Revista Cultura y Ocio

Galdós, «Ángel Guerra» y una epidemia de cólera

Por Pablet
Galdós, «Ángel Guerra» y una epidemia de cólera

Durante el siglo XIX, unas ochocientas mil personas perecieron en España víctimas de esta pandemia, que llegó también a la ciudad de Toledo donde se tuvieron que tomar medidas de emergencia como prohibir usar el agua del río Tajo

Con la publicación de "Ángel Guerra" (1890), Galdós iniciaba un nuevo ciclo en su producción literaria: las novelas espiritualistas. En ellas, se centraba en el mundo interior de sus personajes, profundizando en valores como la caridad y en los contrastes morales de los mismos.

Galdós, «Ángel Guerra» y una epidemia de cólera
En este periodo se encuadran títulos como "Tristana", "Nazarín", "Halma", "Misericordia", "El abuelo" o "La loca de la casa". Amén de dar comienzo a esta etapa, en "Ángel Guerra" don Benito reflejó su pasión por Toledo.

La obra apareció en tres volúmenes, estando los dos segundos ambientados en la hoy capital de Castilla-La Mancha.La epidemia impidió a Galdós pasar en Toledo una temporada para documentar la segunda parte de "Ángel Guerra". (Foto, Kaulak)

Galdós concluyó la primera parte de "Ángel Guerra" en abril de 1890. Publicada la obra, en las páginas de "El Liberal" se decía que don Benito se encontraba ya "encenegado" en su continuación y que para todo lo concerniente a la mejor ambientación de la misma, se trasladaría en breve a Toledo, sin embargo una epidemia de cólera se lo impidió, por la que el escritor canario no pudo trabajar sus páginas con la precisión que le hubiera gustado.

Durante el siglo XIX, unas ochocientas mil personas perecieron en España víctimas del cólera. Algunas de las pandemias más graves se sufrieron durante la década de los años ochenta, destacando las habidas en los años 1884 y 1885 y 1890.

Los primeros casos de esta última se registraron en la localidad valenciana de Puebla de Rugat durante el mes de mayo, transmitiéndose a las provincias levantinas y otras del interior, entre ellas Toledo.

Como medidas preventivas, se procedió a fumigar cuantas mercancías ingresaban en la ciudad, se desinfectaron las letrinas, se recomendó rigor en la alimentación no tomando frutas ni verduras, se prohibió el uso de las aguas del Tajo -las cuales una vez reconocidas resultaron no tener bacilos nocivos-, se hicieron hogueras fumigatorias, se aisló a los atacados por la dolencia, se extremaron los controles en el matadero y se aplicaron cuantos conocimientos médicos se tenían en aquellos momentos para atajar el mal.

Galdós, «Ángel Guerra» y una epidemia de cólera
Aunque las aguas del río dejaron de utilizarse para consumo, algunos facultativos recurrieron a ellas para recomendar baños a fin de atenuar la "acción enervadora" del cólera.

También se permitía el lavado de ropas junto a la turbina elevadora, aguas abajo del puente de Alcántara.

Entre mayo y noviembre de 1890, la ciudad de Toledo sufrió una epidemia de cólera en la que fallecieron más de ciento sesenta personas.

Vista de la plaza de la Magdalena (Foto Casiano Alguacil, Archivo Municipal de Toledo)

A efectos de que ningún toledano afectado por el mal quedase sin atención médica, el alcalde Julio González Pérez, dictó un bando estableciendo un turno permanente en los servicios de la Beneficencia Municipal, "al objeto de que tan luego como sea demandado el socorro pueda otorgarse sin dilaciones de género alguno, que tal vez hicieran extemporánea o tardía la acción inteligente y celosa de los encargados, por deber profesional, de acudir en remedio de la humanidad doliente".

Para ello, comunicaba a todos los vecinos de la capital, sin distinción de clase ni condiciones, que a cualquier hora del día o de la noche acudieran a las Casas Consistoriales para solicitar la asistencia facultativa que precisasen.

En su texto, también juzgaba ocioso encarecer la observancia de cuantos preceptos higiénicos se habían prescrito.

Galdós, «Ángel Guerra» y una epidemia de cólera
"Los toledanos -indicaba- [...] no querrán rechazar bajo pretextos siempre injustificados, los medios -que unos tienen a su alcance y con que a otros se brinda- para atajar los efectos de la dolencia; con lo que conseguiremos todos no lleguen a ser tantos ni tales, que siembren entre nosotros la más grande consternación".

Entre mayo y noviembre de 1890, la ciudad de Toledo sufrió una epidemia de cólera en la que fallecieron más de ciento sesenta personas. Vista de la plaza de la Magdalena (Foto Casiano Alguacil, Archivo Municipal de Toledo

Entre las medidas extraordinarias adoptadas, se acordó reservar un espacio en el nuevo cementerio municipal para dar sepultura a las víctimas del cólera, se habilitaron salas en el Hospital de San Lázaro para acoger a los infectados y se creó una comisión municipal para estudiar las indemnizaciones a aquellas personas cuyas ropas y enseres hubieran de ser quemados por la epidemia.

Le feria de agosto fue suspendida, si bien en la festividad de la Virgen del Sagrario el Ayuntamiento entregó quinientos bonos de alimentos entre las familias más necesitadas y en la víspera se iluminó la fachada de las Casas Consistoriales.

El final del verano alivió bastante la situación en la ciudad, relajándose algunas de las medidas adoptadas. Pese a ello, a mediados de septiembre, el regidor municipal, en un nuevo bando, pedía a todos decisión y constancia en combatir sin tregua ni descanso los embates de la dolencia, así como "fe ciega en las clemencias celestiales, confianza omnímoda en las autoridades todas y en quienes, por deber profesional, se hallan al cuidado de nuestra salud, y así conseguiremos vernos libres muy en breve de la presencia del mortífero huésped".

Galdós, «Ángel Guerra» y una epidemia de cólera
Desde los primeros días de octubre, en la ciudad de Toledo dejaron de registrarse defunciones por el cólera.

Hasta entonces su balance, según los datos publicados en "La Gaceta de Madrid", eran terribles: 295 contagiados y 162 fallecidos.

En la provincia estuvieron afectados municipios como Argés, Ventas con Peña Aguilera, Bargas, Polán o La Puebla de Montalbán. Villamiel fue la localidad donde se registraron los últimos casos.

Julio González Pérez, alcalde de la ciudad de Toledo durante los meses que duró la epidemia

Una vez cumplidas cuatro semanas sin incidencias, se consideró que la capital estaba "limpia". Exponente de tal normalidad fue la inauguración el 2 de noviembre del nuevo curso en la Academia General Militar, extremándose las medidas de seguridad sanitaria e higiénica de cuantos alumnos se incorporaban: desinfección a su llegada a las dependencias del Alcázar, fumigación de equipajes, riguroso aseo, rígido control en los alimentos o teniendo preparadas estancias para posibles aislamientos.

A finales de noviembre dejaron de registrarse casos en toda España. A la vista de ello, el gobierno, presidido por Francisco Silvela, aprobó una real orden en la que se daban las gracias a cuantos sanitarios, Hermanitas de la Caridad y autoridades habían contribuido, con su actividad y abnegación, a contener los efectos de la epidemia.

Semanas después, en su caserón santanderino, "San Quintín", Pérez Galdós ponía punto final a la segunda entrega de "Ángel Guerra". Aunque su lectura es imprescindible para conocer el ambiente e idiosincrasia de la ciudad y de los toledanos de aquel tiempo, don Benito no se mostró plenamente contento con su trabajo.


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