Como todos sabemos, cada mes aumenta unos centavos el precio de la gasolina. A este incremento, la oposición lo bautizó como gasolinazo. Los medios adoptaron el término y se convirtió en algo de uso común entre los mexicanos.
La razón, nos dicen desde el gobierno federal, es que el costo del combustible es mucho más elevado que su precio de venta, por lo que es un proceso necesario, ya que la diferencia la acabamos pagando todos los mexicanos a través de nuestros impuestos.
El año récord en cuanto al subsidio a la gasolina fue 2008, en donde se gastaron 217 mil millones de pesos. Es decir, una pérdida de recaudación del 1.8 por ciento del PIB. Durante el año pasado, el Estado destinó 170 mil millones a ese fin.
Para ver qué significan estas cantidades, hay que ponerlo en perspectiva. Con esos 170 mil millones que dedicamos a subsidiar a los consumidores de gasolina, podríamos pagar el presupuesto de la UNAM durante seis años (o mantener a seis universidades del tamaño de nuestra máxima casa de estudios al año), significa el gasto del Seguro Popular durante tres años (que cuenta con más de 48 millones de beneficiarios), o nos alcanzaría para cubrir el costo del programa de combate a la pobreza Oportunidades durante cuatro años.
Pero ¿quién es el que se beneficia de esta lluvia de millones? Casi el sesenta por ciento –más de cien mil millones— del subsidio favorece al veinte por ciento más rico de este país. Por cada peso que recae en el segmento más pobre de la población, los ciudadanos con mayores recursos reciben treinta y tres.
Más aún, el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) ha calculado que bajo este esquema el dueño de una camioneta Hummer recibe cada mes –por el subsidio al combustible— más recursos que una familia en pobreza a través de Oportunidades.
Asimismo con este esquema se está incentivando un consumo ineficiente y se promueve una mayor emisión de carbono y otros contaminantes. Lejos de un modelo sustentable, que combata el cambio climático y fomente la eficiencia energética, en México vamos en la dirección contraria.
El problema del subsidio a la gasolina es doble: junto al gran impacto ambiental que genera, resulta profundamente injusto desde el punto de vista social. La pregunta de fondo que debemos plantearnos como sociedad es si los subsidios energéticos son un instrumento útil para el desarrollo nacional o por el contrario, distorsionan el mercado y generan mayor desigualdad e inequidad.
¿En verdad no tenemos nada mejor que hacer con 170 mil millones que rebajar el precio de la gasolina?
Tal parece que ése es el verdadero gasolinazo.
Publicado en SinEmbargo.mx, 23 de abril de 2012