La visibilidad y la tendencia hacia una normalización de la homosexualidad pasa por aceptar dicha preferencia sexual en un contexto común. Atrás quedan las necesariamente escondidas referencias, como en La soga (Alfred Hitchcock, 1948), donde se supone que los tres protagonistas son homosexuales, digo se supone porque debido a la censura el guión terminó siendo tan sutil que los guionistas nunca supieron si James Stewart, que interpretaba a uno de ellos, llegó a darse cuenta de la sexualidad de su personaje. Sea como fuere las pinceladas continúan siendo parecidas durante décadas, en las cuales los personajes homosexuales sólo aparecen de manera velada. Es a partir de los años 60 que comienza a utilizarse la palabra homosexual, y será con Cabaret (Bob Fosse, 1972) donde por primera vez encontramos a un gay sin sentimiento de culpa y trágico final o rol estereotipado. Cabe hacer una mención especial a Christopher Isherwood (Reino Unido, 1904 – EEUU, 1986), escritor abiertamente homosexual y autor de la novela sobre la que se basa la película de Fosse.
Tras un gran salto llegamos a Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) que revolucionó la visibilidad de los homosexuales de manera definitiva, situando un antes y un después. En la cinta se habla sin tapujos de la relación amorosa entre dos hombres durante una época en que no era bien considerado. La película consiguió traspasar la categoría de género y pretendía llegar a un público mucho más amplio. De entonces hasta hoy ha pasado ya una década, y han visto la luz muchas más películas, situando los personajes homosexuales ya lejos de sus antiguos papeles patológicos, histriones o exageradamente discretos, e invitando a la aceptación de su existencia como algo normal. Curiosamente destacan las adaptaciones cinematográficas de las biografías de homosexuales más o menos reconocidos en su época. Pienso en El cónsul de Sodoma (Sigfrid Monleón, 2010) sobre el poeta Jaime Gil de Biedma; J. Edgar (Clint Eastwood, 2011) sobre el creador y director del FBI J. Edgar Hoover; Violette (Martin Provost, 2013) sobre la escritora Violette Leduc; Yves Saint Laurent (Jalil Lespert, 2014) y Saint Laurent (Bertand Bonello, 2014) sobre el diseñador de moda Yves Saint Laurent; o The imitation game (Morten Tyldum, 2014) sobre el matemático Alan Turing. Hay más, pero no pretendo convertir esta columna en un catálogo.
Como decía, de poco puede uno estar seguro al afirmar cualquier cosa, más cuando se quiere referir a un cambio, pero es cierto que se ha avanzado mucho en cine y televisión en cuanto a la visibilidad de este colectivo. La ficción, no lo olvidemos, ayuda a la aceptación en el mundo real, y por tanto se trata de algo muy positivo la tendencia antiestigmatizante de los últimos años. Quizá aún falte el correlato televisivo de esto, pues actualmente en la pequeña pantalla sólo contamos con Weekend, serie que ha arrancado este mes su segunda temporada y que levanta tanta expectación (por su singularidad) que posiblemente no pueda con el peso de tanta atención. Veremos qué ocurre con ella. Sin embargo, en la época dorada de las series se echa de menos un poco más de visibilidad sin estereotipos. Por ahí corren rumores de algunos proyectos, pero aún es pronto para hacer cábalas.
En definitiva, en nuestra sociedad, plenamente conquistada por el contenido multimedia, la presentación de los homosexuales en cine y televisión como parte integrante de la sociedad es necesaria para vencer los odios. Estamos en el camino adecuado, pero aún queda mucho por hacer.