García Márquez ha sido un gran novelista -para mí, pero eso es muy personal, el más grande del siglo XX-; pero también un maestro -un verdadero maestro en estos tiempos en que esta palabra está devaluada por su excesivo uso- para todos los que nos dedicamos al periodismo. Cuando, hace diez años, fui a Bogotá para asistir al festival de teatro iberoamericano, la jefa de prensa del certamen me contó que García Márquez había sido una losa para varias generaciones de periodistas en Colombia, acomplejados por lo que el escritor había hecho.
Algo similar sentí yo cuando leí Noticia de un secuestro. Recuerdo que empecé su lectura durante un viaje, en el avión. Leí la primera página, en la que se describe el miedo de una mujer que siente que alguien la sigue en el camino a su casa. y cerré el libro. Me derrumbé: ¿cómo se podía describir una situación y unos sentimientos con tanta belleza y precisión en apenas unas líneas? Tuve el libro cerrado, sobre mis piernas, un buen rato. La azafata me preguntó por el libro. ¿Qué tal es? No recuerdo que le contesté, pero sí lo que pensé. No sé por qué me dedico al periodismo; nunca seré capaz de contar las cosas como él.
Otro de sus libros que me ha impresionado es Relato de un náufrago. Me lo recomendó hace muchos años Lluís Pasqual, y siempre se lo agradeceré; es una narración deslumbrante, seductora, magnética. Como Yo no vengo a decir un discurso, el libro en el que recopila una serie de textos escritos para decir en público. Y Memoria de las putas tristes, y El otoño del patriarca, y La hojarasca, y El amor en los tiempos del cólera, y...
Mucha gente habla hoy de Gabriel García Márquez y explican, mejor que yo, su papel determinante en la literatura universal. Pero yo no podía dejar de contaros lo que ha significado para mí. Descanse en paz, Gabriel García Márquez.