A los canallas les ha llegado la hora de la furia popular. Los pueblos ya no están dispuestos a soportar a criminales y a corruptos en el poder. La Humanidad abre las puertas a una etapa gloriosa y, a la vez, dolorosa, de su historia: la de la rebeldía popular contra la indecencia y la ignominia de los poderosos.
La rebeldía de su pueblo, al que no ha dudado en masacrar en las calles de Bengasi, Trípoli y otras ciudades de Libia, ha desvelado el verdadero rostro del dictador libio Muamar El Gadafi, que es el de un malvado de gatillo fácil. Para ocultar sus crímenes, la dictadura libia ha cerrado las puertas a la prensa, pero las asociaciones de derechos humanos hablan ya de casi quinientos muertos y del empleo de aviación, bombas, artillería y mercenarios subsaharianos para sofocar la rebelión.
Gadafi, acorralado, tiene a su pueblo en contra, a los imanes y ya sufre deserciones en sus fuerzas armadas. Su caida y su castigo son ya metas ineludibles para todo ser humano decente de este planeta.
Vergonzosamente protegido y mimado por Occidente, únicamente porque es rico en petrodólares, a pesar de que ha sido protector de terroristas y masacrador de su propio pueblo, el descubrimiento por parte de la prensa mundial de la maldad del tirano libio desvela también la falta de ética y de principios de unas democracias occidentales que le han protegido durante décadas y recibido con los brazos abiertos y con honores.
Los musulmanes, a pesar de que concentran el odio y el recelo de muchas sociedades de Occidente, están sirviéndonos de ejemplo a los demócratas porque han sabido rebelarse y revolverse contra las tiranías que les aplastan y contra una corrupción que les degrada, mientras en nuestras viejas democracias seguimos tolerando a sátrapas que nos roban y malgobiernan.
Aqui, en muchos países occidentales, las sociedades se han envilecido y han perdido ese espíritu rebelde que es el que hace progresar al mundo. Hemos aprendido a convivir con la corrupción, nos hemos hecho cobardes y somos incapaces de plantar cara a dirigentes políticos corruptos e ineficientes, que han conducido a sus respectivos pueblos hacia el fracaso y la ruina, como es el caso de España, donde un Zapatero abrumado por casos sangrantes de corrupción y de abuso de poder en sus propias filas, ha sembrado su país de desempleados, nuevos pobres y gente infeliz, sin que los ciudadanos hayan tenido el valor de obligarle a abandonar el poder y a convocar nuevas elecciones.
La cobardía de Occidente frente a los tiranos es una de las peores lacras de nuestro mundo. Democracias que debían sustentarse sobre los derechos humanos y el respeto a los ciudadanos son capaces de convivir con tiranos, sátrapas y asesinos, cerrando los ojos con hipocresía o quizás sin saber siquiera que la democracia, sin ética, es pura tiranía. El mejor ejemplo de esa cobardía entreguista y sin principios es el reciente viaje de José Bono, presidente de las Cortes españolas, a Guinea Ecuatorial, ante cuyo dictador, Teodoro Obiang, una especie de canibal aupado al poder vitalicio, no fue capaz ni siquiera de mencionar el valor de los derechos humanos.
El ejemplo de libios, egipcios, tenecinos y yemeníes es una bofetada en el rostro del Occidente cobarde y, más concretamente, de la España que soporta sin dignidad la corrupción, el mal gobierno y la indecencia que gobierna sin democracia ni ética desde palacios y parlamentos.