Revista Educación

Gasolinera

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Gasolinera

Sudó sangre hasta abrirse hueco entre los idólatras. Tanto, que necesitó tres vueltas a la gasolinera para apoderarse de una aspiradora vacante.

A su derecha, un Caifás de la bayeta, afanado en una constelación de cagadas de mosca. A su izquierda, un Barrabás del pulimento, que buscaba la complicidad de los reflejos para validarse. Cuando salió del Renault, le arrojaron su desprecio en estéreo.

La alfombrilla del conductor era ya un espantajo de jirones. La del pasajero, un sustrato de arenas, hierbas y envoltorios de chicles. Del lateral salieron tres boquillas desechadas de alcoholímetro. De la guantera, media docena de condones caducados.

Aquel sexteto de pellejos plásticos, tornasolados por el lubricante añejo, le trajeron a la memoria sus revolcones furtivos con Marta. Polvos frenéticos, de armario de limpieza, que acabaron aniquilados por los años y las ofertas del IKEA.

Como para refrendarlo, en aquel preciso instante asomó una pulsera de cuero entre los sillones traseros. Un regalo impulsivo, de mercadillo canalla, nacido más de los porros que del cariño.

Tras dudarlo un instante, se ajustó las gafas con el dorso de la muñeca libre. Cogió una bocanada larga y profunda, preñada de hidrocarburos, y apuntó la boquilla aplastada hacia la inoportuna culebrilla. La pulsera culeó un instante antes de seguir hacia las entrañas de la bestia.

Caifás y Barrabás seguían a lo suyo.


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