Revista Cultura y Ocio
Todos cuantos hemos dedicado algún tiempo al estudio y a la divulgación de la teoría sobre el origen gallego de Cristóbal Colón nos hemos topado en numerosas ocasiones con un fastidioso asunto: las sospechas sobre la veracidad de los documentos que soportaban inicialmente la teoría y que fueron presentados por Don Celso García de la Riega, el primero que relacionó a Colón con Galicia, aunque ya lo hicieran varios siglos antes Alessandro Geraldini y Francesillo de Zúñiga, si bien en contextos diferentes al que nos ocupa. No arrebataremos a Don Celso la gloria de haber sido el primero.
Durante el siglo transcurrido desde que García de la Riega publicara su obra ‘Colón español: su origen y patria’, venimos arrastrando un lastre insoportable ocasionado inicialmente por algunos informes que han sostenido que la mayoría de los documentos han sido manipulados en algunas de sus partes para cambiar su contenido original y hacerlo coincidir con la tesis rieguista. La respuesta entre los llamados colonianos ha sido de lo más variopinta. Hay quien ha optado por callar, hay quien se ha decidido por la respuesta violenta, hay quien entre líneas ha justificado las manipulaciones achacándolas a manos bienintencionadas, lo ha habido que han optado por esparcir el asunto buscando culpables y hay quien ha negado la mayor, es decir: que haya existido falsificación alguna, admitiendo en todo caso una manipulación que no tenía otra finalidad que hacer más visible lo ya escrito. Lo cierto es que hay manipulación. Muchos hemos tenido ocasión de verla y no hay manera humana de negarla, de ahí que nadie la niegue. Y la propia manipulación genera dudas razonables sobre si solamente se ha reavivado el texto para hacerlo más legible o se ha llegado a adulterar el contenido.
Las diferentes versiones sobre lo que realmente sucedió darían para escribir un libro. Durante algunos años, los cruces de cartas acusatorias en la prensa, los testimonios recogidos por unos y otros y los artículos con reconstrucciones contradictorias, involucraron a mucha gente y rompieron sinceras y viejas amistades, como la que mantenían el propio García de la Riega y su entorno con Casto Sampedro. El barullo fue de tales dimensiones que un relato verídico de los hechos parece imposible, aunque bien podría intentarse realizando un estudio pormenorizado de todas las fuentes, que afortunadamente son muchísimas y se encuentran en buena parte ya recopiladas. Entre los propios defensores de la tesis hubo sonoros enfrentamientos. Hubo quienes dijeron que vieron los documentos antes y después de ser avivados y que el texto no había sido adulterado. También hay quien dice exactamente lo contrario; hay los que sostienen que García de la Riega sólo manipuló alguno (uno lo reconoce el propio García de la Riega) y que los demás fueron cosa de un fotógrafo (Joaquín Pintos reconoce haber retocado otro), o de otro fotógrafo o de los dos, pero hay quien lo niega en redondo. Si así ha estado siempre el asunto entre los propios defensores de la teoría, ya está usted imaginando en qué se convierte el tema cuando entran los historiadores e investigadores que se posicionan en contra:
El primero en sostener la falsificación fue Manuel Serrano y Sanz, en artículo publicado en la ‘Revista de archivos, bibliotecas y museos’. Lo encontrará usted dirigiéndose a la página 326. Eso sucedió en 1914, el mismo año en que fue publicada la obra de García de la Riega, si bien ya mucho antes, en 1898, el pontevedrés había formulado las conclusiones de su trabajo en una conferencia muy famosa en su época.
