
Sánchez Ferlosio fue polemólogo. Dijo odiar España, sin que hubiera un país en donde pudiera vivir mejor. También el deporte, sin precisar cuál, sin cebarse en ninguno en particular. De Walt Disney sostuvo airadamente que era un cáncer, uno de los peores que devastaron el siglo XX. En cierta ocasión escuché una entrevista radiofónica en la que se esmeró en echar abajo cualquier afecto por el estamento eclesiástico. Tenía un hablar dogmático, pero dulce. Se apreciaba que la inflexión de voz, cierta coreografía vocal, entregaba la parte de significado que no ilustraban las palabras. Dijo (ahí o en otro lado, no sé ahora) que la normalidad era el refugio de la burguesía. O que la literatura era un engendro para entretener el ocio de las mujeres. Todo eso lo dijo a la vejez. Cuando más joven, en la época de Alfanhuí y El Jarama, Ferlosio era menos dramático, no buscaba la discusión tan a las claras, dejaba que las entrevistas fuesen calmadas y no interrumpía ni se perdía en la digresiones posteriores. Su cabeza era un bullir frenético, una biblioteca en la que todas las lecturas estaban disponibles. No es que fuese un hombre culto, sino que no podía ser otra cosa. Lo mismo la tomaba con las autonomías, que consideraba una aberración, si no una peste, que con los gerifaltes del fútbol, que era el nuevo circo romano, con su pan y con su venda en los ojos. Recuerdo leer fascinado Industrias y andanzas de Alfanhuí. No podía haber mal libro con un título tan deslumbrante. Era, a mi entender de entonces, el título perfecto. Luego uno, en sus escrituras, ha intentado encontrarlos, dar con la combinación idónea de palabras. Titular es una cosa más complicada de lo que parece. No he leído (no he tenido ocasión, quizá la haya, aunque sea una empresa larga, por lo descomunal de su extensión) sus Altos estudios eclesiásticos. Refería Ferlosio que los escribió en el retiro que se les concedía a los clérigos cuando debían manuscribir los textos canónicos. De ahí la mención a la Iglesia. Cuánto vocabulario nuevo con Alfanhuí, qué literatura más hermosa. Compré a la vez El Jarama y Alfanhuí. Leí una detrás de otra, deslumbrado. Tardé en volver a ellas. Hoy me he acordado de un amigo de hace todos esos años, treinta, más. Me hizo saber que el tal Ferlosio era el hijo de Rafael Sánchez Maza, el prócer de Falange, el creador del "Arriba España". Ayer lunes, al saber de la muerte de Ferlosio, se fue con 91 años, me ha venido ese recuerdo, el de mi amigo (no sería tanto probablemente) advirtiéndome sobre la imprudencia de leer alguien con esa ascendencia. No lo he vuelto a ver. J.era un lector voraz, no se me olvidará que siempre llevaba un libro bajo el brazo, tengo la idea de que entonces, cuando lo conocí, su favorito era Baudrillard, pero no tenía deseo alguno de leer nada nuevo, se enquistaba en uno y ahí vivía, pendenciero con todos los demás autores o con quienes los defendieran. Si encontraba un autor que le gustara, le dedicaba todo el tiempo necesario hasta que no había nada suyo que no conociera. No sé qué será de él ahora. Gente así deja de leer con la misma facilidad con la que leía. Tal vez leía porque le ayudaba a relacionarse con los demás. A Ferlosio leer tanto le hizo recluirse. Lo que son las cosas.
Hizo pocas novelas y renegó de ellas con el mismo entusiasmo con el que las escribió. Tampoco le interesó leerlas, así que dejó la literatura de ficción y se dedicó a la gramática, que es una disciplina operativa, una especie de dispositivo teórico sobre el que construir esa ficción de la que rehuía. El obrero se hizo arquitecto. El hombre, en su ambición, adquirió el rango de la divinidad. Era Sánchez Ferlosio un dios de su pequeño reino, el de la mesa camilla alborotada de libros. El Ferlosio de la hipotaxis, que es un concepto que me encanta. También otro: pecio. Un pecio es un apunte cogido al natural, un aforismo o un amago de aforismo, un texto pillado al vuelo y que se registra donde se pilla, en una libreta casual, en una servilleta, en una hoja suelta que después se guarda en el bolsillo del abrigo. Vendrá del pecio náutico, pero a mí me gusta esa apropiación libresca que hace Ferlosio. Además la usa mucho. Saca la palabra pecio a poco que empiezan a preguntarle cosas sobre lecturas o sobre escrituras. Yo he sido siempre muy de pecios, pero la hipotaxis me queda lejos. Con ella Ferlosio hacía alambiques barrocos, frases largas (hipotaxis es subordinación, sencillamente expresado) que parecían no acabar nunca y que, una vez acabadas, podrían haberse extendido más. Estaba orgulloso de ese vicio, el de la hipotaxis. Creía que en mitad de ese océano de significados habría alguno de verdad válido, uno que sólo pudiese ser evidenciado de esa manera, estrujando el lenguaje, alargando la sintaxis, buscando lugares donde la palabra no había estado nunca antes. Eran los juegos de Ferlosio. Hoy lo entierran. Creo que no volveré a leer nunca El Jarama (tengo una edición antigua de Destino Libro), pero esta noche abriré (tanto tiempo después) las andanzas industriosas de Alfanhuí. Yo haré más pecios. No serán perifrásticos. Si tienen un rato abran el google y busquen videos suyos. Hay suficientes. Yo creo que le gustaba que le escuchasen. A ver si en el fondo todos somos como J. y la literatura es un instrumento de coqueteo social.
