Revista Comunicación

garrote vil y de los otros

Publicado el 05 mayo 2016 por Libretachatarra
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«Deseando conciliar el último e inevitable rigor de la justicia con la humanidad y la decencia en la ejecución de la pena capital», Fernando VII firmaba tal día como hoy de 1832 la abolición en España de la pena de muerte en la horca «mandando que en adelante se ejecute en garrote ordinario la que se imponga a personas del estado llano; en garrote vil la que castigue los delitos infamantes sin distinción de clase, y que subsista el garrote noble para los que correspondan a la de hijos-dalgo».
«El Deseado», que dejó de serlo a su vuelta a España tras la Guerra de la Independencia, escogió esta fecha de abril queriendo «señalar con este beneficio la grata memoria del feliz cumpleaños de la Reina mi muy amada Esposa», María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (nacida el 27 de abril de 1806).
El garrote consistía en una cuerda atada a un palo o una argolla de hierro que permitía al verdugo estrangular mediante un torniquete a la víctima, que podía estar sentada o de pie, aunque siempre atada a un poste o una silla adosada al poste (…) El reo moría por rotura del cuello o fractura de la columna cervical, «lo que esencialmente contituía una dislocación de la apófisis de la vértebra axis» que provocaba «el inmediato coma cerebral y consecuentemente el rápido fallecimiento», según detalla el doctor en Historia.
El garrote ya había sido usado por la Inquisición como elemento de tortura o bien como método de ejecución antes de que el condenado fuera quemado en la hoguera, según se aprecia en el «Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán» pintado por Pedro Berruguete en torno a 1495.
«Nacido en el mundo romano o acaso antes, fue empleado en muchos países, incluida China (...), aunque al final donde más acabó arraigando fue en España y sus colonias» (…) «en aquellos tiempos siempre se consideró el garrote como una forma más humana de ejecución, frente a la lista de crueles maneras de matar que comenzaba con la hoguera y podía concluir con el descuartizamiento».
Felipe V ya había aprobado en 1734 el garrote en lugar de la decapitación o el degüello para los nobles.
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El garrote noble exigía que el condenado fuera trasladado en caballería y con la cabeza descubierta, mientras que en el vil debía hacerse en burro y el reo iba al revés y con la cabeza cubierta. Aunque la denominación de «garrote vil» desapareció del Código Penal en 1848, el nombre pervivió entre la gente.
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Algunos verdugos como Nicomedes Méndez o Gregorio Mayoral se hicieron célebres en su profesión. A José González Irigoyen se le atribuyen casi doscientas muertes aunque la última a los 80 años, la del soldado Juan Chinchorreta en 1893, resultó tan desagradable que fue expedientado y retirado del oficio.
«A mí me pueden venir sueltos o esposados, con la cara cubierta o descubierta..., me da igual. La cosa es rápida haciéndolo bien (...). Se sientan, les pongo el asunto y ya no se mueven», decía Vicente López Copete, que en 1954 agarrotó a Enrique Sánchez «el Mula». Juan Eslava Galán relata en su libro «Verdugos y torturadores» que el condenado le dijo antes de la ejecución: «Tú con ese aparato matando y yo con mi pistola, nos hubiéramos quedado solos en España».
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Esta pena capital sería abolida definitivamente por la Constitución de 1978.
M. ARRIZABALAGA
“El «humano» garrote vil”
(abc, 28.04.16)

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