Revista Cultura y Ocio
Esa aurora en Gdansk abordamos un trencon destino a un pretexto en un patio entre pinosy tumbas vampiras.Tú extrajiste dos piedras de un bolso de pielcon el rostro de Frida.Las pusiste en mi mano.― Dime cuál está muerta. Dime cuál de las dospermanece con vida.Me quedé boquiabierto.Yo sabía que las piedras, tanto en su austeridadcomo en su metafísica hacinan palabrasy que esas esfinges orientan los labios quebuscan vehementes un sólido puerto, una isla.Pero cómo saber entre aquellas dos piedrascuál yace ya inerme y cual otra aún respira.Me tenté a adivinar.― La castaña―. Te dije. Y soltaste la risa.― La que vive es la piedra que guarda la plumaque eterna resbala.La que ha muerto es la piedra que ignora queadentro de sí las palabras aguardan silentesque la última rosa en su beligeranciaintroduzca el caballo.Te volviste hacia la ventanilla y pasaron tal vezdos ciudades y un túnel que sólo tú y yo y nadie mástraspasara.Dormité y en mi sueño otra voz me decía:― Esta piedra está viva porque es en mis manos.Esta piedra está muerta porque he aquí queadentro de ella ese mar donde fue sustraídano habrá de incubarse.Toda piedra es como un huevecillo que ha puestouna reina en alguna colmena en algún dormitorio.En el sueño también me besabas.Mar adentro en el beso el silencio insistía:Dime qué amante frota el desierto y la lluvia.Dime qué otro traduce con fidelidad el lenguajeque cantan adentro, en tu boca, los astros.