Hipócritas profesionales, traidores profesionales, políticos profesionales
La espantada de Gallardón y la postura de Rajoy no son más que otra muestra de lo que sucede cuando una persona lleva demasiado tiempo en política: ésta se convierte en su único fin, en su objetivo exclusivo, pues ha perdido el contacto con la vida real y cotidiana y vive sólo en el planeta de la política; todo lo que hace y piensa, toda su intención y deseo tiene lugar en clave política. Pero además, la deserción de ambos ha expuesto a la luz de qué pasta están hechos estos dos ¿dudosos? personajillos.Hace unos años, con todo el poder en sus manos, elaboraron una ley que entonces pensaron necesaria, una ley que se adaptaba a sus ideas y creencias, a sus conciencias. Pero ha bastado atisbar la posibilidad de un revés electoral para que Rajoy se haya comportado miserablemente y se haya traicionado a sí mismo; es decir, si estaba convencido de que esa disposición jurídica iba a ser beneficiosa para los españoles, ¿por qué ahora esta defección?, la respuesta es fácil: por miedo a que le remuevan del sillón presidencial. Seguro que un día fue un hombre fiable y con principios, un tipo íntegro, pero los años de política han acabado con su integridad y lo han convertido en un fulano con más dobleces que una camisa, alguien dispuesto a pasar por encima de su propia moralidad, de sus propias ideas…, se ha desembarazado de su dignidad al obrar como un auténtico miserable carente de entereza y hombría. Y lo peor del caso es que, con total seguridad, él está convencido de que ha actuado correctamente, pues al verlo todo a través del cristal de la política, no entiende esa conducta veleta como algo indeseable. Sin embargo, desde la realidad cotidiana, su maniobra lo deja en evidencia: cuando necesitaba votos dijo una cosa y ahora, cuando vuelve a necesitarlos, es capaz de decir la contraria, ¡qué actitud tan deshonrosa e innoble!
Gallardón fue el ideólogo de la ley en cuestión, estaba convencido de ella y muchas veces saltó a la palestra mediática para defenderla utilizando todos los recursos a su alcance. Pero la finalidad política ha vuelto a poder con la convicción personal, con la creencia, con la ideología mil veces manifestada. El partido ha pesado más que su convicción, así que ha preferido actuar como un auténtico cobarde. No ha tenido lo que hay que tener para mantenerse firme. Sin embargo, si por ser coherente y consecuente consigo mismo y con sus votantes el jefe le echaba, se hubiera podido ir con la cabeza bien alta. Pero no, él ha preferido abandonar, desertar, claudicar, irse con los pantalones bajados, como un cantamañanas, como un mequetrefe acongojado…, ha huido como un cobarde, se ha escabullido encogido y medroso, como el que no pudiendo superar su miedo da la espalda a la amenaza y se inhibe. La posibilidad de que el partido perdiera el poder ha resultado mucho más importante para él que su propia conciencia, la cual ha vendido sin pestañear. Y al igual que el otro menda, seguro que está convencido de que su conducta ha sido correcta, pues ha beneficiado a su grupo político aunque fuera a costa de su propia vergüenza.
Sin entrar a valorar el contenido de la ley (esto es otra reflexión, ambos personajes han pasado de dudosos a inmorales. Tenían una idea, estaban convencidos de que aquella ley iba a ser buena para los ciudadanos y así lo manifestaron promulgándola. Ahora se echan a tras, reculan. Queda claro que son gentes que han perdido todo lo que tuvieran de honradez, nobleza, rectitud. Caterva sin principios, falsarios hipócritas, cínicos profesionales: dos buenos políticos.
CARLOS DEL RIEGO