En poco más de dos meses he leído a varios autores noveles que transmiten esperanza a la literatura y al ser humano, porque está claro que quien escribe con sensibilidad ha de ser buena persona y sentirse en paz con el mundo. Puedo dar fe de ello con las novelas El mapa de los afectos , El nudo perenne y La última canción de primavera , que me han descubierto a Ana Merino y sobre todo a Jorge García y a Sergio Hernández
Esta semana he terminado la lectura de una novela de otra autora novel, Gatitos. Es un libro que debería leerse en los colegios. Estaría bien integrarlo como lectura obligatoria en 6º de Educación Primaria. Intentaré demostrarlo sin esclarecer demasiado el argumento, porque los momentos de tensión y misterio son continuos.
Cristina Monteoliva tiene la habilidad de introducir al lector en el argumento para dejar el tema de repente y pasar a otro asunto. Hasta el final no nos percatamos realmente de lo sucedido, cuando la autora cierra, de una manera fantástica y sorprendente, el prólogo con un epílogo digno de este género, en el que lo maravilloso impide el funcionamiento racional del mundo y se explica sin ningún tipo de restricciones.
El protagonista de Gatitos es un niño de 11 años, Dylan, que realiza un viaje para conocer a Sveta, una niña de su misma edad. Ambos pasarán juntos un día inolvidable marcado por aventuras, recuerdos, verdades y sorpresas que cambiarán sus vidas. Los gatitos, uno blanco y otro negro, que Sveta encuentra en la calle a punto de morir, serán el nexo entre ambos niños.
Este planteamiento, en principio sencillo, se va complicando en la dualidad que reside en sus páginas. Está claro que hay dos lugares (el viaje y los nombres de los niños dan fe de ello) pero no se nombran. Hay indicios de que Dylan es estadounidense, por el idioma "universal" con el que todos se entienden al tomar contacto, y Sveta es de la Europa del este, por su nombre, por la guerra ocurrida, por el paisaje... Hay indicios de que todo ocurre en el presente, las consecuencias de las dioxinas, los talleres de escritura creativa, son aspectos de la actualidad en diferentes puntos del planeta, pero nada de eso es importante. Cristina Monteoliva nos traslada a un cronotopo universal en el que lo significativo no es el lugar ni el tiempo, de hecho ni el propio protagonista sabe la hora, ni cuánto dura el viaje ni a dónde van. Eso es lo de menos y, sin embargo, este entorno acentúa la sensación de irrealidad y misterio que pueden tener algunos ambientes reales:En esta atmósfera de misterio-realidad hay dos gatitos, uno blanco y otro negro, víctimas ingenuas de la ambición y el horror humanos
Asimismo hay dos niños, símbolo de la inocencia y la bondad aun en condiciones extremas. Ambos han experimentado la soledad en distintos aspectos, el emotivo y el físico, hasta que disfrutan del contacto en su relación "Jamás se lo había pasado tan bien en compañía de otra persona de su edad. ¿De verdad tenía que volver a casa?"
La abundancia del llamado primer mundo contrasta con la escasez del tercero aunque los sucesos y las aventuras que Sveta le hace vivir a Dylan ponen en entredicho los conceptos de felicidad y desgracia.
En esta dicotomía resalta con fuerza el sexo femenino. El pueblo, y la novela, están habitados mayoritariamente por mujeres que ofrecen una imagen diferente según la sociedad en la que les ha tocado vivir. Dylan refleja en "la señorita Buen Tipo" su concepción de la mujer como ser encantadoramente superficial y delicado, desprovisto de sentimientos profundos "no le extrañaría que Buen Tipo se hubiera largado con su gran enemigo por propia voluntad, víctima del mayor de los despechos". Afortunadamente Sveta se encarga de advertirle de su error, "Ella es demasiado presumida e indefensa. A veces resulta un poco tonta", y demostrárselo, "Te confieso que dormir a tu tía ha sido lo más loco que he hecho en mi vida". Sveta evidencia durante toda la tarde que pasan juntos la agilidad y resistencia frente al cansancio de Dylan. Ambos acusan un estado físico débil pero la fortaleza de la niña destaca sobre el desánimo del chico. Sveta cambia el punto de vista de Dylan al regalarle su gatito, lo más preciado que tenía, y él le ofrece, con sus historias, la posibilidad de integrarse en un mundo mejor. Ambos son iguales, ambos diferentes. Al complementarse conforman la unidad.
