Fuera de mi familia, no hay nadie a quien aprecie yo más que a futbolín.
Creo que es un tipo casi perfecto.
Pero está, para nuestra desgracia, ese jodido “casi”. Tiene el puñetero una cualidad formidable que, sin embargo, en su caso, para mí, se convierte en un puñetera desgracia: la curiosidad, es un poco cotilla, y creo que él lo ha reconocido ya por aquí, alguna vez. En mi tierra murciana a estos tipos los denominamos muy gráficamente: picaflor, los jodidos, los puñeteros, no tienen ninguna clase de contención, quieren libar de todas las flores.
Que él me perdone, si le ofendo, pero ésta es una cualidad típicamente femenina, que le impele, algunas veces, a meterse en auténticos charcos.
Y, ahora, no se ha metido en un charco sino, por lo menos, en dos.
Al comentar yo que si mi hermano hubiera podido instruirse de la misma manera que yo, tal vez ahora sería no como yo sino mejor, en el sentido de tener más abiertas sus orientaciones sociales, futbolín, entra rápido y dice que lo traiga yo por aquí, por mis blogs, y ya le daremos nosotros lo que no ha podido darle Salamanca.
Hace, pues, futbolín referencia a la famosa frase “quod natura non dans, Salamantica non praestans”, lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta, y no cabe la menor duda de que tanto la frase, como el jodido futbolín, tienen toda la razón.
En mis andanzas universitarias, he tenido muchos entrañables compañeros que eran burros de naturaleza y su paso por los aulas de la Facultad de Derecho, no aclaró demasiado su escasa inteligencia.
Inteligencia, he aquí la palabra. La capacidad de entender el mundo, las personas y las cosas, de descubrir la verdad como adecuación del pensamiento a la realidad, a la manera de ser del mundo, de la vida, de las personas y de las cosas.
En el fondo, lo que yo planteaba era que yo soy, en gran medida, como me hicieron mis profesores universitarios, sobre todo 2, Antonio Truyol Serra, que me enseñó a pensar con sus clases de Filosofía del Derecho, él mismo llegó a ser magistrado del Constitucional, a propuesta de CiU, despertando, además, mi curiosidad por frecuentar a los grandes maestros de la ciencia jurídica.
Pero, sobre todos, Enrique Tierno Galván, el famoso Viejo Profesor que, cuando yo lo conocí, era todavía muy joven.
Tierno hizo algo mucho más importante que Truyol, más que a pensar, me enseñó a sentir y a esto es a lo que yo me refería echándolo de menos en mi hermano Jesús, lo que ahora se ha dado en llamar la inteligencia emocional junto a la inteligencia de siempre, la inteligencia intelectual.
Lo de Truyol, no cabe duda, fue muy importante, con él me acerqué definitivamente a las cumbres del pensamiento jurídico de toda la historia humana, con él, comulgué con los jurisconsultos romanos, los padres de todo el Derecho actual y proseguí con toda esa inmensa pléyade que se dedicó a lo largo de los siglos a pensar el Derecho como el sistema más adecuado de regular las relaciones humanas, pero el Derecho no es sino una serie de rígidas normas de conducta, sin cuyo imperio, ya lo he dicho, no podríamos vivir un sólo instante, pero mucho más allá de él, se halla, callada, silenciosa, la Justicia.
El Derecho dice “dura lex, sed lex” pero la “iustitia est divinarum atque humanarum rerum notitia iusti et iniusti scientia”, o sea que mientras la ley es dura pero es la ley, o sea mientras el Derecho muestra su faz más dura e intransigente, la justicia se nos aparece como la noticia de las cosas divinas y humanas y la ciencia de lo justo y de lo injusto y estos respectivos caminos llevaron a Truyol al Tribunal Constitucional y a Tierno a la persecución política, la destitución de su cátedra y al destierro.
Qué duda cabe que la inteligencia intelectual le dictaba a Tierno callarse y otorgar ante uno de los regímenes más duros que ha soportado la humanidad, la larga noche de piedra, que dijera Ferreiro, pero la inteligencia emocional le impulsó a arriesgarlo todo en pos del sentimiento de justicia cotidianamente despreciado por los esbirros canallescos del Generalísimo.
Conmigo estudiaron 70 tíos más. Que yo sepa, sólo yo he seguido la senda que marcara Tierno, sólo uno de 70, parca cosecha, mi hermano, estoy seguro, se habría fumado las clases de Tierno, siempre casi vacías porque al jodido tipo le dio por hablarnos durante 2 años de la puñetera paideia, una simple excusa para que aprendiéramos marxismo, pero, a lo que parece, la semilla sólo fructificó en mí porque seguramente sólo yo estaba preparado emocionalmente para recogerla adecuadamente. No sé. “Paideia (en griego paideia, "educación" o "formación", a su vez de pais, "niño") era, para los antiguos griegos, la base de educación que dotaba a los varones de un carácter verdaderamente humano. Como tal, no incluía habilidades manuales o erudición en temas específicos, que eran considerados mecánicos e indignos de un ciudadano; por el contrario, la paideia se centraba en los elementos de la formación que harían del individuo una persona apta para ejercer sus deberes cívicos”. (Wikipedia).
El problema de mi hermano, que se crió como yo, que pasó más hambre aún que yo, cuya vida fue mucho más dura que la mía, picando piedra en los puñeteros canales del Taivilla, que el almirante Bastarreche patrocinó para que la plaza fuerte de Cartagena tuviera cuanto antes agua corriente, mientras yo estudiaba en la universidad de Murcia, infectándome con las deletéreas doctrina de un jodido y peligroso marxista al que tuvieron que quitarle su cátedra, perseguir y desterrar, el problema de mi hermano, digo, es que no tuvo a nadie que le enseñara a transformar toda esa inmensa energía intelectual y emocional que cada día le oprimía desde las 5 de la mañana en los canales del Taivilla, en una emoción limpia y clara que le enseñara para siempre que él se estaba destrozando su cuerpo para siempre para que otros hombres se enriquecieran sin mover un sólo músculo de su cuerpo. Mi hermano va a morir, ya tiene 77 años, sin saber, sin haber leído nunca la palabra “plusvalía” y estoy seguro de que se reiría de mí si yo tratara de explicarle de qué va la cosa, para él lo único cierto es que vive en una casa mucho mejor que la mía y que tiene una finca rústica que riega gracias a esos honrados tipos del PP, la peseta, coño, la jodida peseta, o el todavía más puñetero aún euro, por el que yo decía el otro día que mi hermano, seguramente la mejor persona que conozco, si no hay dinero por medio, es muy capaz de matar.
O sea, mi querido futbolín, inteligencia intelectual, la suya, y la de Truyol, frente a la inteligencia emocional de Tierno, tuya y mía, y de todos los que somos capaces de movernos por intereses ajenos que muchas veces se hallan en clara oposición a los nuestros.
Por último, una triste impresión que me embarga desde siempre: frente a este estado de cosas, muy poco podemos hacer tú y yo, escribiendo hasta rompernos los dedos en estos puñeteros blogs de todos nuestros pecados.