Revista Cultura y Ocio

Galería de favoritos 98 / Charles Simic

Por Calvodemora

Galería de favoritos 98 / Charles Simic
No hay manera de aplicar con tiento el oído y tratar de escuchar si de verdad las tijeras están haciendo su oficio. Quizá no haya evidencia de que las tijeras han hecho su trabajo y el escenario está lleno de cuerpos desmembrados o de árboles cortados. Charles Simic hace una poesía negrísima, las más de las veces. Sus poemas parecen tramas de un cuento de Lewis Carroll pasadas por la turmix de la CNN. Cuando se hace de noche la realidad contiene más trazas de ficción todavía. Y si uno lee las páginas de esa historia que él cuenta  pareciera que ha transcurrido en tinieblas con unas tijeras campando a sus anchas, abriendo surcos en la carne limpia, alfombrando con sangre los nobles campos de la luz sencilla de los buenos sentimientos. Hay días en que me viene a la cabeza  este poema de Simic (Juguetes aterradores / Frightening toys) y en las tijeras del azar escribiendo la editorial de los tiempos.

 La Historia hace sonar sus tijeras
en la oscuridad,
por lo que al final todo acaba
sin un brazo o una pierna.
Pero, en fin, si eso es todo
 
lo que tienes para jugar...
¡Esta muñeca, al menos, tenía una cabeza,
y labios encarnados!
Calles desiertas, casas de madera,
 
sucios escaparates:
sentada en los peldaños,
una niña en camisón le hablaba.
Parecía un asunto serio.
 
tanto que la lluvia quiso oírla,
y cayó sobre sus pestañas,
y las hizo brillar.


Simic, que es un irónico o un metafísico de a pie o un escéptico metido a lírico, hace una poesía deslumbrante. Una de esas poéticas que convienen en tiempos convulsos. En realidad es el poeta más útil que he leído recientemente. La poesía no tiene que contar la realidad, tiene que contarse a sí misma, pero no podemos soslayar que está hecha de palabras. Palabras humanas, palabras falibles. Eso contando con aquéllo de que la poesía es siempre un arma cargada de muchas cosas y ahí entra cada uno para investirlas con los dones que se precisen para que no pierda comba en la administración de la realidad, pero no puedo evitar la imagen purísima, incluso en su tosco principio de tragedia, de las tijeras en mitad de la noche, del mundo venido a pique, de las banderas ahogando la boca, de los juguetes rotos como constancia del aire muerto.

Anoche, al llegar tarde a casa, después de pasear unos bares y pasear dos calles, abrí a Simic y vi que las tijeras siguen en su ruido patético, en su ir abriendo las carnes y el alma. No supe anoche si el alma es al final la más dañada en estos juegos patrióticos, si las fronteras y los idiomas hacen de tijeras de podar y quien sale al final perjudicado es el jardín interior, la bienandanza (que decía un amigo mío), la bondad como un ingrediente y no como un recurso. Pero son malos tiempos y no se ve que vayan a ir a mejor.

 

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