Revista Cultura y Ocio

Galería de favoritos 24 / Stanley Donen y Gene Kelly

Por Calvodemora
Galería de favoritos 24 / Stanley Donen y Gene Kelly
Ilustración: Ramón Besonías
Uno ama el cine por causas tan sencillas de explicar que nunca se detiene en hacerlo. También hay otras, no las habituales, que no siempre son entendidas, a las que nos inclinamos sin tener razones que las justifiquen. Esas son las mejores. Lo que no entendemos es lo que perdura adentro. Somos menos cartesianos de lo que creemos. De hecho es en el asombro puro, en ese regocijo tan parecido al deslumbramiento que causa el hechizo del amor (hablo de esa primera punzada, en donde existe un verdadero apasionamiento. No hay películas que más adore que las que explican un mundo que me es radicalmente ajeno. Me pasa algo parecido con la literatura. Amar el cine negro es adentrarse en la espesura del alma, en el pecado, en la ración de maldad que no podemos airear en el trajín cotidiano. No matamos a nadie, no se nos ocurre, pero nos fascina que otros lo hagan y alguien se encargue de contárnoslo. Los que no entiendan el poder de la ficción no podrán entender que haya disfrute en la contemplación del mal, en su manifestación sensible, sea cinematográfica o narrativa. En ese hilo de las cosas, junto al cine negro, a su lado, sin que haya mucho que compartan, está el cine de ciencia-ficción y el cine musical. Si tuviera que elegir una escena que representara lo que es el cine cogería la de Gene Kelly bailando bajo la lluvia. No hay ninguna que yo atesore que pueda rivalizar con ésta en alegría pura, también en belleza. Gene Kelly la interpretó con fiebre y no es agua lo que vemos, sino una solución salina, mezcla de agua y de leche, todo para que la cámara registrase con nitidez la lluvia, que no es un elemento dúctil y va a lo suyo. Sin entrar en consideraciones técnicas (el sonido de los zapatos de claqué está amplificado por dos bailarines que hacen lo mismo que Kelly, frente a él, fuera de cámara) Singin´in the rain es una maravilla visual. La mitad de la película es estrictamente musical. La otra mitad es una historia sencilla, resuelta con sencillez. Lo que hicieron bien Stanley Donen y Gene Kelly (ambos dirigen) fue privilegiar los números de baile y elegir piezas antológicas. La vi en un cine de esos de arte y ensayo una mañana lluviosa de sábado. Entré sin estar muy convencido, salí con euforia. Lo maravilloso de que alguien baile es hacerte ver que tú no lo haces. Ni de lejos, ni siquiera sigue uno con fluidez los pasos de Gene Kelly, la manera en que mueve el paraguas, los saltos que da, la métrica casi poética de los zapatos sobre la acera, el matrimonio perfecto de la música con la coreografía. No siempre el cine musical contagia como aquí: volví a ver Siete novias para siete hermanos, también de Donen, no hace mucho, y sentí que no había pasado igual el tiempo con ella. Tampoco importa mucho. Son estados de ánimo. Van y vienen a su antojo. Hay días en que uno se levanta Gene Kelly y el mundo sonríe y todo está ahí para nosotros y días en los que no hay manera de que demos un paso sin que se abochorne el anterior. Ayer, al saber que había muerto Stanley Donen, fui sin dudarlo (móvil en mano, en un hueco entre un bar y otro, una parte del sábado fue de bares) a la escena en la que Gene Kelly se marca ese baile antológico y me hizo sentir bien, sentir mejor, sentir como si la música me invadiera completamente y los pies tuvieran vida propia. No la tienen, no se me puede atribuir ese don, el del baile, al que admiro, aunque lo observe desde una lejanía absoluta, la misma que empleo cuando escucho a Joe Pass tocando la guitarra o leo lo que hacen Humbert Humbert y Lolita llevados de la mano por Nabokov. Hay que admirar el talento ajeno, convenir que la vida que llevamos es mucho mejor gracias a él. Por eso me alegro de que exista Gene Kelly o que el telediario, en su remembranza de Donen, pongan una escena de Charada, una película estupenda que vi después por la noche, en homenaje explícito de Donen a Hitchcock. Se me ocurre que Hitch nunca hizo un musical. Debió ser inapetencia (es posible) o respeto. También ambas.

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