Estamos en plena Eurocopa de fútbol. Independientemente de si España va superando fases de la competición y, eventualmente, llega a ganarla, el paisaje informativo y social está plagado de pasión futbolera.
El resto de los problemas pasan siempre a un segundo plano por graves que sean. No hay nada como un sentimiento patrio cuajado de banderas para exacervar el sentimiento nacionalista.
Hasta extremos absurdos como el de anoche: España gana in extremis un partido decisivo y consigue pasar a la siguiente fase como primera de su grupo de clasificación. En el Colegio Mayor que hay enfrente de casa, un grupillo de jóvenes universitarios enchufa un equipo de música de un coche y ponen el himno español para celebrar la enésima gesta.
El himno que suena es el preconstitucional, aquel cuya letra compuso José María Pemán, y que exalta las virtudes del régimen franquista. Incluso algunos "hijos del pueblo español" alzan los brazos al grito de "triunfa España". Ver para creer.
Y este no es más que un aspecto más del "lenguaje" del fútbol: el que tiene que ver con la exaltación irreflexiva de los sentimientos, del aluvión incontenido de filias y fobias, adornado de pasión.
Otra parcela de ese "lenguaje" es la que tiene que ver con el uso de la lengua en sí misma.
Hace unos días hablábamos de la frase de Gómez Torrego de que "En contra de lo que se afirma con frecuencia, el lenguaje deportivo enriquece la lengua…". Y la ilustramos con el edificante ejemplo titulado El lenguaje deportivo enriquece la lengua… (hoy Antonio Lobato).
Es nuestra intención ilustrar hasta qué punto es cierta la frase de Gómez Torrego. Ya les adelanto que no estamos de acuerdo con ella. Más bien al contrario: pensamos que el lenguaje deportivo empobrece el lenguaje y lo vulgariza, a base de muletillas, frases hechas, dando importancia a sucesos irrelevantes, llenando los espacios informativos de alusiones futbolísticas, como si la realidad hubiese que interpretarla en función de si tu equipo ha ganado o no…
Y para muestra, un fragmento de un "dardo" de Fernando Lázaro Carreter, publicado en El País el 29 de agosto de 1999. Hablaba D. Fernando de "Telefonía sin tildes", y llegados a un punto, comentaba el ventajoso empleo profesional del artefacto (teléfono) en radio y televisión "que tanto bien hace a nuestro idioma".
Y citaba algunos ejemplos:
"… han podido ser oído cuentos de comunicadores de corte y provincia narrando fichajes y partidos de fútbol a punta de telefonino. Así han dado un meneo al idioma que lo ha dejado más joven aunque algo más bobo.
Se ha contado, por ejemplo, cómo se ha pagado por un as una cifra salomónica: ¿no es acertado ese adjetivo, siendo tan famosas las minas del gran rey de Israel?
A otro corresponsal se le felicita desde Madrid por su prolija información, que ha durado minuto u medio, sobre un jugador enfurruñado con su míster. No cabe mayor innovación que la de hacer elogiosos al adjetivo prolijo.
A la noche siguiente, el enfurruñado ya no lo está, lo cual, afirma el locutor de turno, nos congratula. Decir, como antes se hacía, que nos congratulamos (de ello) queda, no sé, como muy pleistoceno. Me repito: "Las paces de esos futboleros me congratulan", y siento que me he quitado veinte años de encima.
A lo que no he podido llegar aún es al alante universal de los contadores de partidos de fútbol y carreras: "Solo hay un jugador "alante", "va por alante un grupeto (¡así dicen!) de tres unidades" (o sea, corredores).
Armándome de valor, probé este verano a usar el adverbio en el ascensor de un hotel, al advertir a un conocido magistrado que estaba impidiendo con su cuerpo el cierre de puertas: "Entre usté, señor juez, pasé usté más alante", le dije. Y me lanzó una mirada inolvidable."
Que disfruten, cada uno según su sentir personal, del fútbol, del lenguaje, o de ambos, en ese maridaje tan extraño que a veces tiene lugar entre ambos mundos.