El poeta.
El gran poeta Juan Gelman ha cerrado con total éxito la Feria de Frankfurt 2010. Borges fue el puente, Gelman el camino. Así comenta la revista Ñ la participación del lírico argentino:
El pabellón argentino desborda. En la mesa un presentador alemán, Michael Schmitt, dentro de un rato tendrá que ingeniárselas para sacarle alguna respuesta al poeta Juan Gelman, que está a su derecha. A su izquierda, habla en castellano el escritor islandés Gudbergur Bergsson. Los miran desde atrás, desde el mural que fue haciendo Rep en estos día, Julio Cortázar, Borges, Arlt, Ulrico Schmidl, Esteban Echeverría, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, muchos más.
Se acaba la Feria, termina este año en el que la Argentina recorrió Alemania con libros, lecturas, muestras de arte, conferencias, se acaba la serie de discusiones por el pabellón, que empezó por los iconos (Maradona, el Che y Eva Perón, además de Borges y Cortázar), pasó por la estética –muy vital para algunos, demasiado cargado y “turístico” para otros– y terminó con críticas por la inclusión de tres fotos de la presidenta Cristina Kirchner, de buen tamaño.
De parte de los dueños de casa, hubo elogios. “Tuvimos una presencia argentina muy conmovedora”, dijo Juergen Boos, director de esta inmensa Feria. “El nexo entre los autores era la responsabilidad política respecto de su idioma, de su origen, de su historia y del futuro.
Es el invitado de honor con más literatura en muchos años ”. El sábado, Boos había dicho a Clarín: “Nunca tuvimos tantas traducciones al alemán, nunca tuvimos tantas notas de prensa. Vimos mucho interés por el país”. Y había hablado del caracter literario de esta presencia. “El año pasado, con China, la política copó todo. Antes, con Turquía, el tema era la censura, las dificultades de expresión. Con Cataluña, la autonomía. Aquí se habló de literatura y aunque la política estuvo presente, con la dictadura sobre todo, lo estuvo en boca de escritores. Un balance de política y literatura: de eso se trata todo esto”.
Efectivamente, la dictadura y las políticas de la memoria fueron el sello de esta presencia. El sábado, un periodista alemán señalaba que de eso se trataba el 30 por ciento de los libros traducidos a través del subsidio que establece el programa Sur, de Cancillería. Y se preguntaba si el número era representativo, si acaso el 30 por ciento de lo que se escribe en el país habla de la dictadura. Le contestó Claudia Piñeiro, autora de Las viudas de los jueves y una de las escritoras argentinas más requeridas en Alemania: “Hay que pensar que hoy hay chicos de 30 años que viven con familias que no son sus familias y que, además, quizás sean los que mataron a sus padres. Y no es lo mismo cómo la literatura se ocupaba de la dictadura años atrás que como lo hacen ahora Félix Bruzzone o Laura Alcoba. Los efectos deberían estar en todas las novelas, somos un país que pasó por una dictadura.” Pero terminó. Terminó ayer, cuando Magdalena Faillace le pasó el testimonio al islandés Sigtryggur Magnason. Pero antes, un ratito antes, el presentador Schmitt citaba a Tomás Eloy Martínez: “Aun cuando nací en la Argentina y pasé casi toda mi vida ahí cada vez que visito el país lo comprendo menos”. Schmitt adhirió: “Muchos alemanes dirían los mismo respecto de su país”. Y contó: “En los últimos días, nos dimos cuenta de lo orgullosa que está la Argentina de sus escritores”.
Hora de los escritores, entonces. Habla Gelman: “Bergsson es del norte, yo del sur pero no hay norte ni sur para la escritura. Sus puntos cardinales son otros. La literatura islandesa nació hace muchos siglos, cuando se pobló la isla y nuestra ignorancia de ella es abismal”. ¿Ignorancia? Gelman vuelve al puente, vuelve a Borges: “Borges admiraba la literatura y la lengua islandesas y consideró que las sagas son joyas de la literatura universal”. El castellano y el islandés son diferentes pero “sus músicas forman parte de la gran partitura de las lenguas del planeta”, dijo el poeta, y dedicó su lectura –la que estaba a punto de hacer—a Paco Urondo, Miguel Angel Bustos, Rodolfo Walsh y Haroldo Conti, “que cayeron en combate contra la dictadura militar o fueron asesinados en las mesas de tortura”.
Después leyó poemas, después le dijo al presentador que no creía “que el dolor o la felicidad sean el motor de la escritura” y que “ nadie se propone nada con la escritura , lo que sale sale y el resto es silencio”, después le tocó al escritor islandés.
“Hay un pájaro que viene de la Argentina todos los años, pasa el verano en Islandia y después vuelve a la Argentina, dice Gudbergur Bergsson. Y lee un cuento que se llama “El hombre de la Patagonia” y que empieza: “Soy el hombre de la Patagonia, traigo la paz”. Habla buen castellano, lee en islandés, pone en el pabellón argentino los sonidos extraños del islandés, salpicados por –¿dijo eso?—palabras como “Poncho”, “Julio Cortázar”. Y en el relato cuenta que le contaron que había en la Argentina una mujer tan rica tan rica tan rica que hizo que Picasso le tatuara una hoz y un martillo en el hombro, para exhibirla cuando andaba con vestidos sin mangas frente a Perón. Y es Cortázar el que dice, en el cuento, “Esa tiene que haber sido Victoria Ocampo”. No viene de la Patagonia (ahora), viene de Islandia Bergsson. Pero saluda: “Que la paz sea con ustedes, todos los que llegan y salen de Frankfurt”.
Entonces llega la hora del traspaso oficial. Faillace –que estuvo a cargo de todo esto– agradece a los escritores, a los periodistas, a los organizadores, a todos y al gobierno argentino, pasa revista de lo actuado, lee un poema (a Islandia, de Borges), abraza a Juergen Boos y bueno, entrega el rollo.
El hombre que lo toma tiene tiempo para un elogio más. Argentina, dice, mostró “que la literatura no es solamente entretenimiento, no es solamente negocio , es parte de la sociedad, de la democracia, de la humanidad”.
Y empieza a hablar de Islandia. Listo. Somos pasado. Lo hecho, hecho está. La paz sea con los que llegan y con los que nos vamos.