
Antes que apropiarse del objeto y transgredirlo, hay que amarlo y, antes de que se produzca el amor, hay que temer al objeto, considerar que algo lo perturba, aceptar que debajo del lienzo, a la vez que los colores y las formas, al tiempo que las texturas y la tensión narrativa, existe algo que afuera, en ocasiones, no se encuentra con facilidad: vida, una parte de ella, quizá la parte más asombrosa, la del arte, la codiciada y hermosa evidencia del arte. El arte será convulso o no será, sentenció Breton. A Bacon no le interesa la evidencia visible, el cuadro que cualquier pueda observar y del que extraer algo perdurable o irrelevante. Lo que hace es violentarlo, descomponerlo al modo en que el aire desbarata la belleza de una manzana cuando se la ha expuesto en demasía a la intemperie o la devoran unos gusanos. Bacon se apropia del cuadro, lo transgrede, lo violenta, lo pudre y lo convierte en otra cosa, todo a la vez y todo con saña incluso, y esa cosa es radicalmente distinta de la que parte, pero con la que comparte más de lo que en apariencia percibimos. Malraux dejó escrito que todo hombre se parece a su dolor. El de Bacon era el asma y era el desorden, era su homosexualidad, era su caos en materia política (algunas declaraciones poco correctas sobre la barbarie nazi) pero todo le hizo mejor pintor, cada pequeña cosa de la que se alimentó o con la que se acostumbró a vivir (la carne roja, la nicotina) le procuraron una sensibilidad más afinada, más sucia también. Bacon fue un Diógenes útil, no se concibe que hiciera lo que hizo si le asistía la cordura o el orden. El refranero popular sostiene que la cara es el espejo del alma. Las de Bacon, las que pintaba, eran las caras del arrebato, místico o mundano. Como si un dios (caprichoso y rudimentario) le moviera la mano (y el alma) y sus pinceladas emanasen de esa naturaleza caótica de la divinidad, que no atiende a patrones, ni se deja convencer por galeristas. La vida de la que se nutre el artista declina morosamente en muerte, cuál no. Estamos en lo de siempre: el mal es el argumento. El bien solo ofrece un amago de verdad. Lo que mueve el sol y las estrellas, como quería Dante, no es el amor, sino su reverso. El arte prospera en la belleza, pero hocica en la mugre a veces. En el arte es lo que incomoda lo que afecta y emociona. El impuro Bacon fascina porque vemos el demonio de adentro, quién no tiene en ocasiones uno.
