Estaba en el comedor. Sobre la mesa un montón de facturas y recibos de banco. Lo vi calculadora en ristre. Yo andaba ocupada con el zafarrancho de los sábados por la mañana y los niños enredando en el jardín. Todos los años ocurre lo mismo. La subida de la luz enciende en él un ansia desproporcionada por el ahorro.
Me llamó. Ya lo venía venir. Necesitaba un testigo que confirmara lo mucho que trabaja en casa. ¡Ja! Se deja los riñones, no me cabe duda, su coche lo tiene reluciente, pero la aspiradora, al poco de casados se le cayó de las manos en seguida.
Me pidió, ordenó que me sentase y, con ese tono de impaciente agresividad -que solo utiliza conmigo o para hablarle a sus hijos porque con los demás y los hijos de los demás, es un tipo simpático, incluso divertido- fue mostrándome cada uno de los gastos que teníamos al mes como si yo fuera la responsable última del "despilfarro", así mismo dijo.
-A partir de hoy, las cosas van a cambiar en nuestra familia, anunció.
-¿Te refieres a que volveremos a ser una?, ¿una familia?, le pregunté.
Me miró molesto, como si le estuviera planteando una cuestión fuera de lugar. No era el momento apropiado. Me pregunté cuándo llegaría ese momento.
-Me refiero a que nos vamos a tener que apretar todos el cinturón si queremos tener vacaciones este verano, aclaró. He estado mirando y hay un montón de gastos innecesarios de los que podemos privarnos sin mucho problema. Por ejemplo: tu peluquería.
Me dio un tic de la impresión. No paraba de parpadear. Creí además que me había quedado repentinamente sorda del oído izquierdo y torpe de mí, había perdido alguna frase por el camino. Pero no: dijo lo que dijo. Según la opinión experta del asesor a domicilio, el equilibrio económico de nuestro hogar estaba cogido por los pelos; los míos.
-Y, ¿Qué te parece si además suprimo mis clases de Pilates?, le pregunté.
-¡Mujer!, sería muy generoso de tu parte, contestó el cretino.
Animada por el cabreo que ya tenía en las venas a punto de ebullición, me lancé con propuestas más arriesgadas:
-¿Y las clases de refuerzo de Javier? Total, para lo que estudia... me parece dinero tirado a la basura. Se me ocurre, además, que podríamos dar por terminado el tratamiento de Marcela en el dentista. Ya se arreglará los dientes cuando gane su dinerito. Y mira, a Totó, me lo dijo el veterinario en la última visita, le queda bien poco, así que lo mejor será quitárnoslo de encima. Ya nos hemos gastado un riñón en el chucho. Se me ocurre, si te parece bien, que suprimamos las duchas diarias. Dos veces por semanas será suficiente. El jardín puede irse a la porra. La calefacción fuera, otro gasto superfluo. Podríamos quitar mi coche, si estás de acuerdo. Los niños y yo nos las arreglaremos perfectamente con el bus. ¡Qué digo! Iremos andando y así al mismo tiempo hacemos ejercicio. A mí no me importa en absoluto venir cargada como una burra del supermercado aunque, en el tema de las comidas, también ahorraríamos mucho si comiéramos más macarrones y menos dieta mediterránea. Para ahorrar en luz, dejaré de planchar y volveremos a la época donde la arruga es bella. Pondremos una pila de lavar y jubilaremos la lavadora. Y, por supuesto, nada de ordenadores, móviles, libros, cines, ni regalos y celebraciones de cumpleaños, santos, aniversarios y demás tonterías; adiós también a comer fuera los domingos y a las cenas de parejas con los amigos... De forma espontánea, mi lista fue haciéndose más larga, y a medida que yo iba añadiendo alguna cosa, él la aprobaba sin discusión. Al final, cuando ya no se me ocurrieron más disparates que decir, vi que estaba pletórico, exultante, deseando poner en marcha cuanto antes su plan de austeridad con mi ayuda. Le comenté que todavía me quedaba una propuesta muy interesante y que por favor, aguardara un momento.
Al cabo de unos segundos, regresé al comedor con un par de facturas suyas, justo de la semana anterior, cuando se encontraba de viaje por trabajo y que, sin duda, por un descuido tonto -a todos nos pasa alguna vez-, había olvidado incluir en su puntillosa descripción de gastos. La primera correspondía a una estancia de dos noches de hotel, en habitación doble con desayuno incluido para dos personas. La otra era de una joyería en la que se había pagado al contado un juego de pendientes, carísimos, por cierto.
-Y dime -Le mostré entonces los papeles que me guardaba en la manga-, ¿estos gastos innecesarios, también se van a acabar?