A Serrano lo siguió Eladio Oviedo y Arce tres años después. En octubre de 1917 la Real Academia Gallega publicó un furioso boletín firmado por Oviedo y Arce. Si bien en las cuestiones técnicas no es muy diferente a lo publicado por Serrano, el tono es simplemente impresentable. Un odio visceral y muy personal hacia García de la Riega convierten ese texto en una verdadera curiosidad bibliográfica, pues entre conclusión y conclusión vierte todo tipo de insultos sobre nuestro admirado historiador. El tercer informe y el más demoledor es el elaborado por una comisión de la Real Academia de la Historia y fechado en Madrid a 7 de junio de 1928. Este nuevo informe contó con la colaboración de un laboratorio que aplicaba la novedosa técnica del microscopio así como de unos técnicos del ejército. Cierto que la lista de firmantes la encabezó Ángel Altolaguirre, un convencido genovista que según todo parece indicar tenía motivos poco académicos para negar al Colón gallego, pero también es verdad que entre el resto de quienes refrendaron el estudio hay personas mucho más que cualificadas y nada sospechosas de seguir en este asunto una tendencia prefijada.
No vamos a practicar aquí un análisis de los informes, entre otras porque usted y yo no somos quiénes, pero como se puede extraer de una lectura no demasiado atenta, en resumen los tres coinciden en que hubo falsificación en algunos documentos (no en todos, algo que conviene recalcar).
Aunque durante la llamada “apertura” de los documentos anunciada a bombo y platillo hace algo más de un año se declaró que habían permanecido en un legajo cerrado desde 1914, ello no parece posible por dos motivos: el primero, que un cuarto estudio, el realizado por Emilia Rodríguez-Solano está hecho, o así lo dice la autora, sobre alguno de esos documentos originales. La segunda razón es que tras la mencionada “apertura” no se encontraban entre los documentos los referidos al apellido Fonterosa (luego explicaremos el asunto de los Fonterosa), por lo que es de suponer que ya se habían separado anteriormente. En cuanto al trabajo de Emilia Rodríguez-Solano, principalmente fue escrito en dos partes: una tesina referida a un documento en concreto, y una tesis sobre una parte de la documentación en poder de la familia. De la tesis no conocemos más que algunos extractos publicados principalmente por Alfonso Philippot. La tesina, que data de 1967, sin embargo, se ha conseguido por mediación de la Asociación Cristóbal Colón gallego-Celso García de la Riega. La tesina es muy favorable a la veracidad del documento en cuestión, y lo más que llega a decir en contra, como nos recuerda el investigador Manuel Doval, es que: “García de la Riega estaba obsesionado por hacer resaltar con vigor los nombres que le interesaban, y de aquí que haya hecho recalcar estos nombres en la mayoría de los documentos…”. Por lo que se sabe, el otro trabajo más extenso es igualmente exculpatorio. Tambien es de justicia resaltar que así como Oviedo y Arce y el propio Altolaguirre tenían intereses contrarios al Colón gallego y manifestaban abiertamente una profunda enemistad hacia García de la Riega, de Emilia Rodríguez-Solano podemos afirmar todo lo contrario, por lo que lo mismo podemos acusar a unos de haber elevado su antipatía a informe científico como a Rodríguez-Solano de haberlo hecho por simpatía hacia la tesis. Es verdad que Emilia Rodríguez-Solano, si verdaderamente trabajó con los originales (algo que no está del todo claro, pues fuentes de la familia sostienen que los originales en su poder llevaban casi un siglo “cerrados”), ofrece un estudio más moderno, pero que a fecha de hoy está igualmente anticuado.
Existen otros estudios o informes o contrainformes que no se mencionan aquí por evidente falta de espacio, más de ellos contrarios a la autenticidad de los documentos que a su favor. Será necesario un trabajo de una extensión bien diferente para darles cabida, ya que la merecen, pero hemos reseñado los más importantes publicados hasta la fecha, o los que más divulgación han tenido hasta hoy, si bien el de Rodríguez-Solano la ha tenido por referencias de terceros que han accedido a ellos y han reproducido pasajes de su contenido.
Bien, queda un informe que ha sido realizado recientemente por el Instituto del Patrimonio Cultural de España, dependiente del Ministerio de Cultura. Nos han llegado noticias de prensa que afirman que “queda demostrada la existencia del apellido Colón”. También se insiste mucho (demasiado) en la antigüedad del papel y de la tinta original.
