Cuando en el verano de 1992 Benito Floro fue contratado por el Real Madrid que presidía Ramón Mendoza, el hasta entonces técnico del Albacete Balompié se llegó hasta una óptica madrileña y se hizo con unas estilosas gafas. Lo curioso es que sus lentes no tenían graduación alguna. Y es que Floro carecía de miopía, de hipermetropía e incluso de astigmatismo. Alguien debió sugerirle que, con ese ‘look’, el asturiano se dotaría de una mayor ‘intelectualidad’ en el siempre imponente banquillo merengue. La anécdota fue la comidillla en aquellas fechas, como este domingo fueron las gafapastas con las que Cristiano Ronaldo se plantó en el acto de su renovación que, por la expectación despertada, casi lo pudiéramos comparar con la entronización de Napoleón en Notre-Dame.
Ya sabemos que las tristezas de las que CR7 hablaba hace ahora un año, con pan, siempre serán menos. Ganar 17 millones de euros anuales no es cualquier cosa. Fíjense si no lo es que hoy mismo he escuchado en una radio que, con lo que va a percibir el excéntrico deportista de Funchal, se podría abonar la ficha de toda la plantilla que actualmente conforma la selección española de baloncesto y que estos días disputa el Eurobasket en Eslovenia.
Que Ronaldo es un formidable futbolista nadie lo duda. Lástima que su calidad en el terreno de juego no se corresponda con su empatía, en general. Lo de las gafas será sólo anecdótico, pero evidencia que muchos de esos a los que nuestros hijos tanto admiran son acaso como niños grandes, tan caprichosos ellos, que de vez en cuando, incluso, hasta se nos enrabietan para que les den lo que quieren.