“El emisario de la noche, el augurio de mala suerte”.
A través de mis ojos, se ve el principio de una historia, de muchas, de todas.
Hace cientos de años, la muerte se compadeció de nuestra existencia y nos regaló un poco de su magia oscura para corregir injusticias, sobre aquellas cosas que no estaban bien puestas. A todos los gatos negros se nos otorga al nacer la posibilidad de cumplir un deseo, sueño o anhelo; aunque no todos lo utilizan, porque a pesar de la devoción que tienen los seres humanos hacia nuestra especie —especialmente las mujeres—, nosotros vemos con tristeza el rumbo de su especie, vemos con aparentes ojos indiferentes a la humanidad, como se matan entre ellos, como se destruyen y se acaban de a poco. A esto y a otras cosas se debe nuestra actitud, porque por más que hemos intentado hacer cambiar su forma de pensar, no hemos conseguido unirlos como nos gustaría.
Se nos dio además la facultad de entrar en diferentes dimensiones, de atravesarlas y convivir con los diferentes planos, incluso el mundo de los sueños, sí ese, el de los muertos; pero bien, todo esto es para que sepan un poco, solo un poco de nosotros. Antes de empezar a contarles la verdadera historia, quiero hacerles saber también que los gatos negros —como yo—, estamos catalogados como “gatos de luz”, entre nosotros. Contrariamente a lo que creen los humanos; pero preferimos pasar desapercibidos, porque nuestra magia sería producto de controversias y de a poco terminarían con querer también apoderarse de eso.
Mi historia empieza en un invierno, era el año 1988, mi madre da a luz a cinco gatos, al nacer, nos bautizó enseguida —como es tradición entre nosotros—, a mis dos hermanas: Marion y Luna, mis dos hermanos: Morti y Hacri y a mí, mi querida madre me bautizó con el nombre de Fugaz… No sé si ella ya sabía que sucedería conmigo, o quizás simplemente se le ocurrió llamarle así, nunca se lo pude preguntar, pues a los pocos meses de nacer nosotros, ella murió; estaba muy enferma, incluso antes de parirnos.
A los días que mi madre murió, Hacri y Marion la siguieron, no soportando su ausencia, se dejaron morir también; al ver esto, los dueños de mi madre regalaron a Morti a unos vecinos, quedándonos solo Luna y yo, decidieron quedarse con Luna y conmigo, pero a mí; me pensaron sacrificar, pero no tuvieron el valor —por mi místico color negro— pero lo que sí hicieron, fue culparme por «la maldición» de la muerte de mis hermanos y madre. Al grado de dejarme abandonado en la puerta de una casa vieja, una casa deshabitada, sin importar la lluvia, ni el frío, me dejaron ahí, a mi propia suerte…
Luché por vivir, buscando comida en los basureros, durmiendo donde llegara la noche, solo tratando de abrigarme un poco del frío y a veces también de la lluvia.
Habían pasado dos semanas desde el día en que me dejaron allí y esa mañana, pasó esta niña extrañamente dulce, ella no intentó atraparme como todos los demás niños que me veían, ella solo me vio y me dejó un trozo de pan cerca de mí, mientras me dedicaba una mirada dulce y así, sin decirme nada más se fue.
Repitió el mismo ritual todos los días durante un mes, me fue llevando comida y algún trapo donde dormir y arroparme del frío. Esto lo hizo cada día sin faltar a uno solo, ella me hizo suyo a costa de su atención, de su ternura y hasta empecé a creer que esta niña, sentía cariño por mí.
Pasó la mañana y con ella la hora en la que ella llegaba a donde mí, pero ella no apareció, ningún rastro, ni su voz, ni su aroma… por lo que me vi obligado a buscar comida, de nuevo en el basurero, lo que me ocasionó una paliza por un perro que estaba ahí, llegué de nuevo a aquel lugar donde ella siempre me encontraba, debajo de aquel puente que se había convertido en mi casa también, llegué con la esperanza que ella apareciera, pero no fue así…
Pasaron tres días y no la ví llegar, me preguntaba por qué fui tan tonto y no me fui nunca con ella, porqué nunca la seguí…
Al cuatro día, decidí ir por ella, sabía que algo no estaba bien, sabía que eso no era normal —la intuición de los gatos es muy desarrollada—, me empape el tenue aroma de ella, que quedaba en aquel trapo que me llevó, lo memorice hasta que estuve seguro de no olvidarlo y entonces emprendí el viaje.
Sin saber a dónde buscarla, por dónde empezar y solo dejándome llevar por mi intuición y el camino por donde se perdía en el horizonte después de dejarme comida, me fui tras ella, estuve perdido por varios días, comiendo poco, lo que me encontrara en la calle, de los pocos roedores que conseguía cazar, en medio de la ciudad, de sus ruidos y de todas las personas que me veían con rechazo. Era media noche y me despertó el ruido de una ambulancia que iba con rapidez, sin dudar, me fui tras su rastro, me fui corriendo lo más rápido que pude, hasta llegar a una pequeña casa, de donde salieron dos personas, angustiadas y con los ojos inundados de lágrimas, aquellas personas abrieron la puerta con desesperación y gritaban:
—¡Rápido!, Que se muere mi hija, ¡Por favor!, ¡Rápido!