Lo que escama a los iniciados en el asunto es que no se haya publicado el informe, y sólo se hayan tenido noticias del mismo a través de información facilitada a algunos medios por la propia asociación que promovió el estudio. Pero la inquietud surge precisamente de las noticias aparentemente tranquilizadoras que nos han llegado. Y es que, y con esto vamos llegando de una vez a la madre del cordero, la “existencia del apellido Colón” en los documentos pontevedreses no se ha cuestionado nunca. Permítame usted que lo repita a gritos: NUNCA. Tampoco se ha puesto en duda jamás la antigüedad del papel o de la tinta original. Lo que se ha cuestionado es si en algunos documentos (no en todos, repetimos) han sido falseados los nombres de pila o el apellido Fonterosa. Y eso, curiosamente, no lo resuelve el estudio del IPCE al menos a la luz de la escasa la información que nos ha llegado hasta hoy. Siendo un informe en el que se han empleado las técnicas más modernas y que ha contado con el concurso de la policía científica, y en espera de su publicación, no se conoce casi nada sobre su contenido. Ni siquiera sabemos cuáles de los documentos han sido analizados, aunque al parecer se trata de seis de los que obran en poder de los herederos de García de la Riega. Tampoco sabemos cuál ha sido el ámbito del estudio ni qué alcance ha tenido. ¿Se ha analizado en esos documentos todo el texto sobrescrito o sólo algunas partes de él? No se sabe. ¿En todos los casos se pudo comprobar cuál era el texto original y si coincide o no coincide con el actual? No se sabe porque esos pormenores no han sido publicados a fecha de hoy. ¿Entre los seis documentos se encuentra alguno de los que ya habían sido reconocidos como válidos por todos los informes, incluso por los más negativos? No se sabe. Lo propio sería la publicación del informe completo, bien por parte del mismo organismo que lo ha realizado, bien a través de la asociación que lo ha solicitado, bien por parte de la Casa-Museo de Colón en Porto Santo (Poio), lugar en el que se dice que los documentos serán expuestos.
Ahora bien: ¿cuál es la importancia de los documentos cuestionados para el sostenimiento de la tesis Colón gallego? Pues según el propio García de la Riega, no demasiada y según yo ninguna, y lo explico: lo que en última instancia esos documentos vendrían a demostrar es que existía en la localidad de Porto Santo (Poio, Galicia), una familia con el apellido Colón, y eso está más que sobradamente demostrado sin el concurso de los documentos cuestionados. Primero, porque hay otros, como queda dicho, que fueron validados desde el primer día; y luego, porque existen otros documentos no aportados por García de la Riega que prueban lo mismo y sobre los que nunca ha existido duda alguna. Para desgracia de los investigadores, los documentos dudosos siempre han eclipsado a los que no lo son. Una y otra vez, de forma recurrente, los defensores del Colón gallego se ven obligados a dedicar tiempo y energía a unos documentos cuya eficacia probatoria es en todo caso inexistente por innecesaria. Digan lo que digan esos documentos no harán a Colón más o menos gallego. Eso en los referidos a miembros de la familia Colón. En cuanto a los que dan cuenta de la familia Fonterosa (apellido imaginado por García de la Riega para la madre del descubridor por su similitud con el italiano Fontanarossa), simplemente carecen de toda importancia porque las posibilidades de que ése fuera el apellido de la madre de Colón son infinitesimales: tantas posibilidades o menos de las que tiene el apellido Benítez, por poner un ejemplo.
Entonces ¿por qué dar tantas vueltas al asunto de los documentos? Pues eso mismo quisiera saber yo. Saber si han sido falsificados era a priori tan importante como saber si no lo han sido. Simplemente, daba exactamente lo mismo. Eso en cuanto a su valor probatorio. Otra cosa es quien haya decidido abrir esta caja de Pandora lo haga por otros motivos, algo que desconozco y tampoco tiene mayor interés para la defensa del Colón gallego. Por tanto, a la pregunta que nos hacemos habitualmente se le puede dar pronta respuesta. ¿Ha habido falsificación? No se sabe, pero tampoco importa.
