Las fotocopias de El País sirven al protegido, como escudo medieval, para luchar contra la verdad que se esconde en el desván de sus grafías
a rúbrica del zócalo ensuciaba los mármoles del pergamino como si se tratase de un graffiti abandonado en la Atocha de Madrid. El estruendo de los picos en la firma del autor; dibujaba el mismo cardiograma de Martina, mientras buscaba yogures caducados en las afueras de Aranjuez.. La presión de las grafías eclipsaba los bucles que caían desde los puntos de las íes. Los barrotes del garabato impedían vislumbrar el apellido prisionero en la celda de Luis. Mientras la antropóloga decodificaba el mensaje del hallazgo, sus manos temblaban como flanes ante los fogones del ayer. Las sombras de los renglones de aquel antiguo papel, sostenían los mismos forjados agrietados de la Hispania de Rajoy.
Los garabatos del pergamino se entremezclan con los trazos en negrita de la portada de El País
A través de la escritura – decía la becaria de la UNED - nuestros pensamientos más ocultos fluyen al papel como un meteorito a la deriva sin el imán de la gravedad. La inclinación de los caracteres muestra a los ojos del lector: las dudas de la balanza entre: los proyectos del futuro o los recuerdos del ayer. La separación de las letras indica a las lupas del grafólogo, la mayor o menor predisposición del escritor a descorrer las cortinas que envuelven las infidelidades de su alcoba. La pulcritud de los márgenes y la horizontalidad de las líneas descubre al transeúnte, las prioridades por el orden y la disciplina enfermiza del autor. Los circulitos en los puntos de las "jotas" desnudan al detallista que se esconde detrás del pergamino malherido.
Los adornos en las mayúsculas muestran el gusto por la estética y el arte de un albañil que esculpe con sus martillos, palabras de marfil. El respeto por la ortografía siembra de lealtad la invisibilidad del escritor hacia las leyes que regulan su selva interior.
Los garabatos del pergamino se entremezclan con los trazos en negrita de la portada de El País. Las cuadrículas de la tabla recuerdan a los barrotes que enclaustraban a la rúbrica de Luis. El sombreado amarillo de los epígrafes de la UNED se confunden con el sabor amargo a café que distingue a las vergüenzas del PP. En la tabla de El País, la inclinación de los renglones hacia la derecha del papel son propios de aquél que mira hacia delante sin volver la vista atrás. El tamaño de las letras muestra nuestra posición de introversión en el trato con el otro. Las letras publicadas por el diario de Cebrián reflejan al tímido que se esconde entre las lenguas del qué dirán. Los adornos en las "g" y el trazo gótico de las "A" muestran al gusto por el arte y la estética de quien escribió el supuesto apunte en B.
La historia – en palabras del marqués -representa la secuencia de fragmentos escritos por los escribas del Rey. A través de sus relatos, la historiografía muestra las voces de plumas sintonizadas con las obras de Lope en los teatros del ayer. En los fósiles escritos hallamos los mensajes escondidos entre los interlineados del pergamino. Es precisamente, entre esos recovecos cuando los muros de palacio se convierten en frágiles cristales para que los plebeyos rían como reyes los chistes de los bufones. Mientras tanto, las fotocopias de El País sirven al protegido, como escudo medieval, para luchar contra la verdad que se esconde en el desván de sus grafías.
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