Puede escuchar el texto al final del artículoHay dos métodos seguros e infalibles para que una chusma compuesta por los más indeseables y perturbados de una sociedad llegue a odiar a alguien y manifestarlo abiertamente.
Uno, que ni ante las presiones de tal banda de degenerados ese alguien renuncie a sus principios, más aún si éstos son correctos. Pocas cosas enfurecen más a una multitud de corruptos el hecho de que una persona que tienen enfrente no quiera corromperse.
Y dos, que alguno de los corruptos que haya alentado a esa multitud, ya sea con hechos o con palabras o con una combinación de ambos, después no acompañe a esa chusma hasta el final de sus pretensiones y ésta se sienta traicionada por el manipulador que un día les dio alas y hoy se pone de perfil cuando la situación se descontrola.
Lo sucedido este pasado fin de semana con Gabriel Rufián-quizás pocas veces un apellido haya estado tan ajustado al comportamiento de un personaje-es mucho más parecido a lo segundo.
Rufián es un elemento político que jamás ha aportado nada de valor en toda su bien pagada carrera política. Un político que no es recordado ni por una sola cita célebre ni por un solo discurso coherente. El argumento de semejante botarate siempre fue la provocación, y así nos lo ha hecho ver una tras otra de las ocasiones en las que ha tomado la palabra en el Congreso de los Diputados y en los espacios de televisión de los canales izquierdistas que le dan cancha.
Como todo parlamentario de la Esquerra Republicana de Cataluña, no ha dejado escapar una sola ocasión de mostrarse contrario no solo a España, también hacia el orden legal yla soberanía del pueblo español por encima de cualquier iniciativa autonómica como es el corrupto independentismo catalán, todo adornado con ocasionales payasadas protagonizadas en el Congreso; lugar que merece el máximo de los respetos para cualquier diputado que cobra de los impuestos de todos los españoles.
El independentismo catalán, en los últimos años, ha dejado ver por fin su verdadero aspecto de monstruo de dos cabezas. Una de ellas es la de “cara amable” y “revolución de las sonrisas” planificadora del expolio económico y de las estrategias violentas que ahora asolan Barcelona. La otra es la descarnada y furiosa cara de la violencia, el nazismo catalán supremacista y excluyente. Y en no pocas veces el indeseable Rufián, desde el primer rostro de las sonrisas canallas, ha defendido, tácitamente y con sus mensajes ambiguos y sus elocuentes silencios, al otro rostro; el de la violencia y el terror. El rostro que en estos días se ha manifestado y que ya ni un solo falsario argumento independentista podrá ocultar a España y al mundo.
Apenas tres días después de que Rufián publicase un mensaje en el que, cómo no, incidía mucho más en acusar de comportamiento “desproporcionado” a los antidisturbios que en el salvajismo independentista, tan solo tres días después, esos mismos CDR a los que ha evitado criticar con la misma contundencia que a la policía, le han increpado tales cosas como “fuera de aquí”, “aquí no te queremos”, ó “botifler”, cuando se presentó a lucir palmito en una manifestación por la libertad de los presos delincuentes incitadores y actores del proceso indepe.
La cara de Rufián era todo un poema. No es para menos. Incluso para un político manipulador y farsante como él, debe tocar mucho el corazón que el independentismo violento que su partido ha fomentado desde las bases durante muchos años, incluso dando cobijo a quienes fueron terroristas sanguinarios.
Hoy el monstruo de dos cabezas del independentismo, al que en los últimos años la derecha nacional católica catalana y el nacional socialismo catalán han alimentado con ínfulas de república independiente y supremacía racial, muerde la mano que le ha dado de comer. No será la última vez, y posiblemente veamos situaciones peores. No perdamos de vista que ahora más que nunca el independentismo necesita mártires que mostrar a sus multitudes. Cadáveres que arrojar a la cara del “Estat Espanyol”. No sería la primera vez que sucede. Más de trescientas personas perdieron sus vidas en las revueltas de Barcelona en los años de preguerra civil y hoy, un siglo después, demasiadas cosas se parecen a lo sucedido en aquellos tiempos. Y Gabriel Rufián, en esta ocasión el tonto útil de los violentos, amortizado payaso en el congreso, y cómplice junto con su partido de lo que está sucediendo en Cataluña, se ha llevado parte de su merecido. Le han insultado y despreciado los suyos, los que queman, destrozan y odian; y eso no es ni mucho menos tan divertido como presentarse en el Congreso a burlarse de España montando numeritos para aparecer en los canales de televisión. El mal a veces premia, pero en realidad pocas veces paga lo que el malvado espera.
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