Pero ya metidos en materia, podemos hacer algunas consideraciones sobre el asunto. Digan lo que digan los informes, tanto los que se han publicado como los que no, la documentación cuestionada puede someterse a otro examen que no requiere de grandes medios técnicos. La lógica y el sentido común son a veces mucho más reveladores que la ciencia. Hay una serie de cuestiones que vienen siendo reconocidas, no siempre de manera muy explícita, por los más grandes investigadores desde la primera etapa. Lo cierto es que, empeñados en la defensa del Colón gallego y todos ellos admiradores de García de la Riega, se veían obligados a nadar entre dos aguas ante temas más bien espinosos. El primero que explicitó su desacuerdo con algunos extremos de la tesis tal y como la formulara García de la Riega, acaso fue fue Enrique Zas.
El más importante de los asuntos que dejó de defenderse desde el primer momento fue el del nombre y el apellido de la supuesta madre de Colón adjudicado por García de la Riega: Susana Fonterosa. Simplemente, carece de sentido sostener ese dato. Lo cierto es que las genealogías que utilizan los italianos dan como madre de Cristóforo Colombo a una tal susana Fontanarossa. Pero eso lo dicen las genealogías italianas. Si, como se sostiene ése Cristóforo Colombo nada tiene que ver con el descubridor de América, ¿Por qué la madre del de aquí se llama igual que la madre del genovés? ¿Por qué lleva en mismo apellido, aunque “galleguizado”? No existe documento alguno en el que Colón o ninguno de sus hermanos o de sus hijos haya dicho el nombre ni el apellido de su madre. Nadie sabe cómo se llamaba. ¿Por qué entonces Susana Fonterosa?
Da la impresión de que García de la Riega o alguien de su entorno creyó que las genealogías italianas contenían nombres y apellidos reales y documentados. Que era verdad que la madre de Colón, fuera de donde fuese, se llamaba Susana y se apellidaba Fontanarossa, y por tanto que había que buscar una coincidencia en nombre y apellido de la madre del Colón gallego con la del Colón italiano. Lo prueba el propio García de la Riega, quien ya en su primera conferencia, dijo: “Aparecen Fonterosas, apellido que, como he dicho, subsiste en aquella provincia, con los nombres de Jacob el viejo, otro Jacob y Benjamín; la madre de Colón se llamaba Susana”. ¿Pero de dónde extrajo esa certeza García de la Riega? ¿Quién carajo le dijo que la madre se llamaba Susana? La madre de Colón, hasta donde las fuentes dicen, lo mismo podría llamarse Susana Fonterosa como Jacinta García o cualquier nombre que usted quiera poner aquí. Pero para más datos, la Susana Fonterossa de García de la Riega ni siquiera cumple la condición de haber existido. No hay ninguna Susana entre los documentos de García de la Riega. Es un personaje de ficción. Entonces hay que volver a preguntarse: ¿Por qué Susana y no Jacinta o Aurelia? pues porque García de la Riega, erróneamente, creía comprobado que la madre de Colón se llamaba efectivamente Susana y se apellidaba Fontanarossa.
Siguiendo esa misma regla de tres, si la madre del Colón gallego debía tomar su nombre de las genealogías italianas, muy anteriores a las gallegas en cuanto a la fecha de publicación, lo mismo habría de suceder con los nombres de pila del resto de sus parientes, o de buena parte de ellos. Así el padre (Domenico en Italia) habría de llamarse Domingo en Poio, y lo mismo debería suceder con los restantes. Eso puede aplicarse con rigor a los nombres conocidos: sabemos que Colón tenía dos hermanos llamados Bartolomé y Diego, por lo que, fuera Colón de donde fuese, es lógico que exista documentación que contenga esos nombres de pila. ¿Pero y todos los demás, aquellos cuyos nombres desconocemos?
