Revista Cultura y Ocio

Galería de favoritos 50 / Spiderman

Por Calvodemora
Galería de favoritos 50 / Spiderman
Al principio, cuando no había Kafka ni Borges, en el aquel tiempo primordial en donde una parte considerable de la felicidad estaba dentro de los cómics, yo era de la Marvel cuando otros de mi cuerda eran del Atlético de Madrid o de la cofradía de sus padres. Sentía que no podía pertenecer a varios sitios. Una fidelidad hacía peligrar otra. Luego todo se ha descomponiendo. Uno comprende las cosas tarde o las comprende mal y hace balance de lo que la vida le ha ido deparando dejando atrás matices, pequeños hurtos a la realidad que luego se echan en falta si se desea componer un retrato fiable. El mío no estaría completo sin que aparezca el trepamuros. Me acompañó en aquellos años felices de canicas los sábados, fútbol en la Plaza Zaragoza y películas del Oeste en una tele Telefunken en maravilloso blanco y negro. Peter Parker era tan real como José Ignacio, el vecino del bajo, mi compañero de travesuras en la calle Jaén. El malvado era siempre Kingpin, aunque el Duende Verde rivalizaba con él en ocasiones.
Cuando la Marvel inventó lo de las películas de superhéroes yo ya tenía un hijo y vi un filón en esa franquicia. Volvería a la infancia y lo haría de su mano. Era como si de pronto el azar o la suma de muchos azares hubiese concedido que la vida, una parte de ella, se repitiese, restituida con pasmosa verosimilitud. Creo que he visto todas las películas de todos los superhéroes, no hay ninguna a la que los dos no hayamos ido. Gana siempre Spiderman, es mi favorito, deja a todos los demás muy atrás en ese ranking privado. Me envía a mil novecientos setenta y tantos. Eso debe ser lo de la fractura del espacio-tiempo que nombran en muchas historias de ciencia-ficción.
Luego llegaron Kafka y Borges, el jazz y el cine negro de la RKO, la Rapsodia Bohemia y el corazón delator de Poe. Vinieron en tromba el vértigo de la carne y las turbulencias del alma, pero Peter Parker camina conmigo, no se ha alejado jamás. Ahora lo tienen al pobre Spiderman duplicado y viralizado, multiplicado y banalizado. Es el runrún de la caja la que lo mueve de bloque en bloque, tirando telas de araña y haciendo chistes sobre el infortunio o los desamores. Siempre hubo caja, cómo podría ser de otra manera, pero ahora parece que sólo hay caja. No sé qué pensarían Ditko, Romita o Lee, los padres fundamentales, la trinidad demiúrgica del espíritu del personaje. Probablemente acatarían el ímpetu comercial, dejarían que lo deconstruyeran y lo construyeran otra vez o que viajara por el tiempo y evitara que el Duende matara a Gwen Stacy, su amor absoluto, su Lois Lane particular. Tal vez convendría que los guionistas (hay más de uno) decidieran dejarlo crecer, por ver cómo envejece. No hacer que nazca una y otra vez en multiversos paralelos o en entregas cinematográficas excitantes (la última, animada, magnífica) sino que avance en el hilo del tiempo y la historia envejezca también, pero se hará lo que digan los mandamases de Sony y lo que dicte el tintineo de las monedas en taquilla. Nada que objetar a ese respecto, es un negocio, su objetivo primario es el lucro.
 Los guionistas (ahora no es el guionista) lo han cambiado. Parker no es un muchacho atribulado sino un empresario de éxito. La narrativa se ha adaptado a los tiempos, ha crecido con ellos, no ha permitido que su esencia impida que la historia continúe, aunque convertida en otra cosa, escindida del material original. Hace más años de lo que desearía que no compro un cómic de Spiderman. Si lo hiciera no encontraría a Peter Parker, sino a Miles Morales. Por imperativos políticos, por el yugo de la corrección o de la igualdad, el Spiderman de hoy es negro. Ni siquiera el traje es el de antaño. Ni tiene el mismo humor. Es una evolución natural del personaje, pero lo han destruido. Al menos para el lector antiguo, para todos los que estamos poco más arriba o poco más abajo de los cincuenta, Spiderman no puede ser playboy, no cuadra con el espíritu setentero, con la idea de un superhéroe tímido y un poco apocado, enamoradizo y frágil, casi como si fuese uno de los nuestros, uno cualquiera. En realidad era uno de los nuestros. Era al enfundarse la malla arácnida cuando empezaba la función. En mi memoria, a salvo, están los peterparkers que yo amé, las historias del Doctor Octopus o del Buitre o el Lagarto o el maravilloso Kraven, que era un Freddy Mercury asilvestrado y rústico. Todo a salvo en mi cabeza.

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