Y en esta unidad del ser humano no cabe duda de la importancia que adquiere la mujer. Son las mujeres las que, por diversas circunstancias, están ahí para seguir luchando en medio de la invisibilidad. Ella es el prototipo; mujer enferma, sufridora, a la que vamos conociendo poco a poco como inteligente, preparada, buena, fuerte, invencible aun a punto de morir, hasta descubrir por fin su nombre y el peso que tiene sobre todos los que pueblan las páginas. Ella nos deja un legado, no solo a los personajes, también a los lectores. Y en ese legado reclama la igualdad entre los sexos.
El dualismo que circula por
Gatitos termina por unir la realidad de la chica con la ficción de Dylan, quien había descrito en sus historias la casa del general Malapata como la que pertenece a Sveta. "Por un momento pensó que estaba soñando ¡Aquella era exactamente igual que la casa en la que Dylan imaginaba que había crecido Malapata!". Sveta consigue que Dylan viva alguna de las aventuras que él mismo había ideado para sus personajes de ficción; con esto, además, lo afirmado por el profesor de escritura creativa adquiere tintes premonitorios "¿Qué tenía de malo que todas sus historias fueran sobre él? ¿Y qué era esa tontería de su alter ego".La trascendencia del proceso de la escritura, el alcance de la literatura, la igualdad de la mujer, la conservación del medio ambiente, el amor hacia las personas y los animales son algunos de los temas que aparecen en el libro y de los que todos, niños y adultos, deberíamos ser conscientes para asumirlos con responsabilidad.
Pero no es solo una novela infantil-juvenil. Los más jóvenes disfrutarán de la lectura con la ternura de las expresiones "¿Y quién se quedó con el territorio? ¿Los buenos o los malos?"; el humor evidente aporta diversión, "El general Malapata estaba a punto de sufrir un caso agudo de diarrea por culpa del zumo de naranja bajo en calorías y sin azúcares añadidos", y la ironía consigue poner de manifiesto algunas incongruencias del lenguaje, al mismo tiempo que aumenta la intensidad de determinadas situaciones dramática "-¡Madre mía que no tengo! ¡Pero qué pesado es este crío, Sveta!".
Los adultos, además de disfrutar con lo expuesto, podemos descubrir inteligentes juegos de palabras "¡Es el mejor té del mundo! ¡Un té de ensueño!" (pues le ha puesto un potente tranquilizante).
El estilo llano queda salpicado de términos cultos que no impiden que la comunicación con el lector sea efectiva, " mofó", "resuello", "captó", "sorna", "desplazar", "monumentos funerarios", corroboran la necesidad de su utilización en la cotidianeidad.
Mediante la personificación, Monteoliva concede a la naturaleza una vital importancia, por lo que nos llama la atención sobre el trato al que la sometemos "Los países vecinos se enfadaban" "Algunas (chimeneas) estaban como aburridas, sin escupir nada por sus bocas" "La ciudad de al lado de las fábricas sí que es [...] ¡un monstruo grande y apestoso!".
Con el diminutivo afectivo, gatito, Lourditas, se realzan los buenos sentimientos hacia quienes nos hacen felices. La acumulación de adjetivos en la descripción del pueblo subraya la desolación de algunos lugares devastados por la mano del hombre "aspecto triste, gris, cielo nocturno [...] gris, agua sucia, losas rotas, aire tan contaminado, verdadera porquería". Lugares que son mudos testigos de la soledad e impotencia de quienes residen en ellos, abandonados incluso por las criaturas celestiales que supuestamente deberían protegerlos "Un risueño y bello ángel con la cara llena de musgo y las manos desgastadas [...] y ojos de piedra".
El paisaje desolador queda matizado con los adjetivos antepuestos "ralo césped". Y el subconsciente del narrador aparece, en ocasiones, en forma de metonimia "laberinto de difuntos", de la que se vale para denunciar los efectos de la guerra y las consecuencias del mal uso de las fábricas.
Hay un rasgo estilístico bastante interesante al mezclar en una conversación réplicas que requieren un contacto con el interlocutor y otras que son básicamente pensamientos en voz alta. Nos encontramos entonces ante verdaderos monólogos interiores que realzan el sentimiento de las personas.
Por estas razones no podemos parar de leer, la curiosidad aumenta, la convicción de que necesitamos un mundo mejor, también. Gatitos es lectura obligada.