Ya en 1923, expuso con aplastante lógica Enrique Zas lo que era una incongruencia de manual: García de la Riega imaginó que la madre de Colón se llamaba Susana Fontanarossa; luego imaginó que alguna de las Fonterosa de Poio se llamaba Susana; imaginó después que esa Susana contrajo matrimonio con uno de los miembros de la familia Colón; y finalmente imaginó que de ese matrimonio nació el navegante. Es mucho imaginar. En eso estaremos todos de acuerdo con Enrique Zas. Pero puestos a imaginar siguió imaginando que las coincidencias con las genealogías italianas deberían extenderse a otros miembros de la familia. Y así, imaginando, imaginando, imaginó los nombres de pila de los Colón de Poio iguales a los de los Colombo de Italia. En la conferencia pronunciada en Madrid en diciembre de 1898, García de la Riega habla de la coincidencia de nombres de pila dándolos como una prueba de que esa familia Colón de Pontevedra podría ser la del almirante. Así nos lo viene diciendo: “(…) siendo muy extraordinario el hecho de que en la generación anterior á la del Almirante y en la coetánea, aparezca en Pontevedra ese glorioso apellido unido á nombres propios de casi todas las personas que formaron su familia: Domingo el viejo, otro Domingo, Cristóbal, Bartolomé, Juan, Blanca, esto es, una renovación muy frecuente en todas partes, originada por afecto, por respetuoso recuerdo á los antepasados ó por padrinazgo de los parientes inmediatos en la pila del bautismo. Esta circunstancia, con ser tan elocuente, aun pudiera calificarse como caso de homonimia; pero existir á la sazón y en el mismo pueblo el nada vulgar apellido materno del Descubridor y además constar juntos los dos de Colón y Fonterosa en el mandato de pago relativo á servicio especial, constituye, al lado de los demás indicios, un suceso de tan sugestiva influencia, que difícilmenle puede, el que lo examina, sustraerse á su eficacia persuasiva”.
Pues eso: obviamente, creía que realmente los parientes de Colón por línea materna se apellidaban Fontanarossa y los Colón se llamaban Domingo, Juan, Blanca… El propio García de la Riega sostiene que esa coincidencia no puede ser fruto de la casualidad. Y como no parece que un caso de homonimia tan acusado entre dos familias italianas que nada tienen que ver con Colón y los vecinos de una aldea de Galicia pueda ser casual, hay motivos para pensar que no es casual, sino forzado y más, se insiste, cuando nadie sabe cómo se llamaban en realidad los parientes de Colón salvo sus dos hermanos.
Cuando la cosa ya no tenía remedio, García de la Riega debió advertir el error o alguien debió hacerle ver que si Colón no era Italiano, su madre no tenía por qué llamarse Susana, ni apellidarse Fonterosa, ni el padre se llamaría Domingo, ni tenía por qué haber una Blanca. La solución propuesta para resolver esta espinosa cuestión es tan imaginativa como imposible: las familias Colón y Fonterosa de Galicia emigraron repentinamente y con todos sus miembros a Génova. Lo dice así: “El matrimonio Colón-Fonterosa, residente en Pontevedra, emigró á Italia á consecuencia de las sangrientas perturbaciones ocurridas en Galicia durante el siglo xv, ó por otras causas, hacia los años 44 al 50 del mismo”. Estaría bien de no ser imposibles las dos únicas soluciones a la vista: una, que los personajes de la documentación de Pontevedra son los mismos que los de la documentación Italiana. Ello nos obligaría a admitir que algunos miembros de la familia se encontraban en Galicia y en Italia al mismo tiempo, o que otros iban y venían en constantes bucles que les obligaban a adaptar sus nombres y apellidos al gallego o al italiano mientras iban dejando Pontevedra y Génova regadas de documentación. La otra solución sería más increíble: los de aquí se fueron para Génova pero no son los mismos de la documentación genovesa. A la portentosa homonimia se le añadiría un fenómeno absurdo. Las cuatro familias de individuos que casualmente se llaman igual acaban viviendo en la misma ciudad. Sin comentarios.
