Por Hogaradas
Hoy mi calle ha sido tomada por las galletas, empaquetadas cuidadosamente en pequeńas bolsitas en uno tono amarillo, que puedo apreciar perfectamente desde mi ventana. Incluso puedo ver la marca, impresa en las pequeńas cajas que dos jóvenes se encargan de ir abriendo para repartir a todos los transeúntes.
Me levanto y me acerco a la ventana alertada por el ruido que frecuentemente hacen grupos de nińos que van de excursión con el colegio; esa alegría matutina y esa despreocupación tan propias de la infancia no dejan de continuar llamándome la atención y sacándome una sonrisa, así que siempre que su viaje discurre por aquí tengo por costumbre asomarme y echarles un vistazo, recordar mis tiempos de nińa también, y aquella algarabía que, como a ellos hoy, nos envolvía a nosotros antańo.
Como nińos bien educados, y de dos en dos, van recogiendo paquetes de galletas, sin demasiado orden en la entrega, puesto que unos se van con un paquete y otros, los más privilegiados, reciben dos, lo que les hace salir corriendo con sus dos manos en alto por llevar más galletas que algunos de sus compańeros.
Pienso que el reparto es para ellos, para esos nińos madrugadores que necesitan reponerse de tanto derroche de energía desde tan temprano, pero cuando finaliza su procesión observo que continúa el reparto de galletas entre todos quienes en ese momento pasan por la calle, los cuales, sorprendidos y sin entender muy bien qué sucede, las cogen, las miran y las guardan.
En ese preciso momento decido quedarme un rato y observar; contemplar las diferentes reacciones de cada persona es siempre un buen ejercicio para intentar conocer un poco más los comportamientos del ser humano, aunque, como en el caso de hoy, resulten muchas veces tan previsibles.
La llegada a la esquina de las galletas ha pasado en unos segundos de ser algo casual a convertirse en una pequeńa peregrinación en busca de las mismas. Trabajadores de los locales de al lado se mezclan con transeúntes que cruzan a buscarlas y con los que continúan haciendo su trayecto con total normalidad, incluso desde uno de los coches aparcados al lado piden galletas, de modo que comienza a formarse un pequeńo corrillo de manos extendidas a la espera de recibirlas.
Seńoras de bastante edad le echan cara al asunto y no contentas con la entrega que les hace el primer muchacho que está repartiendo, se acercan a la chica y se llevan así como si nada otro par de paquetes, o bueno, los que tercie, porque a alguien he visto también hacer un pequeńo amago de cogerlos directamente de la caja sin pasar ni tan siquiera por el intermediario.
También observo con cierto asombro como hay personas que las rechazan, a otras que seguro por timidez, ni siquiera se paran, y unas terceras, las más solidarias sin duda, que al recibir dos paquetes hacen ademán de devolver uno, conscientes de que con el que tienen es suficiente, y el otro vendrá también muy bien a alguna otra persona.
Personas tímidas, atrevidas, osadas, aprovechadas, solidarias, altivas, agradecidas, necesitadas, todas han participado hoy en este mańana de galletas, seguramente sin pensar que nadie las observaba, sin presentir siquiera que alguien, detrás de la ventana veía todos y cada uno de sus movimientos, para plasmarlos en esta nueva Hogarada.