Los paramédicos entraron con rapidez y subieron una niña a la ambulancia, me quedé viendo desde el otro lado de la calle y la reconocí… Era ella, mi niña extrañamente dulce, la niña rara que me cuidó, cada día durante treinta días y entre el ruido y la desesperación pude conocer su nombre…
—Mi amor, ¡Sé fuerte!, Mi nena, mi niña, Aurora, eres nuestra luz, ¡por favor no nos dejes! —gritaba aquel hombre que seguramente era su padre.
Aurora…
—¿Qué tienes muñeca?, ¿Por qué nunca me llevaste contigo?, Yo te hubiera cuidado, yo hubiera estado al pie de tu cama, mi muñeca, mi niña extrañamente dulce —me decía mientras la veía partir en aquella ambulancia rumbo al lugar que llaman hospital los humanos…
Me quedé al pie de su puerta, esperando verla volver, levantando mi cara a cara vehículo que pasara, pero ya llevaba dos días ahí y no la ví venir, hasta que regresó un carro, se estacionó en el patio de la casa y de él se bajó un hombre muy angustiado, pálido y desaliñado; era su padre quien volvió por ropa para Aurora, leí los pensamientos que soltaba en el aire, leí su angustia y descubrí que Aurora padecía cáncer en los pulmones, esa noche Aurora estaba ahogándose, quedándose sin oxígeno, por eso la llevaron al hospital…
En lo que él entró a buscar ropa yo entré a su auto, ocultándome bajo el asiento del copiloto, el condujo hacia aquel hospital, mientras en el camino no dejaba de pronunciar el nombre de Aurora, llorando, embargado en tristeza, en angustia, pero con un aire leve de esperanza…
Llegamos al hospital y yo me escondí en la maleta de ropa, para poder entrar, al soltar el bolso y dejarlo caer en el suelo, podía sentir el aroma de Aurora desde ahí, podía oler su enfermedad que estaba agotado su respiración…
Esperé la noche y el momento en que estuviera sola y salí, ella estaba sedada por los medicamentos, por lo que yo me acomodé entre su pecho y su brazo, ronroneando cerca de su corazón, decía en mi mente: mi muñeca, mi Aurora, mi niña extraña, ¿Qué tienes?, Aquí estoy ya contigo, pronto saldrás de esto.
—Hola… Llegaste, te estaba esperando —dijo ella con un poco de fuerza, aún sedada por los medicamentos.
Yo solo ronroneaba más en su corazón, acariciando su piel con mi cabeza…
—Te soñé, estas noches, te veía venir y veía este momento —seguía diciendo ella— en el sueño te llamabas fugaz, me parece un lindo nombre para ti, no sé si fue cierto, si fue real, pero quisiera llamarte así —yo solo podía verla, podía ver también miedo en su mirada, en sus pensamientos, estaba cansada…
—¿Sabes? Me siento muy mal, solo quiero descansar Fugaz, tengo miedo por dejar a mis padres, pero me siento muy mal, mis pulmones están un poquito dañados, creo que ya no funcionan jeje —una tos interrumpía sus palabras, y yo seguía acariciándola, como queriendo hacerle entender que todo estaría bien, que todo iba estar mejor pronto.
No dijo nada más y volvió a dormir, me quedé ahí un rato más de la noche, pues había algo que tenía que hacer por mi muñeca, por mi Aurora…
Salí de la habitación y viaje al mundo de los sueños, fui a negociar con la muerte, canjeando mi deseo por la salud de Aurora. La muerte aceptó mi deseo, quitándole la invasión del cáncer en sus pulmones a Aurora.
Ella despertó respirando mejor, despertó sana y con sus pulmones funcionando correctamente, los médicos se sorprendieron y sus padres lloraban de la emoción.
—¡Es un milagro!, ¡Es un milagro! —gritaban por toda la habitación.
Ella al quedarse sola para reposar un poco más, mientras los médicos descartaban cualquier anomalía y salían los resultados de los exámenes, me buscó debajo de la cama, donde me encontró.
Yo aún guardaba un poco de vida, la estuve conservando para despedirme de ella, de mi muñeca hermosa, de la niña extraña, de mi Aurora…
Me tomó entre sus suaves manos, me abrazó con fuerza como si entendiera que iba a pasar y me dijo:
—Fugaz, ¿Fuiste tú verdad?, No quiero que te vayas, fuiste mi luz gatito bobo —mientras las lágrimas bajaban por su cara hasta caer en mi cabeza, al frotar su mejilla en mi cuerpo, me miró a los ojos y alcance a ronronear un poco y se apagaron mis ojos y con ellos mi vida…
Matías Ruz
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