Harto del enojoso asunto, el propio Enrique Zas trataba de zanjarlo en ocasiones posteriores. Una de ellas, recogida en el blog de la investigadora Sonia Barja, la dejó en ‘Cuba contemporánea’ en 1924. Es respuesta a un trabajo anterior de Bonilla San Martín. Bonilla, que era un pelma, hace la misma pregunta que ya se hacía todo el mundo y que ya nos hemos hecho aquí: “Si no hay prueba fehaciente, de que el Cristóforo Columbo italiano sea el Almirante, y si este último no menciona jamás el nombre de su madre, ¿qué fundamento existe para decir que Cristóbal Colón era hijo de Susana Fonterosa?”.
La respuesta de Enrique Zas no tiene desperdicio:
“Hemos llegado al punto culminante de la crítica del Sr. Bonilla;‘pero antes de que continúe su trabajo, bueno será advertir que tanto el Marqués de Dosfuentes, como el Dr. Calzada y el sr. Otero Sánchez, sin omitir al Dr. Rodríguez y nuestro modesto trabajo publicado el 7 de agosto de 1922 en Diario Español de La Habana, se nos ocurre que algo han modificado los principios fundamentales de la tesis.
No discutiremos las particularidades que se relacionan con el apellido materno del Descubridor y el traslado de su familia a Italia,porque precisamente, son éstos los puntos en que tampoco nosotros convenimos con el ilustre investigador; pero hemos de advertir que no hay tesis que en sus comienzos no adolezca de graves defectos. Obsesionado La Riega por la revelación, su entusiasmo lo precipitó en errores disculpables, viendo en los documentos apellidos que concordaban con lo de las actas genovesas.
Los nombres propios de origen judío que llevaban determinados individuos que ostentaban aquel apellido, fueron otra indicación fatal para la teoría tan brillantemente comenzada. Si el Sr. Bonilla hubiera leído todo lo que se ha publicado posteriormente, no insistiría en un punto que ya fué atacado sin compasión por los más furibundos censores de La Riega. Pero a La Riega se debe esta importantísima rectificación histórica, puesto que sus indicios han sido tan preciosos, que es imposible existan ya dudas sobre el origen GALICIANO de Colón”.
Es decir, que los principales defensores de la teoría gallega y de García de la Riega como fueron Fernando Antón de Olmert (el citado marqués), Rafael Calzada, Prudencio Otero, José Rodríguez Martínez y el propio Enrique Zas, los más destacados autores de aquella primera etapa, ya aplicaban la lógica mucho mejor que ningún informe. Todos renegaban de la supuesta Susana Fonterosa, lo que equivalía a plantar fuego a todos los documentos referidos al conflictivo apellido. Quedaban los Colón, pero ninguno de ellos coincide con el supuesto traslado de la familia a Italia. No obstante, sin duda por pudor, dejaba en el aire una explicación imposible al fenómeno de la homonimia. Llama la atención que Enrique Zas, como hiciera décadas después Emilia Rodríguez- Solano, coincida en la “obsesión” que García de la Riega sentía por el asunto.
¿Significa todo esto que García de la Riega falsificó los documentos? Pues claro que no, señor mío. Significa que hay motivos para sospechar que alguien, quien haya sido, quizás alguno más papista que el Papa, acaso un fotógrafo o dos siguiendo instrucciones de un tercero o de un cuarto o de un quinto. Puede que alguien que quiso que los papeles dijeran lo que García de la Riega quería leer. No tengo ni la más remota idea. Esos documentos pasaron por unas cuantas manos y no seré yo quien acuse a ninguna de ellas, empezando por Celso García de la Riega.
