Durante varios veranos, el futbolín formó parte, junto con el billar y las tardes de banco y pipas, de mi tríada de entretenimiento.
Personalmente prefería el billar, aunque nunca fui buena jugadora ni de lo uno ni de lo otro, la cuestión era elegir entre jugar central y delantera para no marcar o que me plantaran a defender y vigilar la portería, entonces me las metían todas. Mi excusa era que sin gafas no veía bien las pelotas... gracias a la fe que tenían mis amigas en mi porque lo cierto es que las gafas solo las necesitaba para ver la televisión y estudiar.
A mí, lo que realmente me pasaba es que era malísima, pero para jugar bien ya estaba una de mis amigas. Las demás nos movíamos en la delgada línea entre reírnos sin complejos de todo y de todos mientras defendíamos una portería con un tío muy estirado y lo sexy que creíamos que se nos vería con el taco en la mano y golpeando pelotas... Quizás era todo una metáfora de lo que vendría después.
Porque, decidme la verdad, ¿lo de un tío tieso como un palo marcando el territorio para no dejarte pasar no os parece una metáfora? ¿Ni lo de tener ganas de coger un palo y golpear pelotas tampoco? Pues eso mismo.
No había muchas chicas en mi pueblo que, en los último noventa y los primeros dos mil, se dedicaran a jugar al futbolín... tampoco a billar. Pero nosotras no éramos como el resto. Entre canciones de adolescentes de Música Sí, a nosotras se nos colaban las de Sabina, las de Manolo García, las de Dire Straits y Mike Oldfield, las de Brian Adams,... Y las de Molotov, hasta casi convertir Puto en un himno. Entre cartas, los primeros SMS...
Jugar al futbolín era beber coca-cola y cantar Los Managers de Kiko Veneno. Era el abrazo a la amiga que acababa de llegar de Barcelona y que sabía dónde encontrarnos. Era olvidarnos del mundo y concentrarnos en el momento, en nosotras... y fuera ya podía caerse el mundo. Jugar al billar era ponerse guapa los fines de semana, las primeras copas, los primeros coqueteos... incluso las primeras decepciones. Pero aprender así, era mucho más divertido.
Éramos, quizás, parias o puede que nos adelantáramos a los tiempos sin darnos cuenta y sin que ninguna ministra viniera a decirnos que éramos débiles y que ella había llegado para protegernos. Nosotras nos protegíamos solas, entre todas... En ese momento teníamos el mundo en las manos y no lo sabíamos.
Volver al futbolín es volver a la adolescencia. Incluso es volver al momento en el que, después de varias partidas, se arrimaba el machito de turno y te decía que le dejáramos el sitio a él y a sus amigos... "Dejad jugar a los que saben"... Reírte en su cara y seguir jugando. Lástima, que los que saben, también quisieran su foto en la última final de la Copa del Rey y que no estuviéramos allí para reírnos y seguir marcándoles goles por la escuadra.
P.D.: la foto es de años después, en aquellos años que hablo, aún no teníamos móviles con cámara y las fotos se hacían los días señalados.