La esperada novela de Pizzolatto inauguró la serie negra de Salamandra y fue promocionada como si fuera una obra maestra de género, ("El mejor noir que he leído en la última década", según Dennis Lehane). Pero el texto había sido escrito con anterioridad al 2014, año de publicación, por lo que la estrategia editorial quedaba al descubierto: se trataba de explotar el éxito de la serie de ficción True Detective, de la que Pizzolatto era creador y guionista.
La obra es un pastiche de influencias negras que bebe de Hammett y mezcla el perfil del típico "tipo duro" de la tradición norteamericana con una estructura saltarina -excesivamente- enfocada al clímax. Se trata de una novela sobre la autodestrucción y la redención protagonizada por un personaje que cumple todos los requisitos de un matón a sueldo, pero cuya estética, sin embargo, parece más bien tomada de esos porreros hippies que construye Pynchon. Vamos, que Pizzolatto nos ofrece una mixtura estética entre lo californiano y lo tejano. Roy, el matón, pasa de perseguidor a perseguido por un lío de faldas y, aunque salva su pellejo, se ve obligado a emprender una aventura que por momentos, y aquí es donde más flaquea, convierte una novela negra en un road trip.Pero olvidemos los géneros y vayamos al grano: como queda patente en True Detective, los personajes de Pizzolatto, quizá su fuerte, son extremadamente existencialistas, sobre todo si tenemos en cuenta, en muchos casos, su carencia de educación y formación. El nihilismo de Shopenhauer aparece como una nube que persigue la historia a lo largo de su recorrido. Una atmósfera que, a fin de cuentas, es lo más logrado del texto, con sus descripciones de paisajes y climas, con un aire macarthiano que consigue un puñado de buenas imágenes. En este sentido, cabe mencionar también la valiente estructura que salta en el tiempo y sirve de gancho argumental que suple la falta de pulso narrativo, la carencia del dominio del ritmo, cierta técnica. Sea como fuere, el clímax es capaz de arreglar las carencias anteriores, pues, aunque muy concentrado, hace que todo confluya en un punto que no solo responde, sino que también cuestiona.
Galveston es por lo tanto un híbrido que copia lo mejor de la tradición narrativa norteamericana y aprovecha el tirón de una serie de éxito para traernos una novela que no aporta demasiado al género. Un producto de marketing que me parecía procedente criticar con la vehemencia que lo he hecho, pues hay cientos de escritores de género en España que podrían hacerlo igual de bien, o incluso mejor, que Pizzolatto y que merecen una oportunidad que nunca les será dada debido a la debilidad del mercado editorial, que prefiere las traducciones y los nombre televisivos a la literatura que, se supone, debe promocionar.
Galveston, de Nic Pizzolatto, Salamandra, 2014 [Traducción de Mauricio Bach Juncadella]