“Nuestro” ministro de Justicia es economista. ¡Qué afortunada me siento! Sabe un montón de crecimiento económico, Valor Añadido Bruto y precios de mercado. Resulta que son tales sus conocimientos de Teoría Económica, que la síntesis neoclásica-keynesiana desarrollada por Paul Samuelson inspiró la reforma de la Ley del Aborto que impulsa Gallardón.¿Cómo no me di cuenta al leer el anteproyecto de ley?
Según la memoria que acompaña al texto legislativo propuesto por el “ministro Samuelson”, la nueva Ley va a producir un efecto positivo en la economía española.
¿Alguien lo duda?
Yo no. Mirándolo bien, ministro Samuelson, su retrógrada reforma de la Ley del Aborto tendrá efectos económicos positivos para:
- El “cirujano” avispado que monte en el garaje de su chalet una sala de operaciones clandestina, o sería más preciso llamarlo “taller”, para practicar abortos, buenos, bonitos y baratos, en penosas condiciones y sin garantías sanitarias suficientes.
- Los ‘tour operadores’ que, para diversificar su oferta, organicen viajes programados con sistema de pago `todo incluido´ a capitales europeas, como Londres o Amsterdam, con visita incluida a los quirófanos de los mejores hospitales privados del país.
- Es posible que también para algún que otro psicólogo que vea un nuevo nicho de negocio y se especialice en terapia para personas con carencias emocionales porque llegaron al mundo por imperativo legal, en contra de la voluntad de sus madres o padres.
En cambio, alguna duda me surge cuando intento encontrar el efecto económico positivo que tendrá esta ley para una mujer en paro con tres hijos que se vea obligada a sacar recursos para alimentar a su cuarta criatura porque alguien le impidió elegir el aborto.
O en la de esas abuelas y abuelos que, en estos años aciagos, con su elástica pensión de jubilación ya están manteniendo a alguno de sus vástagos que al verse sin recursos, ha vuelto al hogar de su infancia, pero con sus parejas y su prole, jubilados que se ven obligados a añadir a su cuenta de resultados una boca más.
Gallardón con su visión económica combinada con un exceso de celo en el “intervencionismo” en la vida privada de las mujeres demuestra que piensa que, para cualquiera de nosotras, acudir a una clínica para abortar es como ir a la peluquería, la manicura o pasarse por una calle comercial a devolver un modelito.
Manifestación por el derecho al aborto en Madrid en 1983, por RAÚL CANCIO
Tengo como uno de mis recuerdos de infancia más vivos las imágenes de los rostros de miles de mujeres alzando sus manos en triángulo en las manifestaciones pro aborto por las calles de Madrid en los primeros años de la década de los 80. Me recuerdo a mí, perfectamente. Debía tener siete u ocho años, y allí estaba frente a la tele gritando al unísono con ellas, para que mi voz se uniera a las suyas desde el salón de mi casa en Tenerife, mientras mis padres me miraban atónitos.
Las sabias consignas de entonces hoy están más vivas y vigentes que nunca. Lamentable en pleno siglo XXI:
“¡Mi cuerpo es mío!… ¡Mi cuerpo es mío!”
Señor Gallardón, téngalo muy claro: sólo mío.
Haga usted lo que quiera con el suyo y déjenos en paz a los demás.