Revista Cultura y Ocio

Gaspar de Portolá y la bahía de San Francisco

Por Manu Perez @revistadehisto

Hasta el siglo XVIII la bahía de San Francisco había sido siempre un lugar esquivo para los exploradores y navegantes españoles. Algunos de ellos – Cabrillo, Vizcaíno, Alarcón y Cermeño – habían navegado a escasos metros de su boca sin siquiera percatarse de ello y aunque nadie logró recalar en ella durante los dos siglos siguientes a la llegada de los españoles a la Baja California, lo cierto es que ya aparecía en las crónicas y  leyendas de aquella época. Así, tras  diferentes expediciones marítimas, sería por fin el 4 de noviembre de 1769 cuando Gaspar de Portolá llegaría a la bahía de San Francisco…por tierra.

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Las primeras expediciones

En 1542 el virrey Antonio de Mendoza  organizó una expedición para efectuar reconocimientos en la costa exterior californiana con el fin de demarcarla. Se designó al piloto Juan Rodríguez Cabrillo para dirigir la empresa. A bordo del San Salvador y el Victoria, Cabrillo partió el 27 de junio de 1542 hacia el norte de la península.

Aunque la expedición de Cabrillo tuvo que navegar frente a sus costas, bien por la bruma, bien por la oscuridad de la noche, la bahía de San Francisco no fue vista por los tripulantes del San Salvador pero se había conseguido ampliar el saber geográfico y poner sobre los mapas las costas de la que se llamará Alta California, así como descubrir la Bahía de San Diego.

A finales del siglo XVI, los objetivos de la monarquía en el Pacífico  se concentraban en la ocupación de las Filipinas, campaña que pudo consumarse con el descubrimiento de la ruta del tornaviaje por Andrés de Urdaneta (1565) y la instauración de la ruta Manila-Acapulco (1568) con el célebre Galeón de Manila. Desde entonces, el Noroeste adquirió un nuevo interés para España: la preservación de tan importante ruta comercial. Se temía que la costa se convirtiera en refugio de saqueadores que frustrasen dicha ruta atraídos por el tránsito del galeón de Manila. Las sospechas se confirmarían con la entrada en escena de los corsarios Francis Drake (1578) y Tomas Cavendish (1587)

El indeterminado lugar donde Drake y sus hombres “permanecieron durante un mes y medio, haciendo acopio de madera y agua, carenando igualmente el barco”, se había convertido en una leyenda y en un problema para la Corona española que se sintió amenazada en el Pacífico y hubo de emprender una campaña de consolidación y defensa de sus posiciones en el Océano.

Así las cosas, la estrategia española consistió en explorar y demarcar la costa, buscar puerto para dar descanso y proveer de agua y alimentos a los galeones de Manila y encontrar un lugar apropiado para edificar un presidio de refugio y defensa.

La expedición de Portolá

Dos siglos después, la presencia de José de Gálvez – tío del Gobernador de Luisiana Bernardo de Gálvez – en el Noroeste fue esencial para la organización de las expediciones (dos marítimas y dos partidas terrestres) que tuvieron como objetivo principal la ocupación de los dos puertos recomendados por Vizcaíno a principios del siglo XVII – San Diego y Monterrey – con el objetivo de consolidar la presencia española en la Alta California y así evitar el desembarco de colonos ingleses y rusos. La llegada al primero no revistió problemas, pues San Diego fue fácilmente identificado, pero no ocurrió lo mismo con Monterrey, por las escasas y equívocas señales con las que se había descrito.

Fue en esa época, cuando Gaspar de Portolá llegó a Nueva España;  Portolá era ya un experimentado militar curtido en Italia y en la campaña de Portugal durante la Guerra de los Siete Años. Pronto este militar ilerdense,  buen amigo de Fray Junípero Serra, fue enviado por el marqués de Croix, virrey de Nueva España, al mando de un regimiento para pacificar la región de Sonora.

José de Gálvez  eligió a Portolá para comandar la expedición militar para ocupar San Diego y Monterrey. Dicha expedición estaba dividida en dos secciones: una marítima (con dos barcos, el San Antonio y el San Carlos, que navegaron de forma separada) y otra terrestre. Esta última también se dividió en dos partes: la primera estaba mandada por el capitán de la Compañía de cuera de Fernando de Rivera y Moncada, llevando en su compañía al franciscano Juan Crespi, al pilotín José Cañizares, veinticinco soldados y numerosos indios de las misiones jesuitas. La segunda fue mandada por el gobernador Portolá, llevando en su compañía a fray Junípero Serra y al sargento José Francisco de Ortega. También formaban parte de la expedición varios soldados de cuera y criados e indios de las misiones que guardaban las numerosas mulas que transportaban los víveres y otras cargas.

El grupo, que había salido de Loreto el 9 de marzo de 1769, siguió los pasos de la primera partida, alcanzando el puerto de San Diego el 29 de junio. Portolá y Serra se unieron con todos los expedicionarios de tierra y mar, aunque numerosos marinos estaban enfermos a causa del escorbuto y varios sirvientes de las partidas terrestres habían huido durante el tránsito por la península de Baja California, decidieron que un grupo prosiguiera las exploraciones para buscar el puerto de Monterrey.

