. Por qué no expresarlo mediante un cuento como lo hiciera Mario Benedetti en Puntero izquierdo, narrado como sólo un futbolero sería capaz hacerlo:

 
“Hace ya dos años y me parece ver al Pampa, que todavía no había cometido el afane pero lo estaba germinando, correrse por la punta y escupir el centro, justo a los cuarenta y cuatro de la segunda etapa, y yo que la veo venir y la coloca tan al ángulo que el golerito no la pudo ni pellizcar y ahí quedó despatarrado, mandándose la parte porque los de Progreso le habían echado el ojo”.
 

Este relato rescata el amor por sobre el interés, el ideal por sobre la conveniencia, a no traicionar los colores de la camiseta del equipo de tus amores.

No siempre las historias contadas en la literatura futbolera son de figuras del fútbol, a veces nos narran sucesos que marcaron de manera significativa a un país, un equipo, un pueblo, una ciudad o tan sólo al hombre que las ha plasmado. Dios es redondo, de Juan Villoro, es una amena plática sobre algunas de las hazañas mas significativas del fútbol, en la que lleva a los fanáticos de las canchas a rememorar esas pasiones, a revivir cada instante que marcó la historia del fútbol, a recorrer la religión que llena las canchas, sus supersticiones y sus mitos. A los ateos descreídos que odian el fútbol los incita a entender el delirio de los futboleros; su narración nos mantiene al borde del asiento, sintiendo cada instante que es plasmado lleno de pasión de un fanático del fútbol, pero siempre en un tono reflexivo.

 
“Un mexicano adicto al fútbol es, entre otra cosa, un masoquista que colecciona agravios, jueves de dolor para los que no hay domingo de resurrección. ¿Qué sería de nosotros sin este agitado melodrama?”.

En el fútbol están representadas casi todas las pasiones humanas: el amor, el desamor, el odio, el orgullo, la justicia, la injusticia, la solidaridad, la sed de venganza, el coraje, la ambición, la cobardía, la violencia, el culto al dinero, el poder; cada vez que se juega un partido, el césped es testigo de una nueva historia, que espera ser contada.


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