Queridos amigos, como ya dije en mi regreso
mis monstruos no me han abandonado
de hecho continúan más presentes que nunca y
reclamando protagonismo. Por esta razón doy comienzo
a esta serie titulada "Galería de monstruos" con la entrañable
y terrorífica historia de Mauricio. Espero sea de su agrado.
Mauricio estaba convencido de que la culpa la tenían la literatura y el cine, la inglesa y el americano respectivamente. No es que los culpara de su condición ni mucho menos pero sí en gran medida de las expectativas levantadas.
Mauricio era invisible, era cierto, pero aquello no suponía en modo alguno que su vida fuera fabulosa o extraordinaria y ni tan siquiera dramática. Mauricio era invisible como otros eran pelirrojos, gordos o desgarbados, para ser más exactos; Mauricio sufría de invisibilidad al igual que otras personas padecen diabetes, ardor de estómago o Gota.
Para colmo no se trataba de una invisibilidad como cualquiera de nosotros solemos imaginar ya que para poder llegar a ser invisible Mauricio debía concentrarse mucho y quedarse extremadamente quieto, sólo entonces su cuerpo se iba tornando transparente hasta desaparecer por completo de la vista de las personas. Si en ese momento a Mauricio se le ocurría mover un sólo músculo el proceso se invertía rápidamente y su apariencia volvía a ser tan corpórea y normal como la de zapatero de a esquina o la chica de la panadería.
Con estas limitaciones es fácil adivinar que Mauricio no podía robar un banco con total impunidad, ejercer de justiciero o levantar la falda a las chicas. Como mucho le había servido para pasar inadvertido en clase de pequeño, librarse de hacer guardias durante el servicio militar o ahorrarse pagar en el metro cuando el revisor hacía acto de presencia de camino al trabajo, pequeñeces para un don por el que la mayoría de la gente estaría dispuesta a sacrificar lo que fuera.
Además existía otro agravante, en realidad a Mauricio no le hacía falta ser invisible. Era de esa clase de personas de las que uno olvida su cara nada más terminar de habar con él, de esos tipos a los que no se les conocen mujer o amigos, que no destacan por nada bueno ni nada malo. Si alguien le hubiese preguntado a alguno de sus vecinos o compañeros de trabajo cómo era el tal Mauricio todos sin excepción se hubiesen encogido de hombros y hubieran repetido que era un tipo normal. Si se les hubiese pedido alguna característica o descripción más minuciosa se habrían quedado en silencio sin saber qué más añadir.
Si alguien hubiese indagado entre sus antiguos compañeros del colegio o la Universidad, si se hiciese una encuesta entre quienes realizaron el servicio militar junto a él no se hubiera encontrado a nadie, ni uno sólo, que fuese capaz de recordar al bueno de Mauricio.
En definitiva que Mauricio era invisible pero hubiese dado exactamente lo mismo que jamás lo hubiera sido. Tanto que el día de su muerte el conductor de Autobús que se lo llevó por delante en un día soleado de Agosto sin tráfico ni masas de peatones tan sólo acertó a murmurar:
–Juro que no lo he visto.