Revista Cultura y Ocio

Galería de favoritos 11 / Tintín

Por Calvodemora
Galería de favoritos 11 / Tintín
Lo que fascina de Tintín es que está a salvo de la realidad, no le incumbe, no tiene nada que cuestionarse cuando ella vira al absurdo (suele pasar, está pasando) o cuando esa realidad se pone levantisca o abiertamente caótica (es el caso casi siempre). Tintín sigue a lo suyo, sin flaquear, entregado a su causa quijotesca, la de ejercer de caballero andante, si se mira bien, con su Milú a modo de Rocinante y su Haddock ejerciendo de Sancho Panza. Téngase en cuenta que el capitán era alcohólico contumaz y fumador empedernido, lo cual hace que su figura no sea precisamente ejemplar. Por apetencia moral, me apetece elegir al buen capitán, quizá por eso, por su inclinación indisimulada a ciertos apetitos que en estos tiempos están en franca reprobación, como si uno no pudiera ingerir todo lo que le viniese en gana, siempre que tenga sus tasas fiscales, claro.
Acudí tarde a la tintinofilia y acudí sin verdadero entusiasmo. Me echó un poco atrás el tipo de dibujo, esa abundancia de trazos limpios, de viñetas pequeñas que se suceden sin que exista una distracción distinta a la de continuar avanzando, intrépidamente tal vez, como el propio Tintín, sin desfallecer hasta el logro de la meta. La tardanza no hizo mella en el entusiasmo: Tintín es algo familiar, a lo que se acude de vez en cuando (hubo una época en que revisé todos los cómics, uno tras otro, vorazmente, sin descanso)  y se rememora, de lo que uno sabe suyo, en propiedad permanente. Uno se apropia del espíritu aventurero de Tintín. En esa propiedad viajo a la luna, recorro las selvas más recónditas de América del Sur o me adentro en los pasadizos de las pirámides en Egipto. Luego están los quisquillosos, los que le buscan tres pies al gato, sin ver si el gato es hermoso o si se deja tocar y hasta se aquerencia su presencia, pidiendo que tarde en dejarnos; todos esos que sólo ven su poco afecto al comunismo o sus pequeñas referencias antisemitas. Me da igual que Hergé, el belga más famoso que conozco, se inclinara a dibujar a su personaje con esos ribetes conflictivos. Qué más da. Cuando lo leí por primera vez, en ese instante epifánico, no sentí nada más que gratitud y deslumbramiento. Quizá haya que pensar menos cuando el placer entra de un modo tan sincero.

Volver a la Portada de Logo Paperblog