En buena hora Lorenzo Capriles perdió por un punto y medio la elección presidencial en Venezuela, porque el ganador ser enfrenta al cercano colapso del sistema.
Catorce años de chavismo que, a cambio de algunas mejoras en la atención a los más pobres, y tampoco muchos, han dejado al país sin agricultura, ganadería, industria, obras públicas, servicios, comunicaciones, y sin ley ni orden: 45 asesinatos diarios.
Poco antes de las elecciones y de que se le apareciera Hugo Chávez en forma de pajarillo a su heredero y vencedor ahora, el chófer de autobuses Nicolás Maduro, el Gobierno anunciaba como gran avance revolucionario para la higiene femenina la toalla sanitaria lavable mensualmente.
La cubanización de Venezuela en múltiples aspectos, incluida la desaparición de compresas, tampones, a veces jabón para la toalla, muestran su marcha atrás.
Carreteras e infraestructuras fueron destruyéndose, la agricultura es improductiva por la expropiación de tierras bien cultivadas y su entrega a quienes no saben cuidarlas, y la industria se enmoheció.
Su producción petrolera, que aporta las divisas del país, está cayendo aceleradamente, sin renovación tecnológica, mientras la de países hasta ahora importadores crece gracias al extraído por “fracking” del esquisto, como en EEE.UU.
Cuando llegó Chávez al poder, el petróleo estaba a 10 dólares barril y Venezuela producía 3,3 millones de barriles diarios.
Pero ahora, que el barril suele superar los 100 dólares, la producción ha caído a 2,2 millones, de los que una parte se van como ayuda revolucionaria gratuita a Cuba.
El chavismo apoya con sus donaciones a buena parte de los regímenes aliados, desde la misma Cuba a Nicaragua, Ecuador, Bolivia, por ejemplo: el colapso venezolano afectará también a esos países.
Capriles está de enhorabuena: el chavismo se hundirá, y quizás entonces llegue su momento.
-----
SALAS