Por: Kelly Pottella
En la sociología emocional, a menudo buscamos comprender qué nos mueve. Sin embargo, en el mundo del análisis de datos y la economía conductual, la pregunta suele cambiar a: ¿qué nos limita?
Ninguna obra cinematográfica ilustra este conflicto entre la estructura impuesta y la agencia humana con tanta elegancia fría como Gattaca (1997). A primera vista, es una distopía genética; pero si ajustamos la lente, nos encontramos ante una crítica feroz a la meritocracia basada en datos, un tema que resuena inquietantemente en nuestra realidad actual.
La Distopía del Dato
El mundo de Gattaca es, en esencia, el sueño húmedo de un estadístico sin alma. Es una sociedad donde la incertidumbre ha sido eliminada. Al nacer, una gota de sangre dicta tu probabilidad de sufrir enfermedades cardíacas, tu esperanza de vida y, por ende, tu estatus social. No hay misterio, solo probabilidad.
Aquí yace la «Tiranía del Dato». La sociedad en la película ha cometido el error fundamental de confundir probabilidad con destino. Al reducir al ser humano a una secuencia de pares de bases (ATCG), han eliminado la variable más importante y difícil de cuantificar en cualquier modelo económico: la voluntad.
Vincent Freeman, nuestro protagonista «No-Válido», es un error estadístico. Según el papel, debería haber muerto a los 30 años. Según el sistema, no tiene aptitudes para viajar al espacio. Pero Vincent opera fuera del algoritmo. Su existencia es un desafío a la estructura de poder: demuestra que el dato biológico es solo un punto de partida, no una sentencia.
El Sesgo de Confirmación Institucional
Desde la perspectiva de la Economía Conductual, Gattaca es un estudio de caso sobre el Sesgo de Confirmación.
El sistema está diseñado para ver solo lo que espera ver. Cuando los directores de la agencia espacial miran a Jerome (el personaje genéticamente perfecto que presta su identidad a Vincent), ven éxito, ven perfección. No buscan fallos porque su «hoja de datos» dice que no los hay. Por el contrario, cuando miran a un «No-Válido», buscan la incompetencia, validando así sus propios prejuicios.
Este sesgo crea una ceguera sistémica. La sociedad invierte tanto en la perfección genética (un costo hundido masivo) que se vuelve incapaz de detectar el fraude de Vincent. Él logra infiltrarse no porque sea un genio criminal, sino porque nadie audita a la «perfección». La suposición de racionalidad del sistema es su mayor debilidad.
El Algoritmo vs. El Espíritu
Hoy en día, no nos discriminan por nuestra sangre (todavía), pero vivimos bajo una nueva forma de determinismo: el algoritmo. Nuestros datos de navegación, nuestro historial crediticio y nuestras métricas de redes sociales construyen un «perfil digital» que a menudo nos cierra o abre puertas antes de que siquiera toquemos el pomo.
Al igual que en Gattaca, los modelos predictivos actuales intentan decirnos quiénes somos y hasta dónde podemos llegar. Intentan racionalizar el comportamiento humano hasta eliminar el riesgo.
Pero hay una escena en la película que rompe cualquier modelo econométrico. Es el momento en que Vincent, con su corazón defectuoso y su genética inferior, vence a su hermano genéticamente perfecto en una competencia de natación en mar abierto.
Cuando su hermano, atónito, le pregunta cómo lo hizo, cómo logró superar su diseño, Vincent responde con la frase más poderosa sobre la gestión del riesgo y la entrega humana:
«Nunca me guardé nada para el regreso».
Esa es la variable que el dato no puede capturar. La capacidad humana de quemar las naves, de ignorar el cálculo racional de seguridad en pos de un anhelo superior.
En mi laboratorio personal de sociología y datos, Gattaca me recuerda siempre una lección vital: Las estructuras de poder y los análisis conductuales pueden explicar el funcionamiento del mundo, pero es la anomalía, la excepción poética, la que lo hace avanzar. Somos, al final del día, mucho más que la suma de nuestras probabilidades.