Esta última expedición salió hacia la Alta California en mayo de 1769 y fu dirigida por Portalá. Fray Junípero Serra viajó con esta partida que marchó hacia el Norte, pensando que podría encontrar la verdadera bahía de Monterey, o en su defecto, la Bahía de San Francisco de Cermeño (posiblemente Trinidad Head). Portolá no localizó el puerto de Monterrey y pasó de largo en dirección a lo que luego serían Santa Cruz y San Francisco. El 1 de noviembre de 1769, los expedicionarios terrestres describieron:

“Divisamos desde la cumbre una Bahía Grande formada por una punta de tierra que salía mucho la Mar áfuera y parecia Isla, aserca de lo qual se engañaron muchos en la tarde antecedente. Mar afuera como al Oeste noroeste respecto á nosotros, desde el mismo sitio al Sudueste de la misma punta, se divisavan siete Farrallones blancos de diversa Magnitud. Siguiendo la Bahia por el lado Norte, se distinguían unas barrancas blancas, y tirando asi al Nordeste se behia la boca de un Estero que parecía internarse la tierra adentro” .

El descubrimiento de la bahía de San Francisco

El 2 de noviembre un grupo de avanzada llegó a la cima de una colina y vio ante sí una gran extensión de agua. La expedición de Gaspar de Portalá Rovira acababa de descubrir la bahía de San Francisco. En un primer momento los exploradores lo identificaron con la bahía de Cermeño pero el puerto que al que acababan de llegar iba a ser mucho más trascendente para los intereses de la Corona que lo que la bahía de Monterrey jamás podría llegado a ser. La abundancia de agua potable, leña y lastre, el clima frío y saludable, la escasez de molestas nieblas, y la afabilidad de los indios que encontraron,  hacían de él un lugar perfecto para un asentamiento.

El 17 de septiembre de 1776 se establecía el Presidio. Días después el padre Francisco Palou consagraría la Misión a San Francisco de Asís. El “Gran Puerto de San Francisco” como pasaría a conocerse la escondida bahía, fue definitivamente asentado sobre el mapa para orgullo de la Corona española aunque las amenazas extranjeras continuarían truncando la calma del Pacífico. El ansiado puerto se convirtió en la escala necesaria entre el Norte y a las Filipinas.

El Padre Juan Crespí, cronista de la expedición, anotó la existencia de unos “árboles muy altos de color rojo” que recordaban a los cedros. “Estos árboles son muy numerosos en la región”, proseguía Crespí. Como nunca se habían observado especímenes de esa especie, fueron bautizados escuetamente como “palos colorados”, equivalente a “troncos rojos”, denominación que luego dio origen el inglés “redwood”. Esta escueta anotación es la primera prueba documental del avistamiento por parte de europeos de secuoyas, o más concretamente de secuoya roja o de costa (Sequoia sempervirens). ). La primera descripción científica del árbol  la haría en 1791 el botánico checo Tadeas Haenke, científico a bordo de la  Expedición Malaspina.

La expedición de Gaspar de Portolá estableció un campamento al pie de una inmensa secuoya que fue bautizada con el nombre de “el Palo Alto”, denominación que con posterioridad dio nombre a la ciudad de Palo Alto que perdura en nuestros días, y lugar donde se encuentra el llamado Silicon Valley.

Posteriormente,  la llegada de bastimentos a San Diego  animó a Portolá a emprender la búsqueda de Monterrey, esta vez por mar y por tierra. El resultado fue afortunado, tomándose posesión del puerto de Monterrey el 3 de junio de 1770, donde siguiendo  órdenes reales fundó un presidio y una misión con el nombre  de San Carlos Borromeo

Por sus servicios, el rey le otorgó el grado de Teniente Coronel  en atención a sus servicios. Poco después,  Carlos III lo nombró gobernador de Puebla de los Ángeles (actual Los Angeles)  con 4.000 pesos de sueldo. Además, el monarca lo ascendió a Coronel de Dragones por real cédula del 28 marzo de 1777. La hoja de servicio señala que: “desempeña lo que se le manda y tiene valor y conducta”.

Autor: Ignacio del Pozo Gutiérrez para revistadehistoria.es

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Bibliografía

Gaspar de Portolá, conquistador de California”, 1998 de José Carner Ribalta

La expedición fundadora, por Carlos López Urrutia

Gaspar de Portolá de F. Boneu Companys,  Lérida, Instituto de Estudios Ilerdenses, 1983;

Gaspar de Portolá de Josep Alcofar Nassaes, Barcelona, Edicions Nou Art Thor, 1985,

HILTON, L. S. La Alta California Española. Madrid, Mapfre, 1992.

Exploradores españoles olvidados del siglo XVIII , Javier Gómez Navarro ,Madrid, Sociedad Geográfica Española, [1999]. – 207 p.

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