Dicho todo lo anterior, existen motivos más que razonables para dudar de la autenticidad de algunos de los documentos, al menos en lo referido a nombres de pila de los Colón (salvo los que se han demostrado auténticos) y a todos los Fonterosa. Si todo esto ya se sabía, y como queda demostrado la “apertura” de los documentos no aporta nada, ¿para qué todo este jaleo? Imagino que un intento más bien ingenuo de rehabilitar la memoria de García de la Riega y disipar las dudas que puedan existir sobre su honorabilidad. Pues mala manera de hacerse. Fui contrario desde el principio a la apertura de la caja de Pandora, y siempre propuse que sean los propios colonianos gallegos los que se saquen de encima cualquier sombra de duda y eliminen de una vez el principal argumento de los contrarios a la teoría, declarando una vez y otra y las que sean necesarias, que esos documentos no nos hacen falta, no nos sirven, que por nosotros pueden ser arrojados a la basura. Pero una vez abierta la caja de Pandora, abierta está, y ya que el asunto es para algunos tan importante, conózcase la verdad en todos y cada uno de sus detalles, pues será cosa de no seguir otro siglo más comulgando con ruedas de molinos. Ahora lo que se impone es el acceso al informe del IPCE en su integridad. Conocer sobre qué documentos se ha realizado, saber qué es exactamente lo que se ha investigado y saber letra a letra si lo que pone hoy es lo que ponía originalmente. Y una vez hecho esto, pedir que se haga lo mismo con todos y cada uno de los documentos que no han sido analizados por el IPCE, tanto los que se encuentran en poder de la familia de García de la Riega como los que se custodian en el Museo de Pontevedra. Y quizás hacer algún día un repaso exhaustivo de todo el material que se encuentra recopilado para, como se ha dicho antes, intentar una reconstrucción de todo lo que ocurrió, y si se trata de conocer la verdad, conozcámosla en serio, íntegramente, pues esos informes favorables que no se publican son mucho más sospechosos que los que se publican en contra y no sirven más que para seguir tragando medias verdades o medias mentiras.
Había dos maneras de recuperar la figura de García de la Riega, y muchos de sus admiradores propusimos la que nos parecía la mejor, que era la de hablar de los fundamentos de su tesis: de la toponimia gallega, de la existencia jamás discutida del apellido Colón en Porto Santo, de los documentos que han sido validados de manera indubitable por todos los informes, fueran aportados por García de la Riega o por otras personas, de los vocablos netamente gallegos del lenguaje de Colón, de las otras obras del historiador, como la dedicada a la nao ‘Santa María’ en la que demuestra que fue construida en Pontevedra, algo de lo que nadie duda pero de lo que se habla poco; de los otros trabajos como gran investigador, de los continuadores de su genial obra, de hasta dónde ha llegado su teoría tras más de cien años de evolución, la de tratar de demostrar por todos los medios útiles, necesarios y por supuesto inmaculados, que Colón fue gallego, pues si algún día eso se consigue todos tendrán que aceptar finalmente que García de la Riega tenía razón.
La otra forma de intentar la rehabilitación de García de la Riega era la mala: la de volver a ensombrecer su gran figura con los puñeteros documentos, la del regreso al debate de hace cien años, la de volver a poner de moda un asunto que no puede más que perjudicar a los defensores de la tesis y a la figura de su ponente, la de sembrar nuevamente antiguas dudas. Esa estrategia se ha hecho además de la manera poco elegante que menos le hubiera gustado a García de la Riega: resucitando viejas rencillas entre gente que lleva un siglo muerta, lanzando acusaciones al viento contra la memoria de todos los que se movían a su alrededor o se pusieron en su contra, dando o denegando carnets de coloniano entre los continuadores de su obra que llevan décadas en los cementerios. Bien, ya está hecho. Ahora, toca apechugar o quemar los papeles dudosos. Yo propongo quemar los papeles, que es algo que bien pudo hacerse en 1914 y no llevaríamos cien años hablando de ellos.