Gabriela Mistral fue el seudónimo de Lucila Godoy Alcayaga, la primera autora hispana que logró el Premio Nobel en 1945.
Progresista y muy preocupada por el desprecio hacia la mujer que percibía en la sociedad, desarrolló una enérgica actividad pedagógica desde sus comienzos como maestra rural hasta que logró reorganizar la Enseñanza Pública en México.
Fue ella precisamente quien introdujo al joven Pablo Neruda en la lectura de los grandes novelistas rusos que admiraba, y también fue quien precedió al gran poeta del amor en el tratamiento de temas como América, o su naturaleza.
Sin la solemnidad de los versos de Rubén Darío, su poesía es austera, de una gravedad profunda, casi mística, y está poblada de niños, de naturaleza, de mar, y de un intenso y doloroso sentimiento maternal.
También vibra en sus versos el sentimiento de una amarga soledad y de una gran tristeza, de una necesidad total –e insatisfecha también- de amor, que canaliza en un sentimiento hacia los más desprotegidos y en especial hacia los niños.
Espacio preponderante en su obra lo ocupa el tema amoroso vivido con dolor y nunca superado. Su tragedia personal, al perder al hombre que amaba cuando éste anunció su compromiso con otra mujer, y su muerte violenta poco tiempo después (se suicidó), sumieron a Gabriela Mistral en una profunda postración, reflejada en los versos de su primer libro “DESOLACIÓN” (1922), en el que el amor y la muerte son los protagonistas.
Sin embargo, tres años más tarde publicó “TERNURA”, recopilación de canciones para niños en que vuelca todo su amor a los más débiles y su capacidad de sentir, con una voz que suena ya serena y maternal (no en vano fue llamada “la madre de América”).
Al morir su madre en 1929, le dedicó la primera parte de su libro “TALA”.
Gabriela Mistral nació el 7 de abril de 1887 en Vicuña, un pueblecito rodeado de las montañas que evocaría a lo largo de toda su vida. Su niñez está marcada por la ausencia del padre, que abandonó a su familia cuando Gabriela tenía tres años.
En 1904 comenzó a trabajar como profesora, y a mandar colaboraciones a varios periódicos. Como profesora, le encantaba el contacto con sus alumnos y sentía el deber de enseñar y educar. Para ella los libros eran algo sagrado.
Incansable viajera, a los 35 años inició su vida diplomática e itinerante: primero México, después Nápoles, Madrid, París, Lisboa, Roma, Estados Unidos, Centroamérica, Las Antillas… Llegó a conseguir el prestigioso puesto de directora de un Liceo en Santiago de Chile, pero los profesores no la recibieron bien porque le reprochaban su falta de estudios profesionales… Hizo después una gira por Estados Unidos y pasó a Europa, donde fue representante ante la Liga de Naciones, siendo una de las pocas mujeres con ese cargo.
Durante su estancia en Madrid, Carmen Conde fue una de sus mejores amigas y nos hizo de ella este retrato: tímida, introvertida y hasta huraña, individualista y rebelde, una mujer de abismos. No obstante, cuando penetrabas en su interior, todo era bondad infinita y una inteligencia excepcional. Fue cristiana y muy sensible al dolor de los que la rodeaban: cuando vivía en París, su habitación de hotel se convirtió en centro de reunión de españoles exiliados por la Guerra Civil. En 1943 se suicidó en Brasil Juan Manuel Godoy Mendoza, un joven que había sido adopatado por ella, conocido como su sobrino, pero que Doris Dana, su albacea literaria y su confidente aseguró antes de morir que en realidad era su hijo biológico.
Murió el 10 de enero de 1957 en un hospital de Hempstead, donde en vano luchó contra un cáncer. Su última voluntad fue que la enterrasen en los valles que la habían visto nacer. Había recibido numerosos galardones: el 10 de diciembre de 1945 recibió el Premio Nobel de Literatura de manos del rey Gustavo V de Suecia. En 1951 obtuvo el Premio Nacional de Literatura, y entre los numerosos doctorados “Honoris Causa” que recibió, destacan el de la Universidad de Guatemala, la de California, Los Ángeles, Florencia, y por fin en Chile, donde finalmente decidieron ofrecerle tal honor en 1954.
Cuando acaban de cumplirse 50 años de su muerte, creo necesario este recuerdo que quiere ser a la vez homenaje sincero a quien amó y sufrió por amor, y a pesar de ello, no dejó de caminar y de ayudar a cuantos encontró en su camino. No en vano le fue concedido el Nobel por expresar en sus versos su ternura hacia los niños ajenos, y por su gran resignación ante el dolor. ______________
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Sección para "Curiosón" de Beatriz Quintana Jato.