Este hombre, Gallardón, fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo para que hiciera precisamente lo que está haciendo: llevar a su pueblo escogido, o sea, el PP a la Tierra Prometida, o sea, al paraíso de la injusticia, porque la injusticia supone la libertad total para que los poderosos hagan absolutamente todo lo que les dé la gana. ¿Qué otra cosa, creían ustedes que era el Paraíso? Eso les pasa por no leer con la debida atención las Sagradas Escrituras. El Paraíso no es ni más ni menos que la eterna infantilidad. Yo viví hace ya tantos años que casi no me acuerdo en pleno Paraíso, era un niño sano que podía pasarse todo el tiempo jugando y se lo pasaba. ¿Hay, honradamente, quién dé más? Pero, poco a poco, aquel niño fue creciendo y alejándose consiguientemente del Paraíso y se alejó tanto que ya no sabe siquiera dónde está. Y a ello ha contribuido decisivamente gente como Gallardón y los suyos que no son sino una terrible banda de expropiadores, porque el Paraíso, creo que acabo de decirlo de alguna manera, no era sino la infancia de todos nosotros. En aquella época, o como yo se lo oía decir al cura cuando le ayudaba en la misa, porque mi madre, la más santa de las madres, me hizo monaguillo, “in illo tempore”, mi madre me levantaba de la cama a las 5 de la mañana, sólo Dios sabe cuándo lo hacía ella, me daba el desayuno y me mandaba a la iglesia. La iglesia era un mundo absolutamente fantástico, lleno de luces y oros, que comenzaba el día con un ritual fabuloso en el que nos pasábamos casi una hora recitando cosas que no entendíamos, o sea, el misterio, el atractivo misterio para un niño que no sabía nada de todo aquello. Uno de los maravillosos efectos de aquella ceremonia es que parecía santificarte y prepararte para todo lo que venía después: don Patricio y su maravillosa escuela en la que todos bebíamos el agua de la misma tinaja que sabía a orines porque estaba junto al retrete en el que todos orinábamos, cada uno con la suya, desde luego. Lo juro por todos mis muertos e incluso también, por qué no, por todos mis vivos, aquello era el Paraíso, aunque no lo supiéramos o acaso precisamente por eso, porque no lo sabíamos. A eso se refieren precisamente las Sagradas Escrituras cuando nos cuentan eso tan bonito del pecado original que no es sino haber aprendido desgraciadamente cómo y por qué suceden casi todas las cosas, o sea, la puñetera ciencia del bien y del mal. Pero, qué leche estoy haciendo si lo que yo quería hoy era hablar, otra vez, del puñetero Gallardón, que no era sino el hijo de la mano derecha de Fraga, don José María Ruiz-Gallardón, quizá uno de los mejores abogados de España. Un abogado es una especie de ser taumatúrgico, un prestidigitador que hace que las cosas sean y no sean, al mismo tiempo y en el mismo espacio, de modo que Fraga le dijo a su amigo: “Chema, entre tú y yo vamos a hacer al futuro presidente del gobierno de España”, pero la vida no es sino esto: intentar conseguir lo mayor para quedarte siempre, leche, un poco más abajo. De modo que Albertito sólo ha llegado a ser ministro, pero, ojo, ministro de justicia, que no es precisamente poco, porque un ministro de justicia, si quiere, y Alberto claro que lo quiere porque su verdadero sueño era ser faraón, lo puede hacer todo, incluso mucho más que Rajoy, el baboso, y se ha puesto con todo su empeño a la tarea, lo está haciendo todo, incluso lo que parecía imposible: la cadena perpetua, que está prohibida incluso por la Constitución; que la justicia, o sea la posibilidad de acudir a los tribunales sólo sea el sueño, o la pesadilla, de una terrible noche de verano; que esas putas vocacionales que son todas las mujeres dejen ya de abortar si no quieren ir a la cárcel, además de al infierno, que los hombres ya no se pueden casar con los hombres, que es precisamente lo natural porque lo otro, como ya hemos comprobado después de tantos años, no funciona de ninguna manera porque un hombre y una mujer no pueden entenderse nunca porque son animales completamente distintos, en fin, todo, lo está haciendo todo porque él, Alberto, es realmente muy capaz, excesivamente trabajador y quería hacer todas las grandes cosas, incluso las que parecían imposibles como agujerear todo Madrid con esas tuneladoras que ordenó fabricar exprofeso. De modo que todos los españoles hemos vuelto, otra vez, al Paraíso, como si nadie se hubiera comido nunca una manzana. Nadie más que él, Albertito, que por eso precisamente lo sabe todo, incluso lo que vamos a ser todos el día de mañana.