Revista Opinión
En las fotos, el yerno de Aznar y su íntimo amigo el hijo de Gadafi, la espada del Islam
Cuando los dioses quieren perder, hundir a alguien, primero, lo emborrachan de poder, lo ciegan con un exceso de autoridad.Esta sería la desgarradora lectura de los últimos acontecimiento en el Norte de Africa.Pero ¿hay dioses verdaderamente o son ellos, precisamente, estos pequeños homúnculos los que se han creido que eran dioses?Porque lo tremendo de todos ellos, si nos detenemos a pensarlo, es que los tres empezaron a aproximarse al poder por la izquierda, dos incluso llegaron a presidir, o casi, internacionales socialistas y el otro llegó a realizar, o inspirar, atentados furibundos contra la omnipresente derecha, Lokerbie, pero, entonces, ¿qué es lo que pasa con la izquierda, cuando llega al poder?Y ya estoy leyendo a esos magníficos comentaristas de la izquierda diciendo que no es izquierda todo lo que reluce, no son de izquierdas todos los que lo dicen, y es verdad, si lo sabré yo.Gamal abdel Nasser fue un atractivo señuelo para los que querían realizar una revolución socialista panarábica. Ahí es nada, extraer a unos pueblos, a unas tribus, perdidas esntre las arenas de los desiertos, sumidas en la incultura y en una fe tan irracional como apocaliptica y llevarlos en volandas hasta el socialismo por la potencia de las armas.N-1, todos estos caudillos árabes intentaron una revolución armada iniciada y desarrollada desde el ejército pero no supieron comprender que el ejercito es la antítesis del socialismo, el socialismo, en el fondo es el más feroz de los ataques contra el poder, pero esto no es más que una simple teoría, porque, en la práctica, al socialismo, puro y duro, no se puede llegar sino es a través del más estricto de los poderes puesto que ataca de raíz las bases de una organización social que hace miles de años que adquirió carta de naturaleza.Para abolir la propiedad privada y derogar las leyes sucesorias hay que tener el más omnimodo de los poderes porque el instinto posesivo y el de familia, el de la sangre, son los más poderosos porque no son sino emanación del instinto de conservación.De modo que estos hombres iniciaron su andadura política tratando sinceramente de hacer mucho mejor la situación de sus pueblos y acabaron todos ellos, sin exclusión, convertidos en auténticos tiranos y practicando, a muerte, lo que en principio quisieron combatir, la codicia y el nepotismo.Resulta incluso ridículo de tan significativo que todos ellos hayan intentado crear sus propias dinastías. Al propio tiempo que invertían sus más acendrados instintos, el antisionismo, y mitificaban su propia personalidad, intentando alcanzar un status casi divino.El más representativo, en este aspecto, es, sin duda, Gadafi, al que ser jefe de gobierno le pareció tan poco que se situó por encima incluso del poder político, adoptando un lugar cuasi estratosférico porque, como ha dicho él mismo, contra él no pueden haber revueltas porque él no manda, se halla fuera del Estado y, por tanto, lejos de las querellas políticas, dígase si es posible una posición más cercana a la divivinidad.Pero estos dioses africanos han resultado ser demasiado carnales.Se hallaban, o se hallan, poseídos por la más feroz sensualidad, no sólo querían mandar sino también poseer, éste de la posesión es probablemente el instinto supremo puesto que lleva implícito también el instinto de la destrucción, ya no sólo la ajena sino también la propia, de modo que todos ellos han sentido la irresistible tentación de destruir lo que pensaban que habían creado, un Estado socialista, cuando era fundamentalmente autocrático.Gadafi, singularmente, incluso creó una guardia de corps femenina constituida por 200 mujeres que además de ir insuperablemente armadas ¡eran, o son, porque todavía deben de andar por ahí, vírgenes! Y aquí interviene la curiosidad insobornable de Jardiel que preguntaba, con toda la razón del mundo, si alguna vez ha habido realmente mujeres vírgenes.
Pero el hecho ineluctable es que Gadafi, todavía, está ahí. Es el más dictador de todos los dictadores, recuerda incluso a Hitler y no sólo por su ralo bigote, sino además por esa su insuperable manía de disfrazarse.Ahora, se ha disfrazado de Dios y ha declarado la guerra a muerte a su propio pueblo, pero ¿se puede luchar realmente contra el pueblo, sea propio o ajeno?El pueblo es el pueblo es el pueblo es. Y todo lo demás son puñetas.Si el pueblo quiere realmente una cosa, la hace.