Revista Jurídico
El 17 de Agosto de 2007, dijo Garzón en Edimburgo que tarde o temprano alguien les obligaría a rendir cuentas. Se refería al trío de las Azores, más concretamente a José María Aznar. De él escribió en El País el Príncipe de la Justicia –como Pedro J bautizó a Garzón– que «se comporta como un muro de piedra resbaladiza por la humedad y el humus pestilente de quienes carecen de sentimientos, manipular a la opinión pública y no oír el clamor mundial por la paz». Ello le costaría dos expedientes disciplinarios en el Consejo General del Poder Judicial, que bien se los pasó por el Arco del Triunfo cuando declamó airosamente que por defender aquello en lo que creía estaba dispuesto incluso a perder su carrera.
Tanto es así que, a finales de la década de los noventa, se negó a admitir a trámite una querella presentada por la Asociación de Familiares y Amigos de Víctimas del Genocidio de Paracuellos del Jarama, cuyo objetivo no era otro que sentar en el banquillo al provecto Santiago Carillo por su implicación en los crímenes de Paracuellos, donde se llevaron a cabo treinta y tres sacas de las cárceles republicanas y entre dos mil y cinco mil fusilamientos. Y como el viento propone y la vela dispone, la querella no fue admitida a trámite dado que, según el propio Garzón, «no puede dejarse de llamar la atención frente a quienes abusan del derecho a la jurisdicción para ridiculizarla y utilizarla con finalidades ajenas a las marcadas en el artículo 117 de la Constitución Española y los artículos 1 y 2 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, como acontece en este caso [...], los preceptos jurídicos alegados son inaplicables en el tiempo y en el espacio, en el fondo y en la forma a los [hechos] que se relatan en el escrito y su cita quebranta absolutamente las normas más elementales de retroactividad y tipicidad». Cosas veredes, amigo Sancho… Y es que, casi diez años después, se produciría lo mismo pero del revés. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica presentó un escrito similar que pedía al juez Baltasar Garzón que investigara dieciséis muertes durante la Guerra Civil. Como era de esperar, la querella sería admitida a trámite meses después. De ahí que el miembro del Consejo del Poder Judicial, José Luis Requero, dijera que Garzón aplica el Código Penal según el viento que sopla.
Y de aquellos polvos estos lodos. Es de natura que un personaje tan ambivalente se las tenga que ver con la propia Justicia al menoscabar el principio de universalidad y ecuanimidad de la misma. Es lo que ocurre cuando se trata de cruzar el río tanteando las piedras. Lo más probable es que en uno de los saltos venga el zurriagazo. Y en esa anda Garzón, zampándose todo un menú completo de cantos rodados con primero, segundo y postre: los crímenes del franquismo, los pagos del Santander y las escuchas ilegales del Caso Gürtel.
Y es que Garzón tiene más de hiena coja que de Rey León. Sus instrucciones, no contentas con hacer aguas por los cuatro rincones, tienden a encontrar ciertas irregularidades y extralimitaciones, como es el caso de las escuchas del Caso Gürtel, por las que autorizó unas escuchas en prisión que la jurisdicción contempla única y exclusivamente bajo el paraguas de los casos de terrorismo, vulnerando de esa manera el derecho fundamental a la defensa de los implicados. Son sus instrucciones parvularias lo que le ha traído un palo tras otro al juez estrella. Desde su persecución a Miguel Durán por un supuesto fraude fiscal en la gestión de Telecinco que nunca existió –pues su situación con la Agencia Tributaria terminó demostrándose que era diáfana– y a raíz de cuyo proceso tendería un puente con el objetivo casi exclusivo de meter entre rejas a Berlusconi con uno de sus macrosumarios, hasta aquel otro caso en el que consiguió meter en prisión en 1997 a toda la cúpula de Herri Batasuna y que, poco tiempo después, quedó en libertad debido a los agujeros negros de su pésima instrucción, pasando por el ridículo estentóreo que hizo tras el sonado juicio abierto por las subvenciones de la Unión Europea para las plantaciones de lino y del que salieron limpios como una patena finalmente todos los inculpados después de que Garzón, junto a Villarejo, trataran de pisar al PP a las puertas de las elecciones autonómicas de 2003. O casos que le costarían una demanda nada más y nada menos que del fiscal Fungairiño, acusado de revelación de secretos al publicar información sumarial que después manipulaba conforme a sus intereses en sus libros. De ahí que asegurara que ETA no buscaba una carnicería en la estación de Chamartín cuando colocó una bomba con ese objetivo en un tren que viajaba desde San Sebastián a Madrid, mientras que el temporizador de la bomba de 50 kilos de explosivo fijaba las 15.55, hora en la que el tren estaría detenido en el andén. La intención de Garzón no fue otra que desacreditar a Aznar durante la comisión rogatoria del 11-M. Sin embargo, según los fiscales Ignacio Gordillo y Eduardo Fungairiño, se había creado una situación por la que los terroristas imputados en el atentado podían citar a Garzón como testigo de la defensa. No obstante, años después los terroristas serían condenados a casi 3000 años de cárcel por cometer 185 homicidios en grado de tentativa. De nuevo Garzón se quedaba con el culo al aire y lleno de picaduras de mosquitos. Sesión de degustación. Puros ejemplos de lo que es este juez caza-famas, como le dijera el Rey a Anguita, y que ahora suscita múltiples campañas de apoyo con cierto tufillo a leche agria. Y escasamente democráticas. Tanto o más como esa Falange que según los siempre abajofirmantes y autodenominados intelectuales ha conseguido sentar en el banquillo al Capitán Planeta de la Justicia Universal, olvidando que quien lo ha sentado en realidad no es más que un juez progresista amigo suyo y precursor de la asociación Jueces para la Democracia, Luciano Varela.
Así, la historia nos parece susurrar una vez más que, por mucho que queramos, todo está escrito. Verbigracia: «[…]El humano derecho y el divino / cuando los interpretas los ofendes, / y al compás que la encoges o la extiendes, / tu mano para el fallo se previno. / No sabes escuchar ruegos baratos, / y sólo quien te da te quita dudas; / no te gobiernan textos, sino tratos. / Pues que de intento y de interés no mudas, / o lávate las manos con Pilatos / o, con la bolsa, ahórcate con Judas».
A un juez mercadería. Así tituló Quevedo uno de sus sonetos que bien podría tener fecha de anteayer. ¿Suena? Qué va...