Revista Cultura y Ocio

Galería de favoritos 19 / Frida Kahlo

Por Calvodemora
Galería de favoritos 19 / Frida Kahlo


A Frida Kahlo se le negó el cuerpo. Lo quería para ser madre y no lo fue nunca. Tuvo un cuerpo inútil, a decir suyo, tuvo un cuerpo desobediente. Lo escondió en una cama, lo guardó de los demás, lo miró con desdén y dejó que lo amaran por ver si emergía, por si los amantes casuales lo hacían renacer, todo para que no le tuvieran lástima. Frida era invencible de cuello para arriba, era la mujer valiente en una época en que la valentía costaba más que ahora, pero no alcanzó la maternidad, no se la concedieron. Tampoco la bendijo la salud. Arrastró quebrantos y pesares una vida entera. Se quedó encinta dos veces y las dos se malogró el prodigio de que su cuerpo el cuerpo roto, alumbrase otro cuerpecito limpio y puro. Frida, la enferma, amó a muchos hombres. Los metió en su cama, los empujó y dejó que la empujaran. Diego, su marido de ida y vuelta, el que la admiró y la odió, no logró tampoco domesticar su cuerpo inmenso; tampoco sabemos si hechizó su alma. Ninguna de esas dos partes del todo llamado Frida fueron probablemente propiedad suya. Era infiel Diego Rivera y le aceptaban las mujeres por causas remotísimas, pero no por el atractivo físico. Una mujer despechada, una de sus muchas amantes, incluyendo entre ellas su propia cuñada, dijo que nunca antes se había acostado con una montaña y que no volvería a hacerlo. Pero hay montañas que hablan y cuentan historias fabulosas y pintan cuadros enormes como el nacimiento de un continente, cordilleras que van a la deriva de una vida a otra, de un cama a otra, de un cuerpo a otro cuerpo. El de Frida Kahlo fue una continua deriva, un desquicio del que jamás tuvo orgullo. Quizá por eso se pintó tanto, por aprisionarlo en un lienzo, por decirle quién mandaba. Luego la devastó la gangrena. Era Frida con una pierna menos, era Frida con la imposibilidad de ser Frida completa. La hizo añicos el dolor al que sólo encontró salida con el suicidio. No tuvo suerte en esa destreza, la de quitarse de en medio. Murió en un hospital, sin la épica que ella hubiese deseado; murió para que el Partido Comunista de México le echara una bandera roja por encima, para declarar al mundo lo roja que era y recordar que fue ella la que dio asilo a Trotsky, antes de que lo apiolaran con el beneplácito (o el auspicio) de Stalin.  De esa apropiación que ella no consintió vienen probablemente todas las demás y hoy Frida es símbolo de muchos movimientos, una especie de icono pop, una bandera en sí misma, más tras su finiquito en esta vida. 

Es posible que Frida Kahlo hubiese sido otra pintora (u otra persona, deslindada del arte, quién sabe) si no la hubiese visitado la enfermedad, la postración y el desencanto. La lucha contra el cuerpo no se gana nunca, debió aprender en el curso de los años. Es el cuerpo el que escribe la novela, no el que cree poseerlo, quien sospecha que puede gobernarlo, su dueño aparente. No hay gobierno tal. Vivimos a expensas del cuerpo, de que engorde o adelgace, de que se entenebrezca o brille, de que no sea del gusto del que mira o del propio, de que se ruborice cuando lo tocan o sea un búnker, un territorio cerrado a cualquier intromisión, y a veces (contaba Frida en una carta a una amiga) no hay placer mayor que castigarlo, infligirle una pena severa, la de no comer o la de hacer que no pare de moverse. La historia de amor de estos dos es una historia zoológica, etología pura: el elefante (Diego) no desea ser elefante y la paloma (Frida) se desdice de su condición de paloma. Se quiere ser otra cosa, siempre se desea ser el otro. No hay espejo que devuelva lo que uno anhela ver. Igual por eso el matrimonio del elefante y la paloma se volcó en pintar, en inventar espejos, en hacer que la realidad mute, se transfigure, adopte otro rostro, exhiba otro matiz. Son como dioses los grandes pintores. Yo no he pintado en la vida. No sabría. De mi cuerpo no hay necesidad de contar nada ahora. Se va tirando con él como se puede, se le va inclinando a que consienta mis vicios, se le educa para que no me contradiga en demasía, se le mima en la intimidad, se le dan las atenciones más tiernas, pero al final es un cabrón, uno sin mesura, hace lo que se le place, va donde quiere, me insulta cuando menos lo espero, me intimida a veces, me susurra que es él quien manda, aunque parezca yo el dueño y hasta en ocasiones tenga derecho a decir que lo soy.


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